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Inicio / Cuenteros Locales / vaya_vaya_las_palabras / Recaída en Natalia

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Mi "amistad" con Natalia era un poco peculiar, porque sobre mí recaía toda la responsabilidad de mantener viva una relación en la que únicamente yo hacía las llamadas telefónicas, escribía los mensajes de texto, y hasta enviaba las cartas. Yo era su perrito faldero, y aunque me cueste reconocerlo, aún así la quería mucho a Natalia, también la admiraba, y me sentía orgulloso de poseer el título de amigo suyo.

Claro, mi amor propio estaba bien por el piso. Pero nadie se daba cuenta de eso, y yo así era módicamente feliz. Feliz cuando iba a visitarla a su casa, feliz ante la expectativa de hablar con ella por teléfono, y feliz de escribirle largas cartas donde le expresaba abiertamente todos mis sentimientos.

Éramos muy jóvenes entonces. Natalia tenía dieciséis años y yo... No recuerdo. Pero yo era un poco mayor que ella.

A veces yo dudaba de mis sentimientos de amistad, y sospechaba que sentía por Natalia algo más que eso. Tal vez ella tenía la misma sospecha y por eso se distanciaba de mí cada vez más. Pero yo era muy bueno y cariñoso con ella y a Natalia no le quedaba más remedio que aceptarme como "amigo". Hasta ese punto llegaba mi chantaje. Así transcurrieron los años y Natalia se fue convirtiendo en una mujer muy hermosa. Hasta ese entonces jamás le conocí un novio, aunque sabía de varios jóvenes que le andaban por atrás, cosa que a ella le encantaba.

A Natalia le gustaba usar los jeans bien ajustados, sobre todo cuando la invitaban a fiestas de cumpleaños u otras reuniones sociales. Sus jeans a veces acaparaban todas las miradas, sobre todo las masculinas. Pero cuando su mejor arma de seducción fallaba, yo tenía la sensación de que Natalia se ponía a coquetear conmigo. Ese comportamiento suyo me hacía sentir fatal, porque significaba que ella me consideraba su última opción. Sin embargo, en ocasiones, era yo quien la ponía a prueba mirándola con intensidad a los ojos, solamente para ver qué reacción tenía Natalia. Pero ella se acobardaba enseguida y jamás me sostuvo la mirada.

Además de Natalia, yo tenía otro grupo de amigos, con quienes me unía una amistad mucho más sana. Cuando nos juntábamos para charlar y divertirnos, yo la pasaba verdaderamente bien, aunque por motivos que entonces desconocía, de repente extrañaba mucho a Natalia. Sentía unas ganas locas de verla o llamarla por teléfono, sin entender de dónde me nacía ese deseo.

Natalia también tenía su grupo de amigos, con quienes salía a bailar u organizaba bicicleteadas. Cuando ella no me invitaba a esos eventos, yo me moría de celos, aunque nunca le reproché nada. Había fines de semana en que yo me quedaba solo, entonces me ponía a reflexionar en por qué la quería tanto a Natalia. No sé. Ella tenía algo especial en la mirada, también en la voz, pero sobre todo en la mirada, algo así como un remanso de paz que a mí me hubiera gustado tener o compartir. No sé, era eso, o tal vez sencillamente Natalia.

El tiempo siguió pasando y yo me puse en pareja con Ana María, mientras que Natalia se casó con un tal Osvaldo. Para ese entonces ya habíamos dejado de vernos y la distancia entre nosotros se hizo gigante. Yo había dejado de ser su perrito faldero, dejé de llamarla y de mandarle mensajes de texto. Y como sucede en estos casos, también perdí su número telefónico, y evidentemente Natalia perdió el mío. También me mudé lejos. Y jamás volví al barrio. Me gustaba mi nueva vida, no porque estuviera lejos de Natalia, sino porque me bastaba con todo lo que Ana María me daba. Además yo tenía un buen empleo y me iba de vacaciones todos los veranos. Mis padres aún vivían. Mi hermana estaba felizmente casada y pronto me daría mi primer sobrinito. De repente me aumentaron el sueldo y me compré un auto... Así pasaron los años, siete felices años para ser más exacto.

Una mañana estaba yo desayunando en la cocina, Ana María se había ido al trabajo, en la ventana había un hermoso sol de primavera, el gato maullaba contento. Mi cabeza estaba en no sé qué pensamientos, hasta que de pronto sonó un mensaje de WhatsApp en mi teléfono. Era un número desconocido pero la foto era de Natalia. Sí, increíblemente de Natalia. "Adiviná quién soy", decía su mensaje. Le respondí enseguida con un audio. Ella hizo lo mismo. Su voz estaba intacta, igual que hacía siete años. De golpe me acordé de todo aquel tiempo. Natalia me dijo "no me llamaste nunca más, eh". Yo le respondí que mi vida era un caos y que andaba a las corridas. "Mentiroso", me dijo riendo Natalia.

Quedamos en vernos la semana siguiente en un bar del Centro. A pesar de que Ana María era de opiniones modernas y liberales, yo me guardé el secreto. Sentí remordimiento de esconderle eso a Ana María, sobre todo cuando esa noche hicimos el amor mientras la voz de Natalia se me cruzaba a ráfagas por la cabeza. Pero yo no tenía más intenciones que encontrarme con Natalia para recordar viejos tiempos. ¿Qué había de malo en eso?

