Dicen que los planetas comienzan a deteriorarse, a volverse más fríos con el tiempo, y luego se los puede ver deshacerse de a poco. Y, al fin, cuando hechos fragmentos de lo que alguna vez fueron, traspasan cierta atmósfera, se vuelven incluso más minúsculos, descendiendo casi inmateriales, como una llovizna de polvo.
A veces el amor llueve sobre nuestras cabezas, tizna nuestras frentes y rostros; abrimos la boca y lo incorporamos como ceniza volcánica; y estando allí, en nuestras manos, mudo, sombrío, desparramado, entre el ADN de lo ido, lo ignoramos de forma sistemática, como el decimocuarto carbono de la muerte.
Podemos contemplarlo así y simplemente llorar juntos, o cerrar los ojos y pensar que es polvo nada más, un poco de viento y tierra.
L.G.C. |