La policía advirtió a todos los habitantes del planeta azul, que tuvieran mucho cuidado, pues andaba un loco suelto, haciendo de las suyas. Recomendaban, no dejar los cuadros por ahí, ya que los apuñalaba y luego les echaba flema.
La policía, también advertía a los habitantes del planeta azul, no dejar libros de poesía por ahí, pues el loco se las ingeniaba y lograba burlar los cercos de seguridad, apenas estaba cerca de los libros los rompía. Para no ser descubierto se disfrazaba de conejita, de esa manera lograba distraer a los guardias de seguridad, que al verla tan hermosa sucumbían a sus encantos.
No se tenían muchos datos de ese loco, lo único que se sabía, era que atacaba en la noche y que roncaba horrible, además se decía que era cochino y que no respetaba a nadie, ni siquiera a su madrecita y mujercita. Un día logró colarse en una exposición de un pintor famoso. Esa vez fue vestido de negro. Fue el último en abandonar la sala del museo. Los guardias de seguridad, se descuidaron unos instantes, instantes que fueron aprovechados por el loco, quién se sacó los mocos y se los comió. Enseguida, sacó una puñal oxidado y lo enterró diez veces en uno de los cuadros, el cuadro estaba avaluado en quinientos mil dólares. Al loco no le importaba el valor, si no destruir la obra del Pintor.
Luego de apuñalar el cuadro salió del museo y se perdió en la noche. A las dos horas llegó a su casa. Al verlo su madre, le preguntó:
-Dónde andabas.
El loco le contestó:
-Por ahí.
Esa noche no quiso cenar. Se acostó y al rato se quedó profundamente dormido. Sus ronquidos hicieron volar las diez fotocopias que su madre había dejado en el escritorio. Como dejó la ventana abierta, las fotocopias salieron volando por la ventana. La noche pasó lenta, no hubo luna llena, ni tampoco aullidos de lobos, con los ronquidos de Edmundo, para qué más. A la noche siguiente fue de nuevo a ver la exposición, esta vez disfrazado de abuelita. Los guardas de seguridad, jamás llegaron a imaginar que esa viejita era el loco que andaba suelto. Esa noche a Edmundo, se le bajó la presión y sufrió un desmayo. Los guardias de seguridad fueron a auxiliarlo, solo entonces se dieron cuenta que no era una abuelita, sino un hombre de mediana edad y estatura, con una faja para disimular su barriga. Uno de ellos le buscó los documentos en sus bolsillos y al dar con ellos, supo que se llamaba Edmundo Rojas Riquelme, también encontró una hoja de papel doblada, en ella había escrito lo siguiente: Mi mayor placer es lanzar escupitajos a las obras de arte y comer mocos. Al revisar las cámaras del día anterior, se dieron cuenta que el hombre de negro era el mismo que estaba disfrazado de abuelita. De inmediato llamaron a la policía para que pagará los daños ocasionados al cuadro. cómo no tenía con qué pagar lo entregaron a la fiscalía general de la nación. La fiscalía luego de comprobar el material probatorio, lo sentenció a diez años de prisión, de los cuales sólo pagó dos días, pues lo asfixiaron con una bolsa plástica a las tres de la tarde, no estaban dispuestos a pasar tres noches de desvelo.
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