EL SOL DE LA CLARIDAD
Poco antes de llegar a casa, vi sobre el mural de entrada el auto de mi madre, aún está allí, quieto, con las llantas bien llenas de aire. Nunca supe qué era en realidad lo que carga la llanta, mejor no pensar en ello, hay muchas cosas que uno no sabe, mejor dicho, solo sabe una cosa y es importante: vivir con gratitud cada día que tenemos.
Abrí la puerta de casa, todo oscuro como los ojos de mi madre. El silencio llenó todo el espacio, y la soledad cerró las puertas del silencio; es muy delicada la soledad, no espera a escuchar, solo te abriga como una capa y te envuelve, y sientes que hay calor, humedad, vida. Uno se siente como protegido ante tanto espacio en su existencia.
Cerré la puerta de metal. Las llaves de bronce aún estaban firmes, y siempre que entro en la oscuridad, enciendo las luces, y cuando estoy por abrir la puerta de los interiores, aquel lugar oscuro, presiento imágenes que se acercan a mi cuello, me aprietan y arrancan mi vida. Los siento, y sigo caminando y, con el temblor en el alma, abro la puerta, y en esa oscuridad enciendes la luz; no hay nadie... como siempre.
Suspiras y te preguntas de dónde sale o brota el temor de que alguien te quite la vida. Entiendes que vas a perderla, aunque no quieras, pero el temor es una ilusión, la imaginación del miedo creando presentimientos crueles, pero pasas por su lado y los cruzas como el humo de un cigarro enorme.
Mi madre, mi madre, suspiré. Cerré los ojos y la imaginé a mi lado. Abrí los ojos y alli estaba ella, sentada, esperándome, no decía nada, nunca decía nada y si lo decía, no pesaba más que su silencio, que decía más que todas las veces que habló.
De ella aprendí a escucharla y a escucharme. ¿Recuerdas, mamá? Escuché una voz dentro de mí. ¿Quién eres?, pregunté. Suspiré y sentí que la voz decía: "Escucha". Y sentí la voz que hablaba con mi madre. Le vi, era el que observa al que observa. Se le acercaba como un niño juguetón, la peinaba con delicadeza, le daba masajes en sus manos y luego, se ponía delante de ella y le preguntaba:
"Madre, ¿por qué dices tanto, pensando intensamente, que se te puede escuchar diciendo lo mucho que temes al saber que detestas la soledad, que solo quieres hablar y decir lo mucho que deseas servir a tus hijos, que ellos son lo más importante y tú no lo dices. Finges llorar, pero no sabes llorar, solo sabes callar y decir en tu interior lo que piensas, pero sé lo que piensas: temes que alguien te quite lo que por mucho has cuidado, tus joyas, tus propiedades, tu corazón tan roto en mil pedazos y que aún lo guardas... ¿para dárselo a quién? ¿quién puede curar tus heridas? El dolor que nació con el primero de tus hijos y se apagó con el último. Que jamás pudiste amar a nadie sin decirlo, siempre callada y con una voz tan lejos de tu alma. No eras tú, era la bestia, esa bestia que devoraba a quien se pusiera en tu camino y lo hiciste tan bien".
"No, no hables así", respondió mi madre. "Nunca supe querer, solo odiar, que es parecido, y a quien más pudo recibir el dolor en mi corazón partido, fuiste tú. Lo siento, no había nadie más, eras solo tú, siempre tú. Desde que te vi en mis brazos al nacer, vi tus ojos negros y profundos que atravesaban todo mi corazón y no resistía, pues veías mi dolor, y eso no podía mostrarlo jamás. Al final, fuiste un hombre sabio. Tu corazón regó con sangre el mío, no con palabras ni besos, no... fue con tu paciencia y tu mirada respetuosa ante mi presencia, que mojaba mi corazón y lo hacía vibrar una vez más, hasta que llegó mi tiempo y tuve que dejarte, pues ya mi corazón estaba curado... Aprendí a amar sin esperar nada más que el silencio y allí entraste tú, y allí juntos estaremos unidos siempre..."
