En la sala de espera se piensan muchas cosas, se imaginan mariposas y demonios con tridentes, a ratos se detiene la máquina procesadora y transcurren los minutos, como si el tiempo no existiera, sin ideas, tan solo respirando y en mi caso, paseándome, recorriendo el gran salón de un lugar a otro, captando la atención de algunos que en cuanto cruzan la mirada conmigo hacen de cuenta que no me estaban observando, lo cual me resulta muy gracioso.
En la sala de espera se observa a la gente que sentada se encuentra en posición expectante, con rictus enfermizo pero atenta a la llamada porque cada vez que en la pantalla aparece un nombre, una o dos personas de un brinco se ponen de pie y caminan, cambiando así su gesto de enfermedad por algo así como alegría, como si el solo hecho de ser llamados implicase sanación inmediata. ¿Yo?, yo camino, continúo paseando por todo el salón, calculo cuantas personas son ingresadas para su atención por las cinco cajas abiertas y pienso en el sentido de tener a los pacientes esperando, claramente, no es necesario que lleguen 30 minutos antes de su hora médica como se sugiere al realizar el agendamiento. Luego calculo el valor bono y la cantidad de pacientes. La salud es un negocio redondo.
Me quedé observando de soslayo a la mujer calva, su comportamiento parsimonioso y sonrisa amable, como si fuera capaz de apaciguar los mares pero sin involucrarse más allá de lo que ella misma sentencia como necesario. Me encanta la energía que expele. Siento como si ella estuviese inmersa en una burbuja protectora de cualquier peligro humano, pese a estar mezclada entre la gente sobresale, es diferente, el tiempo ya no tiene el significado que posee para el común de la masa, sin duda tiene otro ritmo de vida.
Continuo caminando, reflexiono en torno al purgatorio, puede ser porque para aquellos que hemos transitado por ahí, la vida nunca vuelve a ser la misma: se abraza al silencio, se escucha más y se habla menos, la contemplación se vuelve natural, ¡hay tanto que deja de importar!. Me hubiese gustado acercarme a ella y decirle que se mantenga fuerte, que ésto es como nadar, solo hay que aguantar el aire mientras pasa la ola, un día a la vez, aferrándose a la propia fuerza interna y cuando falta el oxígeno, acudir a aquellos que siempre están, sin importar cuándo, ni qué, están para ayudar con lo que sea, siempre. Pero no lo hice, solo la miré fijamente y cuando nuestras miradas se encontraron le sonreí.
Reflexiono en torno a lo peculiar del aburrimiento, debe ser un gran esfuerzo asirlo porque siempre hay algo que hacer, pensar, sentir. Entonces recordé mi estadía en la Unidad de Cuidados Intensivos del año pasado, nueve días sin movimiento, rodeada de cables y máquinas que indican el estado vital y si algo varía, la llegada veloz del equipo médico, las inyecciones cada dos horas, la imposibilidad de dormir de corrido. Cualquiera podría pensar que fue terrible, yo jamás reflexioné en torno a aquello. Solo me centré en el momento. Tuve la posibilidad de experimentar el dolor físico, porque el del alma, ya lo había vivenciado 24 y 14 años atrás y me di cuenta de que todo pasa, nada se perpetúa. Sin duda, los tres son momentos de inflexión.
Volví a pasar por delante de la mujer calva y pensé que probablemente, en su vida, también hubo uno o más momentos de inflexión que la llevaron a ser la mujer que es hoy.
En ese momento, aparece mi marido que estaba, a mi petición, en la cafetería, lo besé y le pregunté cómo le había ido, me contó del café y del pastel con el que decidió acompañarlo, además de la simpatía de la señora que lo había atendido, entre muchas otras cosas vanales pero importantes a la vez porque ayudan a intercambiar sonrisas mientras las manos se mantienen unidas y los dedos se entrelazan jugando unos con otros. Lo anterior hasta que mi nombre apareció en la pantalla. Era mi turno. Volteé a ver a la mujer calva, pero ya no estaba, me pregunté si tendría la suerte de sentirse acompañada y querida como yo... ojalá que sí.
Nos pusimos de pie. Mi amor tomó mi mano y juntos ingresamos al despacho del médico. |