Había llegado el día, por fin. Gustavito estaba contento de ver llegar a los invitados a su fiesta de cumpleaños número diez. Cumpleaños que además era una fiesta de disfraces. Yo veía a todos con una sonrisa en los labios. Ahí estaba, por ejemplo, ese chico disfrazado de fantasma; ese otro disfrazado de cowboy; ese otro disfrazado de extraterrestre; ese otro disfrazado de indio; ese otro disfrazado de Frankestein... Era un desfile ante mis ojos. Una maravilla.
Estaba todo listo, Gustavito ya disfrazado del Conde Drácula y, en el patio, la mesa servida con snacks y bebidas gaseosas. Los invitados eran niños en su mayoría graciosos y sociables. El cowboy con una pistola de juguete en la mano se la pasaba disparándole a todo el mundo. Hasta a mí me disparó cuando pasé por su lado. También estaba el chico disfrazado de fantasma, que se la pasaba haciendo uuuh uuuh, debajo de un pedazo de sábana. Era increíble como un simple disfraz llevaba a los niños a caracterizar el personaje. El que estaba disfrazado de extraterrestre, por ejemplo, se la pasaba solo, como si no tuviera ganas de hablar con nadie. Estaba sentado a la mesa pero sin probar bocado, solamente observando lo que sucedía a su alrededor. Me dio un poco de pena por él, pobrecito, a lo mejor se estaba tomando muy en serio su disfraz de extraterrestre.
Yo soy muy observadora, y a veces pienso que eso es un defecto. Pero bueno, mi obligación en la fiesta era ocuparme de la música y de que los snacks y las bebidas no faltaran en la mesa, y por eso no podía andar ocupándome de todos los niños y del impacto psicológico que sus disfraces producían en los demás y en ellos mismos. Además, rápidamente llegó el momento de los juegos y Gustavito pareció ser el más entusiasmado. Enseguida les dijo a todos que se pusieran en fila para jugar a buscar caramelos en el fondo de un plato repleto de harina. Yo me divertía tanto al ver a mi sobrinito con la cara llena de harina y con un caramelo en la boca. Lo mismo me ocurría con los demás niños, hasta con el cowboy, que tuvo que quitarse el sombrero por un momento y así quedó un poco menos cowboy.
El único que no me divertía era el niño disfrazado de extraterrestre, porque era raro. Me puse a observarlo mejor y me di cuenta de que no entendía de qué se trataban los juegos, ni siquiera cuando mi hermana se los puso a explicar con mucha paciencia. Además era evidente que se había puesto a jugar casi a la fuerza, por obligación. Cuando alguien quiso levantarlo de nuevo de la silla para hacerlo formar fila, el niño disfrazado de extraterrestre se negó con bastante determinación. Al final lo consiguieron, pero al formar la fila, el niño no hacía otra cosa que entorpecer el juego, ya que no se preocupaba por llevar el mismo ritmo que los demás. Así los juegos se atrazaban y ya no eran tan divertidos.
Ay, quién me manda a ser tan metida, a interesarme en asuntos que no son de mi incumbencia. Pero por alguna razón me interesé en el niño disfrazado de extraterrestre. El instinto maternal le dicen. Quería hacerle algunas preguntas y, de paso, darle algunas recomendaciones para que la pasara mejor en la fiesta de cumpleaños. Pero antes de hacer algo, se lo dije a mi hermana, como si buscara su consentimiento. Le pregunté si le parecía bien llevar a aquel niño al dormitorio de Gustavito y tener con él una charla motivadora. Además yo quería saber su nombre. Hasta ese punto me había compenetrado en el asunto. Le pregunté eso también a mi hermana pero ella no supo responderme porque el niño disfrazado de extraterrestre no se había quitado su disfraz durante toda la tarde. Cuando terminaron los juegos, yo había tomado coraje para agarrar al niño y llevármelo junto a mí hermana a la habitación de Gustavito, donde podíamos hablar tranquilos.
Entonces cometí un error, querer agarrarlo de la mano. El niño se soltó enseguida y se quedó mirándome como diciendo "qué me agarrás" o "con el permiso de quién". Eso me causó mucha impresión porque me lo había imaginado mucho más dócil. Sus manos pegajosas también me causaron impresión, como si tuvieran plasticola o algo parecido. Cuando me miré las manos para ver qué me había quedado impregnado en ellas, entonces el niño disfrazado de extraterrestre aprovechó para alejarse. Lo hizo corriendo hacia el lado opuesto de la mesa. Yo solamente lo quedé mirando, asombrada. El niño nada más me vigilaba, como si temiera que yo rodeara la mesa para atraparlo. Me di cuenta de que insistir no era una buena idea. Se lo dije a mi hermana: "este chico no quiere ni que lo toquen". Mi hermana me respondió "déjalo entonces". Pero me quedé con las ganas de hablar con el chico, a lo mejor porque yo también era parecida a él y me costaba estar en una fiesta y pasaba por rara. Tal vez por eso quería ayudarlo, para hacerle las cosas más fáciles, como no me las habían hecho a mí.
Desde el momento en que el niño rechazó mi mano, se convirtió para mí en una especie de capricho. Siempre fui así, un poco obsesiva con las cosas que se me negaban.