"Sí... sí... sí, madre...", dijo la voz del observador. Los vi levantarse y entrar en el cuarto de mi mamá. Supe que jamás me había dejado, suspiré y luego, el que observa dentro de mí salió del cuarto, me miró a los ojos y me dijo que deseaba hablar con mi maestro. Le aconsejé que no lo hiciera, que no fuera arrogante, que no se sintiera su igual, pero su mirada era tierna y sentí que solo quería hablarle, nada más. Suspiré y le dejé ser, pues sabía bien que para hablar con quien has entregado tu corazón no hay distancia ni sonido que los aparte.
En un lugar lejano, dos personas que me eran conocidas entraban a un evento con el maestro. El que observa les siguió, nada podía detenerle. Entraron todos, y ya dentro, el evento comenzó. Alguien, la presentadora habló, como si estuviera perdidamente agradecida por el maestro al haberla salvado de toda confusión. El que observa se puso en primera fila. Nadie dijo nada, y el maestro, luego de que la mujer le anunciara, entró caminando lentamente.
Había adelgazado y se había encogido producto de la edad, sus cabellos eran escasos, una que otra hilacha cubría un gran espacio de su incipiente calvicie. Manchas en su rostro producto de la edad, y estaba delgado, sus carnes colgaban de su rostro, quizás era por una enfermedad, pero su andar era de una persona muy mayor. No había silla, solo un púlpito. Entendí que le costaba pararse y sentarse. Artrosis quizás, para una persona que vuela por todo el mundo, es normal ese desgaste inenarrable.
Luego habló de tal manera que cautivaba a quien le escuchaba, como yo. Luego llegó el momento de las expresiones. Allí alguien levantó la mano y habló por lo agradecido que estaba por haber recibido el conocimiento por muchos años, el maestro brillaba; luego otra señora dijo lo mismo en diferente forma, y el maestro estaba brillando y contento como una estrella.
De pronto se detuvo y miró a los ojos del que observa dentro de mí. "Dime, ¿qué quieres?", dijo el maestro. Se levantó de su asiento y delante de todos dijo lo que sentía muy dentro y sin percatarse de ello, quizás no sería del agrado de todos los demás, pero era su sentir.
"Maestro, has hablado las mismas palabras de siempre, sin embargo, son siempre hermosas y entiendo que salen del corazón, de aquel corazón que le impulsa, maestro, a guiarnos y hacernos recordar con tanta dedicación. Has creado libros, canciones, eventos, videos, streamers y más., y soy consciente de ello, más llega un punto en que tus palabras son las que salen de mi corazón, y las noto, y tus palabras siento que me dicen que debo escucharme, y en verdad me escucho, y tus palabras resuenan como un sensor en mi alma tocando la misma vibración; por lo tanto, en mi camino de gratitud a tu conocimiento y a tu innegable esfuerzo por hacernos sentir el silencio, ese sentimiento, esa bondad, ha llovido sobre mi jardín las flores de la divinidad, por lo tanto, estoy a tu servicio y seguiré tus enseñanzas el resto de mi vida, pues eso me enseñaste: a conocer al maestro de uno mismo, y en verdad, lo escucho y siento; pues es el aliento su sagrada morada... muchas gracias."
El maestro esbozó una sonrisa y dijo: "Puedes irte, y en este silencio seguiremos unidos hasta que el mar de la verdad nos una en un solo aliento, el resto de todas nuestras respiraciones". El maestro se paró, dio sus bendiciones y salió del escenario. Todos los discípulos salieron y el que observa quedó solo en aquel lugar... Miró al cielo y vio un brillo que se le acercaba, sonrió y se sumergió en la mar de la oscuridad brillante.
Y luego, abrí los ojos y estaba frente al ordenador. Las luces de casa estaban encendidas y recordé que debía bañarme, descansar y meditar una vez más, pues el sol de la claridad nos había bañado con su dorada luz. |