Unos minutos después, Daniel entra en la cafetería de los Terries, respirando agitado. Sus ojos recorrieron el lugar, cuatro mesas con sus respectivas sillas, un desayunador al fondo y una pequeña cocina escondida tras una cortina.
Paul salie secándose las manos con un trapo. Marla lo sigue atenta.
—Este chamaco me recuerda a mi tío —dijo Paul, sin dejar de mirar al recién llegado.
—¿Al de la joroba que baila? —preguntó Marla, alzando una ceja.
—No.
—¿El que chupa la comida y la escupe?
—Tampoco.
—¿El homosexual que se vende?
—¡No! Al que fuimos a ver en el festival.
Marla se quedó pensativa unos segundos.
—Ah… el que es alérgico a la tierra.
—Ese mismo —asintió Paul, muy serio.
Daniel tiene una duda, intenta sumarse a la conversación.
—¿Tiene un tío con una joroba que baila?
Ambos lo miraron con extrañeza, entrecerrando los ojos. Ellos esperan algo más de Daniel.
—Disculpen… quería preguntarles cuándo pasa el autobús. No recuerdo el horario. Debí irme ayer.
Marla se le acercó con un tono más cálido.
—Tranquilo muchacho… pareces como si hubieras visto un fantasma.
Daniel bajó la mirada, aún recordando el comentario de Palermo.
—Solo necesito saber eso. Incluso puedo ayudar. No me molesta dormir aquí. El piso es mi mejor amigo.
Marla se voltea hacia Paul, murmurando con tono de sospecha.
—Tiene síntomas de mamitis aguda… como aquel tío tuyo que dormía con su madre desnudo.
—Prefiero a mi tío —respondió Paul—. Este seguro tiene garrapatas.
Daniel levantó la voz.
—Disculpen… puedo escucharlos.
Marla cambió el tono de inmediato. Ella se dirige a Daniel con ternura.
—Ok, rarito.
—¿Rarito? —repitió Daniel, curioso.
—Ella quiere decir psicópatico —intervino Paul.
—¡Dije amiguito! —aclaró Marla, nerviosa.
Daniel intenta hablar, pero ella lo interrumpe otra vez.
—El próximo bus sale por la mañana, y no te puedes quedar aquí. Somos dos personas casadas que necesitamos nuestro espacio… para reencontrar la llama perdida.
Paul traga fuerte.. Ella le devolvió una sonrisa traviesa.
—Voy a buscarte una sábana, así estarás más cómodo muchacho. —dijo él, antes de dar media vuelta.Marla lo detuvo con una mirada, pero en ese instante algo llamó su atención por la ventana.
—¡Daniel! Acaba de pasar un hombre por la calle. ¡Seguro es otro visitante! Apresúrate, sal a ver.
Daniel se giró rápidamente y salió de la cafetería. Marla fue tras él y cerró con seguro la puerta, por si regresaba.
En la calle, el calor se sentía más denso. Daniel mira hacia los lados hasta que vio a un hombre delgado caminando con elegancia: chaleco marrón, camisa negra, maletín de cuero y un sombrero de ala redonda. Su pelo era corto y canoso, con bigote perfectamente recortado.
Daniel se acerca con cautela.
—Saludos señor. Soy Daniel Crisco. Estoy de paso por aquí.
El hombre se quitó el sombrero con respeto.
—Mario Barner. A su servicio, joven Crisco.
Mario miró a su alrededor, luego a Daniel.
—Disculpa, el aire aquí es espeso. Vine todo el camino en mi carro, pero siento que el sudor me viene más de caminar que de conducir.
Daniel notó un auto estacionado a la distancia.
—¿Ese es suyo?
—Un Benz Pareifal. Una magnífica invención del año 1902.
—Debe usted tener bastante dinero.
Mario soltó una risa seca..
—No puedo asumir dinero que no tengo. Pero digamos que estoy involucrado en el movimiento de la clase alta. Un hombre digno de crecer con su nación. Esta tierra que ves… algún día será puro asfalto y edificios. La tecnología avanza, y como mi piel… no espera por nadie.
Daniel sonrie, aunque no entendía del todo.
—Usted debe de venir de buena familia.
Mario le ofreció la mano.
—Doctor Barnes. Mario Barnes. A tu servicio.
Al estrecharla, Daniel notó la suavidad de su piel. Se la frotó, extrañado.
—Sus manos… son suaves. Como telas caras de seda.
Mario soltó otra carcajada seca. Mira sus manos como si contaran su historia.
—Estas son las manos de un hombre nacido en cuna de oro. Mis padres fueron doctores. Mi abuelo, arquitecto de una gran ciudad. Un idealista, con la capacidad de ser presidente.
Mario se inclina un poco, como si compartiera un secreto.
—Después fue gobernador, luego senador, y por último… la mano derecha del vicepresidente. El nombre… te lo dejo de tarea.
Daniel intenta seguir el hilo.
—Después de las matemáticas… la rama de historia, no era mi fuerte.
Mario lo mira con una mezcla de compasión.
—Ah… sin ideas, iluso, perdido. La carta de Gerónimo no mentía.
Daniel se sorprende.
—¿En serio?
Mario ignora y señala un edificio al otro lado de la calle.
—Allí está mi consultorio.
Mario cruza la calle y llama a Daniel con un buen gesto.
—Ven, joven Crisco.
Caminaron juntos hasta un local con un cartel colgado sobre la puerta que dice “Doctoria”.
—No existe palabra más fallida que esa. “Doctoria”… debería quitarla de una vez, trate de nuevo, use su cabeza Joven Crisco.
Mario lo mira, como si no espera mucho de él.
—¿Cree que fui yo quien escribió eso? —preguntó Daniel, sobresaltado.
Mario no le respondió directamente.
—Tranquilo. No discrimino la ignorancia ajena.
Daniel saca una llave, el abre el consultorio .. Daniel echa para atrás, mirando de nuevo el cartel. El mira hacia la dirección de los amish, pensando que fue Palermo el autor del letrero. |