Cuando llegó el día, me vestí sencillamente, nada de camisa y perfume importado. Me imaginé que Natalia iría con sus típicos jeans ajustados aunque ahora tuviera algunos kilitos de más. Por alguna razón, yo me sentía nervioso. Me fumé tres cigarrillos antes de llegar al bar del Centro, el cual estaba prácticamente vacío a esa hora. Natalia todavía no había llegado.

Diez minutos después la vi entrar por la puerta. Me levanté de la silla y nos dimos un fuerte y prolongado abrazo. Ella olía muy rico y efectivamente traía unos jeans súper ajustados. Nos sentamos y entonces ella me tomó de la mano. "No puedo creer todo el tiempo que pasó, te ves genial", me dijo. Yo le regresé el cumplido. Después nos pedimos un café y nos pusimos a recordar viejos tiempos, de los cuales nos reímos mucho. Ella parecía tener una memoria prodigiosa porque recordaba detalles que a mí ya se me habían olvidado. También recordó mis llamadas telefónicas y mis cartas, dijo que le habían hecho muy bien en su momento.

Los viejos tiempos... Que según su punto de vista habían sido muy buenos, mucho mejores que los actuales. Cuando dijo esto, vi que bajaba un poco la mirada y agachaba la cabeza. Le pregunté si estaba todo bien, a lo que ella respondió que más o menos. Me contó que estaba atravesando por una profunda crisis matrimonial y que tenía serias sospechas de que su esposo le era infiel. Suspiró. Y yo la vi como de repente se avejentaba.

Durante unos breves segundos nos quedamos mirando. Solo eso, mirándonos. Después seguimos charlando hasta que nos dimos cuenta de que estaba por anochecer y teníamos que despedirnos. Le pregunté si quería que la acompañara hasta la parada del colectivo, a lo que ella dijo que tenía que tomarse el subterráneo. Yo también, le dije. Y fue una feliz coincidencia, porque fuimos charlando animadamente a bajar por las escaleras. Había mucha gente a esa hora en los medios de transporte. Hicimos malabares para ingresar en un vagón, logramos colgarnos del pasamanos pero sin querer quedamos frente a frente, nariz contra nariz, los cuerpos cada vez más apretados.

Y a medida que el subterráneo avanzaba en su viaje, la gente seguía entrando más y más a nuestro vagón. Con Natalia estábamos tan apretados que podía sentir el perfume de su aliento, que olía a menta. Desde que la conocí, nunca habíamos estado así de cerca.

En ese momento tuve una especie de flashback, recordé a aquella Natalia de la adolescencia, la que no me podía sostener la mirada cada vez que yo le clavaba mis ojos en los suyos tan intensamente. Aquella Natalia tan diferente a la de ahora, a esta Natalia que sí me sostenía la mirada mientras viajábamos en subterráneo; a esta Natalia que besé profundamente mientras el mundo se detenía a nuestro alrededor, a pesar de que estábamos tan apretados en medio de tanta gente.

Cuando terminamos de besarnos, ella se bajó casi corriendo del vagón. Y mientras se alejaba por el andén sin mirar atrás, yo pensaba en si haría bien en llamarla por teléfono, en mandarle un mensaje de texto, o en escribirle una carta.


Texto agregado el 27-10-2025, y leído por 39 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
27-10-2025 Que buen cuento,todo lo que no fue,llegó a este momento en que un beso fue ese lazo profundo que los unió en este presente. No se si esto llego a ser más que ese beso,pero queda ese final abierto que también abre la imaginación . Me encantó Un abrazo Victoria 6236013
27-10-2025 Creo que el final no escrito es evidente: él no resistirá la tentación y tendrá un affair que igual queda en mera aventura o rompe con su matrimonio, según hacia donde derive la pasión. Gatocteles
27-10-2025 El texto me gusta, pero al final nos dejas un sabor amargo, queda la duda y a la vez el temor y quizá luego el remordimiento, no sabemos si olvidaste que nunca te quiso y la volviste a llamar o... puedo imaginar cientos de finales. Me encantaría saberlo, soy curiosa jajaja. Saludos. ome
27-10-2025 3. Lo lindo del texto es que no juzga, simplemente muestra. Muestra lo fácil que es confundir cariño con necesidad, amor con costumbre. Y deja ese sabor entre dulce y triste, como una canción vieja que uno vuelve a poner sin saber por qué. kone
27-10-2025 2. También habla del deseo como algo que insiste, que regresa aunque uno crea haber pasado página. Ese beso en el subte no es una traición, es una recaída en la nostalgia, una manera de comprobar que algo sigue vivo adentro. kone
27-10-2025 1. Este texto tiene algo en verdad, muy humano. Me hizo pensar en lo que suele decir Gabriel Rolón: que a veces uno no vuelve a una persona, sino al lugar emocional donde alguna vez se sintió querido. Eso le pasa al protagonista: no busca tanto a Natalia como al recuerdo de sí mismo cuando la tenía cerca. kone
 
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