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EL PUNTO BLANCO

Hace muchos años —más o menos veintidós— escribía en diferentes páginas literarias. Todos eran cuenteros, y yo me sentía en mi lugar. Escribía mucho, y algunos de mis textos rozaban lo fantástico; casi me sentía poseído por las musas.

Una tarde de verano recibí un comentario extraño.

—Hola, ¿cómo te va?
—¿Quién eres? —pregunté.
—Blanco —respondió.

Me causó gracia su nombre. Sin saber cómo continuar la charla, le pregunté qué opinaba de mis cuentos. Tardó en responder. Veía en la pantalla el latido del punto que anuncia una respuesta, y cuando al fin llegó, dijo:
“Son buenos. Se nota que buscas reconocimiento. Validación.”

Sus palabras, tan francas, me hirieron el orgullo. Quise demostrarle mi talento, así que le envié mi mejor cuento.
Pasaron horas. Al día siguiente solo recibí un mensaje:
—Hola.
—Hola —respondí.
—Lee este relato, por favor. Espero que te guste tanto como a mí.

Abrí el archivo que me había enviado. Aún recuerdo su comienzo:

> “En un tiempo muy lejano, la humanidad —tras enormes guerras y la falta de alimento y agua— buscaba un nuevo hogar. Los grandes gobernantes del mundo enviaron una nave al cielo con un solo ser humano, seleccionado por las mejores mentes de la Tierra...”

El hombre viajó durante años por el cielo oscuro hasta encontrar, en una constelación lejana, un planeta completamente blanco, tan blanco como una hoja de papel. Observó luces que titilaban, movimientos. Pronto comprendió que el planeta estaba lleno de seres extraños: insectos guerreros que se enfrentaban sin tregua, devorándose entre sí.

El viajero, cansado de la violencia, continuó su ruta por el universo. Décadas después, recordó aquel planeta y regresó. Todo seguía igual: guerras interminables, exterminio. Hasta que solo quedó un insecto.
Y ese insecto, incapaz de soportar la soledad, comenzó a devorarse a sí mismo hasta desaparecer.

Entonces el humano descendió. Apenas tocó el suelo, el blanco empezó a absorberlo lentamente, hasta tragárselo por completo.
El planeta quedó otra vez vacío, blanco como una hoja de papel recién abierta.

Cerré el archivo. No supe qué decir. Por orgullo guardé silencio, pero algo en mí cambió. Seguí escribiendo, intentando algún día alcanzar la perfección de aquel relato.

Los años pasaron. Aprendí, olvidé, volví a escribir. Hasta que una tarde, mientras tecleaba, apareció un mensaje en la pantalla:

—Hola, ¿cómo te va?

Y junto a la frase, un punto blanco que latía una y otra vez.

Texto agregado el 04-11-2025, y leído por 31 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
06-11-2025 Volverá a tragarse al hombre? misletras
05-11-2025 Interesante cuento circular. Con un tema que no pierde actualidad. Cinco aullidos blancos Steve
 
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