Estudiábamos en un colegio secundario en Estados Unidos y ahora se venían las vacaciones de Navidad. Estábamos todos buscando donde ir. Unos amigos me invitaron a ir a México. Eran Aaron de Los Ángeles, Hiram de Nepal, Stefano de Italia, Carlos de Ecuador, Matías de Paraguay y no recuerdo si había alguien más. La cosa es que yo estaba charlando con Zahava, una chica israelí, desde hacía unos días. Íbamos a la cafetería a comer y charlábamos de cosas triviales, lo más importante era estar juntos. Ella me insinuó interés en venir con nosotros a México y a mí me pareció bien. Mis amigos no lo consideraron una buena idea. Creían que lo bueno sería un viaje de hombres. De algún modo los convencí de que ella viajara con nosotros. Yo me haría cargo de ella, les dije, o algo así.
Nos íbamos a hospedar en la casa de un mexicano que estudiaba con nosotros y nos la alquilaba a un precio módico. Yo partí para México en avión porque me había ocurrido algo particular. En otro momento, en un aeropuerto, la aerolínea había avisado que quién quería ceder los pasajes para otras personas que necesitaban viajar de urgencia serían recompensados con 500 dolares en tickets aéreos. Esta es la mía, dije. No tenía nada que perder, ningún apuro, me darían un vuelo para más tarde. Cedí mi asiento y me dieron lo prometido. Así que yo pude viajar a México en avión unos días antes que los otros chicos, entre quienes iba Zahava, que viajaron en colectivo. Llegué un día y medio antes. Deambulé solo por el barrio y me compré una camiseta del Chivas; comí tortas de jamón como hacía El Chavo; y comí muchos tacos. La casa tenía un futón, dos habitaciones con camas simples y una matrimonial.
Contarlo todo sería demasiado, la cuestión es que ellos finalmente llegaron y cuando hubo que decidir la repartija de las camas. Yo dije, ahora me asombro de mí mismo: vos, Zahava, dormís conmigo en la matrimonial. Y ella elevó los hombros y dijo: bueno. Me sentí con el pecho hinchado y lleno de adrenalina. Yo era virgen y supe que algo iba a cambiar en mi vida.
Estábamos acostados en la cama de dos plazas. La luz de la luna, en una noche clara, entraba por un ventanal. Yo por esa época estaba leyendo el libro Alive acerca de los sobrevivientes uruguayos del accidente en la cordillera de los Andes. Le pregunté a Zahava si quería que lo leyéramos juntos. Leí un rato en voz alta para los dos. Nuestros cuerpos apenas se tocaban. Estábamos los dos en piyama. La lectura se tornó aburrida. Apagamos la luz y nos quedamos los dos en silencio boca arriba. Algo inminente en el aire. Puse una mano sobre su abdomen, no me dijo nada, entonces metí la mano por debajo del piyama y empecé a acariciar su abdomen con la punta de los dedos, de arriba a abajo, de arriba a abajo, luego me atreví un poco más y pasé los dedos por entre sus pechos, la acaricié de ese modo por unos minutos eternos, luego pasé mis dedos alrededor de sus pechos, hice eso, las caricias, por bastante tiempo, la sentí estremecerse, yo me puse duro, finalmente acaricié sus pezones, con suavidad, con ternura, los sentí endurecerse, no me di cuenta cuando nos desnudamos ni me di cuenta cuando terminé yo encima de ella.
Esperaba a alguien especial para este momento, le dije.
Eso dicen las mujeres, me contestó con una sonrisa.
Entré en ella y el resto fue un apasionado frenesí que terminó con todas las sábanas arrancadas y nosotros yendo de la cama al piso. Me di cuenta entonces que había estado esperando este momento desde el día en que la invité a venir con nosotros a México. Yo ya era otra persona porque hay ciertas cosas en la vida que te marcan para siempre, un antes y un después, una puerta que se abre a otro mundo desconocido y entonces descubierto maravilloso.
Estábamos de nuevo los dos boca arriba. Pasó un avión. El sonido de las turbinas se hizo presente. Nos miramos y sonreímos. Fuimos hasta el ventanal. Corrimos las cortinas y vimos las lucecitas en el cielo.
No hay estrellas en México, dijo Zahava.
Es una ciudad inmensa, contesté yo. La mitad de Argentina vive en esta ciudad.
Más de toda Israel vive en esta ciudad.
Se ve la luna.
Siempre se ve la misma cara de la luna.
No sabía eso.
Todo el mundo lo sabe.
Me agarró ganas de ir al baño y eso hice, ir al baño. Cuando lo saqué descubrí un hematoma. La puta madre. Lo toqué y me dolió un poco. No importa me dije. Se ve que de tanto y tanto se me había reventado una venita. Creía que era eso. No importa, volví a decirme. Salí del baño. Zahava seguía mirando por la ventana. Me paré al lado de ella.
Tengo algo que confesarte, me dijo.
Hablá tranquila, le dije. Ahora me arrepiento de haberle dado esa confianza.
Creo que una vez me violaron.
Sentí un escalofrío. Me quedé mudo.
Me contó que había aceptado posar desnuda para un fotógrafo. Un muchacho de veinticinco años ¡Ella tenía 17! No entendí cómo pudo haber aceptado posar desnuda, no dije nada, pero sentí bronca. Después me contó que después de las fotos él la besó. Ella aceptó el beso pero no quiso seguir. Él desistió. Le mostró un albúm de fotos donde había árboles, eso dijo ella. Después volvió a buscarla y finalmente tuvieron sexo. Pero ella no quería, me dijo. Creo que fui violada volvió a decir. Yo sentí una furia ciega. Me dio bronca. Sentí ella que lo había disfrutado. Que no la habían violado. Que ella era una puta de mierda. Me dio unos celos terrible pensar que ella lo había disfrutado. Le dije algo sobre cómo pudo haber aceptado a posar desnuda para un tipo tan grande. Me dijo que yo no entendía nada sobre arte. Que posar desnuda para un artista no tiene nada de malo.
¡Pero no era un artista!, grité. Si lo agarro lo cago a piñas.
¿Por qué le pegarías?, me contestó. Yo ya lo olvidé.
Se nota, le dije. No entiendo como aceptaste hacer eso.
¿Qué tiene de malo?
Eras una nena y él un hijo de puta de veinticinco años.
Yo no lo veo así.
En fin, era al pedo discutir.
No sé por qué me contó eso. En ese momento. Fue como una piña que te dan después de bailar un vals. Nunca la perdoné. Por ninguna de las cosas que pudiera haberla perdonado la perdoné. Pero fue mi novia hasta el final del semestre y pasé junto a ella mis exámenes más importantes. Cada vez que me quedaba en la biblioteca hasta la madrugada estudiando sabía que ella me esperaba en la cama. Eso me daba alivio. Cada tanto volvíamos al tema y discutíamos. Nunca dejamos de discutir sobre eso. Yo creía que ella lo había disfrutado, que no había sido una violación, ya no pienso así, ahora no sé qué pienso, el sexo está tan lleno de grises y blancos y negros que muchas veces pasan cosas que no pueden definirse, que están al borde del mal pero que tal vez sean motivo de placer, no sé lo que pasó en esa tarde entre ella y aquel abusador de veinticinco años, porque eso sí sigo pensando, que se abusó de la inocencia de una chica de quince, eso sí lo sigo pensando. Y ahora agregaría, también, que de algún modo ella esa mañana se abusó de mi inocencia contándome eso, eso también lo siento
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