El resto de la tarde me la pasé vigilándolo, pobre chico. Lo veía ahí solo en la mesa. Y él también me miraba, pero yo me hacía la tonta, que para eso soy una campeona. Estaba claro que él no podía olvidarse de que yo había querido agarrarlo de la mano para llevármelo vaya a saber dónde. Por eso llegué a la conclusión de que tendría que haber sido más delicada con él. Tendría que haberle preguntado primero si quería charlar conmigo.
Después de eso, quise mirar a mi alrededor, acordarme de que existía mi alrededor. Entonces vi a mi sobrinito Gustavo jugando con los demás niños, divirtiéndose tanto, aprovechando cada momento. Sus demás invitados hacían lo mismo. No dejaban pasar ninguna oportunidad para saltar y reírse. Yo les saqué fotos. Mi hermana también. No sé, sentía que ese cumpleaños era especial para Gustavito. Diez años. La primera década de su vida se iba. Y empezaba otra nueva. Siempre me parecieron especiales ese tipo de cumpleaños, donde el cumpleañero inaugurada una nueva década en su vida, 20, 30, 40, 50, etc... Como si en ese día tuviéramos la oportunidad de cosechar lo sembrado la década anterior. Y comenzáramos el ciclo de nuevo. Ya sé que puede parecer una tontería lo que estoy diciendo pero esa sensación era la que yo tenía.
Yo era la encargada de la música en la fiesta, ya lo dije. Por eso tenía que prestar atención a que las canciones no se repitieran. Por suerte ahora existía el formato mp3 y mi única tarea consistía en cambiar la carpeta de la computadora, y listo, el equipo de música se encargaba del resto.
Justo elegí una carpeta con canciones muy movidas y bailables. Cuando los chicos escucharon enseguida salieron despedidos a bailar. No quedó ni uno solo sin mover el esqueleto. O mejor dicho sí. El extraterrestre. A él solamente le gustaba estar sentado a la mesa frente a los snacks y las bebidas gaseosas. Aunque tampoco comía nada. Lo único que hacía era juntar las manos sobre el regazo y mirar a su alrededor. Entonces volví a sentir mucha pena por él. Mucha más pena que antes. Olvidándome de todo a mi alrededor, y sin hablar antes con mi hermana, me dirigí hacia él. Me miró con una mezcla de temor y curiosidad. Pero yo no cometí el mismo error de antes. Ahora me puse de cuclillas frente a él y le pregunté si lo podía ayudar en algo. Él negó con la cabeza y yo pensé "pobrecito", para mis adentros.
Le pregunté si podíamos hablar los dos a solas, a lo que me dijo que sí. Entonces lo llevé de la mano a la habitación de mi sobrinito. Ahí me di cuenta de que el chico era tan alto y delgado para su edad. Mi hermana no se enteró de nada. Ella estaba muy atareada en la cocina, poniendo en un platito los canapés que los chicos enseguida se iban a comer. Ya en la habitación de mi sobrinito, le dije al chico disfrazado de extraterrestre que lo veía muy solito y que me gustaría ayudarlo en lo que él necesitara. Él me dijo que bueno, que necesitaba algo. Lo dijo con una vocecita apenas audible. Le pregunté si no quería quitarse la cabeza del disfraz para que yo pudiera escucharlo mejor, pero él me dijo que no quería. Enseguida le pregunté qué necesitaba, a lo que me dijo que quería volver a su casa.
Entonces me ofrecí a llamar a sus padres, pero el chico me mostró su teléfono celular última generación y me dijo que ya lo había hecho. Yo le dije entonces perfecto, solamente hace falta esperar. Después de esa breve conversación volvimos a la fiesta. Los demás chicos seguían bailando a más no poder. Entonces el chico disfrazado de extraterrestre regresó a su lugar en la mesa, frente a los canapés y los snacks. Yo no le quitaba la mirada de encima, por piedad, por curiosidad también. Me moría por saber quiénes eran sus padres.
Lo seguí observando, y me siguió llamando la atención su teléfono, parecía tan moderno que tuve la sensación de nunca haber visto uno semejante. Pero bueno, a lo mejor los padres del chico tenían mucho dinero y podían comprarle un teléfono que ni siquiera los adultos teníamos. El chico lo consultaba regularmente, como si estuviera ansioso de que sus padres lo vinieran a buscar.
Cuando estuvieron por hacerse las siete de la tarde, escuché el timbre. Mi hermana fue a abrir. Yo pensé que serían los padres del chico disfrazado de extraterrestre. Y sí, eran ellos. Lo adiviné porque eran muy altos y delgados, igual que su hijo. Intercambiaron algunas palabras con mi hermana, quien les hizo ademanes para que ingresaran a la casa. Lo primero que hicieron los padres fue dirigirse hacia el patio donde estaban los chicos. Mi hermana los acompañó. Entonces los padres vieron a su hijo sentado a la mesa, solo, y negaron con la cabeza, como si no les extrañara que estuviera ahí. Los vi caminar en dirección a su hijo, decirles algo al oído aunque yo no pude entender qué. Porque me bastaba con ver que ellos eran delgados, los tres eran tan delgados y tristes, que no me sorprendió que se quedaran sentados a la mesa, observando, solamente observando lo que sucedía a su alrededor. |