Almendra

Almendra llegó a nuestras vidas en el año 2014, tenía tres meses de edad y había ingresado al patio de la casa de mi hermano enfrentando a una hembra labradora territorial. Le hizo frente siendo una cachorra y eso la posicionó ante mis ojos como una perra valiente... bué, un poco loca también.

Mi hermano comenzó a buscarle un hogar y mi marido y yo habíamos manifestado la idea de tener un perro. En cuanto Almendra nos vió, no se separó de nosotros, literalmente hablando, como si supiera que estábamos indecisos acerca de su adopción. 

Almendra era una hembra alfa (de personalidad dominante, líder de la manada) por lo cual en ocasiones se tomaba atribuciones que nos hacían reír. Teníamos la creencia de que no sabía que era perra y se creía humana, era genial, divertida, celosa e inteligente. Entendía muchas palabras, sabía cómo darse a entender con gestos, nos llevaba al lugar en donde estaba aquello que requería o que quería que notáramos. 

Fue nuestro primer amor perruno.

Le encantaba andar en auto, llamar la atención de la gente, parecía que se estaba riendo, siempre. Se las ingeniaba para ser el centro de la atención y hacerse notar entre Rufo y Negro (sus dos hermanos perrunos), ella era la reina de la manada y hacía lo que quería con los dos machos. 

Abría con sus patas la puerta de la cocina y se quedaba afuera, dejándo que Rufo y Negro entraran primero para ver que tipo de recibimiento tenían. Generalmente, les decíamos: "¿y a ustedes quién les dió permiso para entrar?... ya vengan", solo en ese momento ella aparecía. Las pocas veces que les ordenábamos salir ella se alejaba como diciendo: "estos perros desobedientes, no se saben comportar como yo".

No sabemos bien en qué momento dejó de dormir en el patio y comenzó a hacerlo dentro de casa con nosotros. En un primer momento en el suelo, luego en la cama de la habitación de alojados y finalmente en nuestra cama.

Su cara lo decía todo, la tristeza en sus ojos cuando mi marido y yo nos besábamos, su seriedad cada vez que nos tomábamos la mano y ella con su pata las separaba para que ambos le hiciéramos cariño. 

Como todos los domingos, salimos de paseo, en la tarde comenzó con tos, la llevamos al veterinario. Esa noche, prácticamente no dormimos, mi marido se quedó con ella al día siguiente, después del almuerzo la llevó nuevamente al veterinario porque los medicamentos no le hicieron efecto. La dejaron hospitalizada. Cuando llegué del trabajo, llamé a la veterinaria para ir a verla y saber su pronóstico. Estaba sufriendo y lo más probable es que no lograra reponerse y si lo hacía iba a quedar tan delicada de salud que en cualquier momento, ante un esfuerzo o mal rato, podría sufrir un infarto porque tenía una falla cardiaca grave. Le propuse a mi marido dormirla, como último gesto de amor.

Cada vez que la extraño, cierro los ojos y la veo corriendo y saltando por el patio, subiéndose a los muros, exigiendo cariño, riéndose... incondicional, fiel, amorosa, auténtica, compañera, sí, la mejor compañera que he tenido en mi vida. Esa era nuestra Almendra.

Gracias por todo, Amendrita querida.

(Noviembre de 2013-02 de junio de 2025)