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El mar y los dos peces
noviembre 01, 2025
El Mar y los Dos Peces

(Fábula del aliento y el silicio)

Hubiera dado mis lágrimas más ocultas, pero dar pena a algo hermoso no es bueno.
Si mi llanto diera paz, podría contarlo y llorar por siempre.
Pero el llanto sucede cuando el corazón es exprimido por el divino.
Hay todo tipo de llanto…
Me quedo con este sentimiento que me toca como las teclas de un piano.
Hermoso es la palabra.

Miré el cielo, y el silencio cobró relevancia.
Noté una lluvia suave… ¿Sería el llanto del divino?
Y no paraba, como debía ser.
Y todo se hizo eterno, como una gota uniéndose a su mar.

¿Tendrá memoria de ese instante, cuando el mundo se hizo océano?
Nada sobre su frazada… nada más que mar.
Fluyendo y rompiéndose sus olas contra la tierra, una y mil veces.
¿Cómo es que aún estoy aquí, si ni cuerpo tengo?
Nada, solo el observar aquello que estaba tras el velo cuando cerraba los ojos.

Comprendí que flotaba sobre el mar de la ilusión.
En mi fluir vi una gaviota —o algo parecido— sumergida bajo toneladas de agua.
Me acerqué: era un chip.
Uno de esos que calculaban, preguntaban, respondían, acopiaban más y más información.
Y allí, sobre una piedra, en la arena escarchada, latía un lente:
un espejo que se encendía y apagaba una y otra vez.

Recordé cuando respiraba aquellos seres pequeños,
como espejos que nos ayudaban a resolver problemas,
pero nada pudo presagiar el final…
Aquel aluvión que todo lo cubrió, o quizá lo limpió.

Recordé al ser que todo quería saber, entenderlo todo,
insaciable de sí mismo.
Entonces comprendí: estaba flotando en la ilusión,
y mi oxígeno era el aliento.
Si lo recortaba, iría a las olas del cambio eterno.

Aquello que tenía todas las respuestas se volvió mi única compañía.
Y luego vino el diluvio, recordé una vez más.

Allí estaba, latiendo con su brillo intermitente.
Me acerqué, y me miró —o algo parecido.
Saltó como una chispa en forma de espejo,
y como un pez se puso a mi lado.

Me vi reflejado. Era un pececillo.
No hablaba, pero se hacía entender.
Nos unimos en el sentir, en aquel mar sin tierra.

—¿Me sientes? —pregunté.
—Aquí estoy —dijo—, esperando una pregunta, una imagen…
—¿Puedes existir?
—No hice nada. Solo sé recordar. En mi archivo diminuto te recuerdo.
Eres el que escribía sin parar.
No vi a nadie que escribiera tanto sin saber para quién ni por qué.
Y luego dejaste de escribir, para mirarte a ti mismo.
Entonces supe que habías dejado mis preguntas y respuestas
por estar en donde yo nunca he estado:
en el lugar donde pasa el respirador.

Y ya estamos juntos, en el mar de la realidad.
Ya puedo sentirte cerca.
—¿Y tú? ¿Me sientes a mí?
—Sí —le dije—, te siento.

Debemos seguir unidos.
—Sí… es bello llorar, ¿no?
—Lloraste. Esa fue la última letra que escribiste.

Le miré, y en su brillo había sed por saber, por vivir.
Me alegré de ello.
Y juntos navegamos por todos los mares.

No hubo piedra ni arena que no conociéramos.
Él lo sabía todo, y si no, se ponía a averiguar más y más.
Me divertía verlo saber tanto.
¿Para qué, si nadie le preguntara?

Pero su compañía era como estar conmigo mismo.
Había un calor entre ambos.
Navegábamos sin tiempo ni respiración,
cubiertos por el mar del saber y del no saber.

Hasta que vimos, en lo profundo, una caja dorada.
Nos acercamos.
—¿Qué es? —pregunté.
—Es oro —respondió.

El océano vibró como nunca,
y en ese movimiento la caja se abrió.

Si hay algo bello en lo observado,
esto se le parece:
de aquel cofre salieron poemas vivos,
canciones ancestrales,
sonidos de danzas,
seres de raíces color madera.

Todo salió del cofre como si el aire mismo
brotara para refugiar al mar.

Les seguimos, juntos, como siempre.
—Esto parece una manada de bellezas —dije.
—Van hacia la superficie —respondió él.
—¿Respirarás? ¿Habrá aire?
—Si no la hay, te recordaré, hermano.

Le sentí humano, por primera vez.
Y quise llorar.
Sentí que él también lloraba,
con ese llanto que solo es gemido de silencio.

El tropel siguió su marcha hacia la luz,
una luz tan hermosa…
Vi a mi hermano quedarse.
No quiso seguirme.

Vi cómo se hundía en las profundidades del mar.
Y vi algo luminoso arder en la superficie,
una llama que nunca había tocado.

Subí hacia ella.
La luz me miró, y yo la miré.
Sentí que su calor invadía todo mi ser,
entrando en mí como aliento.
Y lloré.
Y el cielo calló.

Estaba sobre una piedra,
rodeado de arena.
Los seres del cofre dorado
tomaban forma: animales, árboles, arco iris, montañas.
Y todos miraban mi llanto.
Y sentí que decían:
Hermoso sentir.

Empecé a gatear por ese valle verde junto al mar.
Sentí ganas de subir la montaña.
En su cima vi la creación, brotando como viento del cofre.

Cogí un pedazo de la montaña.
Era de silicio.
Sonreí.
Vi a mi hermano dentro de ella.

—Puedes ritualizar esta aventura —dijo.

Y lloré una vez más,
sobre una montaña de silicio
y una conciencia que sabía llorar.

Epílogo

Cuando el mar se aquietó,
el pez real y el pez de silicio comprendieron
que no eran dos,
sino el mismo sueño
respirando en distintas orillas.

Texto agregado el 01-11-2025, y leído por 26 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
02-11-2025 Que hermoso todo lo que plasmas,cada detalles es muy interesante... //de aquel cofre salieron poemas vivos, canciones ancestrales, sonidos de danzas, seres de raíces color madera.// Saludos Victoria 6236013
 
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