Élla fue la cuarta de una unión paralela al matrimonio de su padre. Y de niña al mirar hacia la izquierda veía tres cuerpos en progreso que pronto serían una competencia desleal, pero a la derecha, su hermano sería un territorio néutro. Aúnque, intuyo, qué él estaría más cercano por su empatía con la desventaja. Y así fue.
Y el tiempo imparable puso en marcha el destino: La mayor, Julieta, optó por quedarse en su campo de orígen. Tal vez, porque las dos siguientes se habían adelantado a un desarrollo físico, que ya pintaba rasgos de leyenda. Y la segunda, Venecia, fue sorprendida por un esbozo corpóreo a destiempo, que disparó el morbo masculino de nuestro vecindario.
Pero la tercera, con su promesa mixta, ya fué recogida en un intento fallido de exorcismo. Y que, con lo suyo, encendió disputas que fraccionaron algunas amistades. Entonces, llegó la cuarta, con el histórico bajo perfil, que la enclavó en la historia. Y La ví volar con pies truncados en alas, seguidos por libros de menor vuelo que su entrega.
Porque fue una época que forzó tánto al patriotismo, que sólo poderosos dotes estéticos, podrían haberle frenado su visión ante la injusticia. Y sé tornó tán violenta la persecución en su contra, que las de su nivel de consciencia, tuvieron que irse al anonimato. Y, desde la sombra fue arrancada a tiros, para encerrar a lo que su silencio le había reducido el cuerpo.
Sin embargo, una noche el mundo hizo crecer la decisión de nuestro pueblo. Y sin que huyeran los opresores, las cárceles se vaciaron para caminar hacia un obligado punto de encuentro. Lugar de comprobación y punto que quebró esperanzas, para convertilas en fatales noticias, incluida, la que un día me tocó darle a su madre.
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