En el pueblo de Batangrande, el agua corría como un tesoro infinito. Había fuentes en cada plaza, chorros frescos en cada patio y grifos que nunca dejaban de cantar.
En ese lugar vivían tres amigos —Lucía, Pedro y Sarita— ellos jugaban todos los días en el parque. Les encantaba abrir las llaves de agua para llenar los globos, mojarse y hacer charcos de barro.
—¡Qué divertido! ¡El agua nunca se acaba! — Siempre decía Lucía riendo.
Pero un día, mientras llenaban más globos, sucedió algo extraño:
La llave del parque empezó a gotear, gotear… y se detuvo.
Fueron a la fuente central… y estaba seca.
¡Corrieron a sus casas… y ni una gota en los grifos!
El pueblo entero despertó alarmado. No había agua para cocinar, para lavarse, ni para regar las plantas. Las flores del parque se marchitaron y los peces de la fuente se quedaron sin hogar.
—¿Qué pasó? —preguntó Pedro asustado.
El anciano del pueblo, Don Agusto, les explicó:
—El agua no es infinita. Si la usamos sin cuidado, se agota.
Los tres amigos se miraron con culpa. Recordaron todos los globos que habían reventado, las horas de juego dejando la llave abierta, ahora las plantas quedaban sin riego porque el agua se había desperdiciado.
Así que decidieron actuar. Junto con Don Agusto y otros niños, organizaron una campaña:
Y colocaron carteles que decían: “Cierra el grifo mientras te cepillas los dientes”.
Enseñaron también a sus vecinos a reutilizar el agua del lavado de frutas para regar las plantas.
llenaron cubetas en vez de usar mangueras para limpiar los vidrios o carros.
Poco a poco, las gotas volvieron. Primero un hilo de agua, luego un chorro. Las flores se levantaron, los peces regresaron y la fuente se volvió a llenar.
Lucía, Pedro y Sarita aprendieron que el agua es un regalo precioso, y que cada gota cuenta. Desde entonces, cada vez que abrían una llave decían:
—Usa solo lo necesario. El agua es vida.
FIN
|