Este necio de pedigrí se subió a la avioneta de papel con la seguridad que brinda una mente desquiciada. ¡Vaya vos! Presionó con voracidad los botones de comando dibujados en el imaginario panel de control y se elevó tan alto como los gritos de júbilo que le salían del hocico. Nunca había estado tan alto —imaginariamente hablando—, ni siquiera cuando escaló el grandioso Everest —imaginariamente hablando también, por si les quedaba duda—.

Quienes, por desdicha, debieron escuchar sus hazañas —imaginarias, así es, repito para que no quede lugar a dudas: imaginarias— lo miraban con una mezcla de pena y aburrimiento, y es que contaba con tan poco arte para mentir que el pobre inútil ni para entretener servía, porque lo solían cachar con las manos en el aire. Era tan torpe que ni siquiera le daba el entendimiento para poner algún límite o sesgo de credibilidad a sus relatos. Así de estúpido era. Pero no se crea, mi querido lector, que era el único estúpido en aquel remoto mundo azul. Le secundaba en estupidez y torpeza una zorra espirituosa y regalada que solía frecuentar el chat en busca de amantes, hasta que se topó con otra zorra más vieja que usaba bikini —pero esa es otra historia—.

¿En qué me quedé? Ah, sí: El vuelo. La avioneta, liviana en concepto, se vio rebasada por el peso de un animal viejo y roñoso, ya pegándole a los setenta años, que insistía en elevarse contraviniendo las leyes del buen Newton, ignorando que, cuando la física se impone, no hay fantasía que se le resista, aun cuando un pobre fanfarrón pretenda dárselas de piloto y demostrar habilidades que no posee. El muy animal desbarató a la pobre avioneta de papel que se encontraba suspendida... en el piso, e intencionalmente, para dar credibilidad a su relato, se dio un golpe en la cabezota hueca y fingió entregar el equipo, colgar los guantes, estirar la pata.

Y aquí entra la zorra espirituosa enunciada unas líneas atrás, quien, a los cuatro vientos, declamó el capotaje y muerte del impostor este. Y, para darle más credibilidad, reforzó la historia la autodenominada hembraodiosa, conspiranoica, terraplanista y antivacunas que clara(demente) se las cree todas. En resumen, una pobre alma que, a su edad, ya debiera haber madurado y aprendido a escapar de estas manipulaciones… Pero, para su fortuna, se alejó en silencio, con la energía baja entre las patas, sin hacer más declaraciones, mientras se secaba, avergonzada, las lágrimas imaginarias.

Ustedes se preguntarán: ¿y qué pasó con el necio de pedigrí?

Peregrinaje, crimen y castigo. Sobándose aún la cabezota y afligido de dolor (exagerado, como en todo), llegó el necio de pedigrí a las puertas del cielo, pidiendo su ingreso. Pero ahí ya bien le conocían todos sus pecados, y derechito lo mandaron al infierno. En el infierno, Satanás —que de tonto no tiene un pelo— le negó el ingreso con un “ah, no, a este no lo aguanto y menos una eternidad”, y así fue que resultó devuelto como paquete defectuoso para desdicha de nuestro planeta azul.

El renacido, cual Leonardo DiCaprio, pero en version malrenacido, volvió con un “Oscar” en la mano, y no, no me refiero a la estatuilla dorada, sino a una foto minúscula suya mal photoshopeada, pixelada. Pero es entendible tanta torpeza debido a su ancianidad. Y para qué vamos a hablar de la casita de su perfil que era más techo que casa, ¡y del auto de colección cuya miniatura canjeó por un par de chapitas en un servicentro, cuyo collage parecía dibujado con Paint! Pobre bestia, volvió, y ya inauguró su mas reciente pataleta borrando sus publicaciones porque más de uno le cantó sus verdades.

Y colorín colorado este cuento se ha acabado... ¿o no?

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