TU COMUNIDAD DE CUENTOS EN INTERNET
Noticias Foro Mesa Azul

Inicio / Cuenteros Locales / XZEPOL / PRINCESA Y ESCLAVA dedicado a todas las mujeres de esta página

[C:624117]

El barco rompió la membrana celeste con la punta de sus mástiles y en poco tiempo se encaramó sobre el horizonte. Venía de muy lejos, de África, con un cargamento de esclavos, obligados durante los dos meses que duraba la travesía a convivir con el hambre, el hacinamiento, la pestilencia, la suciedad, la tortura, el calor sofocante y el pánico de no saber cuál sería su destino. Aquellos que habían muerto durante la travesía, o los que por su condición eran imposibles de vender habían sido arrojados al mar.

Ante el exterminio de la población nativa, para subsanar la falta de mano de obra en sus plantaciones, los europeos pusieron los ojos en África.

La carabela ostentaba en su palo mayor la bandera portuguesa y en su vientre se hacinaban más de mil esclavos provenientes de Guinea, el Congo y Angola. La llegada de un barco negrero era motivo de diversión y alboroto para los lugareños y la noticia se difundía por las callejas y los estancos. Desde muy temprano, los muelles se atestaban de curiosos, comerciantes y terratenientes.

El barco atracó a eso de las once de la mañana. En los ojos de los desdichados que venían para ser sometidos a los peores trabajos forzados, se reflejaba el terror y la desesperanza. Las vejaciones y su calvario comenzaban en Brasil, una tierra para ellos, totalmente desconocida.
En las plantaciones o en las minas, el hambre, la falta de sueño, las condiciones de trabajo inhumanas y los malos tratos, terminarían por agotar su vigor, y una vez que morían, los enterraban en una fosa común, lejos del cementerio de los blancos.

Látigo en mano, un capataz les hacía salir de la fétida oscuridad de la bodega hacia la luz cegadora del trópico, brutal contraste a contramarcha pues en realidad estaban saliendo de la claridad de sus vidas sencillas a la negrura abyecta de los terratenientes.

El látigo cayó generoso sobre las espaldas de una joven esclava, que a pesar del castigo se preocupaba más de proteger, abrazándola, a otra mujer, enferma, demacrada y endeble, cuyo esposo, Olujimi, había muerto en el viaje y arrojado por la borda, como tantos otros que corrían la misma suerte.

La joven esclava destacaba por su porte altivo, la perfección de sus rasgos, dientes blancos, labios carnosos y un marcado aire de dignidad y fortaleza. Fue colocada en la fila de los considerados aptos para el trabajo, aunque apenas podían mantenerse en pié por la inanición, la falta de comida y de agua. Un escribano iba anotando los nombres que escuchaba de aquellos desventurados, modificándolos lo más parecido a los apelativos locales, y así, la mujer fue asentada como Anastasia.

Lejos estaba el amanuense de saber que, en su patria, Anastasia era una princesa reverenciada por el amor a su pueblo y por su temple de mujer entregada al servicio incondicional de los demás. Dos días después, Anastasia fue comprada y conducida a una de las plantaciones más lejanas de Río de Janeiro.

Los meses pasaron lentos, arrastrando el fardo de la ignominia y la crueldad de los amos. Fruto del abuso de su cuerpo y dignidad, la princesa dio a luz a una niña a la que llamó Anastasia, como ella. La criatura heredó la hermosura de su madre y los ojos azules del portugués.
A medida que fue creciendo, Anastasia se convirtió en una esplendorosa joven y su belleza no pasó inadvertida. Su madre se esforzó por criarla como princesa y no como esclava. Día a día inculcó en su mente la idea de que podían mancillar su cuerpo y pisotear su honra, pero su orgullo, regio y sin horizontes no tendría dueño ni sucumbiría jamás.

El hijo del terrateniente quiso tenerla, pero la muchacha no cedió ante el asedio. No pudiendo tener su amor, el joven la forzó sexualmente en varias ocasiones.

“Podrá tener mi cuerpo pero nada más. Yo no soy una esclava”. Mujer estoica, firme y decidida, se convirtió en férrea e incansable defensora de los esclavos, indignada por los constantes e inhumanos vejámenes a que eran sometidos. Siendo aún muy niña aprendió a escribir y sus letras y sus palabras fueron incendiarias defensoras de los derechos de sus hermanos en desgracia.

Despechado por su rechazo e instigado por los celos de su amante, el muchacho logró que Anastasia fuera llevada ante un tribunal. Corría el mes de enero de 1601. Fue condenada a portar de por vida una mordaza de cuero que le impedía hablar y un collar de hierro que le dificultaba mantenerse horizontal a la hora de dormir.

Por la prolongada tortura, la mordaza y las heridas que le causaba el collar, eventualmente desarrolló una gangrena que acabó con su vida a temprana edad. Noble hasta el final, antes de morir, Anastasia, quien poseía dotes balsámicas, curó al muchacho causante de su desgracia, a su amante y les perdonó su crueldad.

Desde el siglo XIX, la imagen de Anastasia ha sido venerada por los negros y continúa siendo una figura importante en la cultura de Brasil.

Como tributo a la memoria de esa mujer, a la que considero ejemplo de fortaleza, alma guerrera, nobleza sin límites y espíritu sin tiempo ni fronteras, reproduzco uno de sus escritos.

*****
Por negarme a callar, por no rendirme, por no entregar mi dignidad a cambio de evitarme el dolor de la gangrena, por asumir en el silencio impuesto por mordazas, la voz de las mujeres cuando son profanadas, a la sombra de alguna borrachera, o por la lujuria, bajo la alevosía de los látigos, de los cuchillos, de puños como piedras, a espaldas de la alcoba y los preceptos, por negarme a besar aunque mi cuerpo se rompía en pedazos y el odio colmaba mis entrañas de ojos claros, abofeteándome, ulcerando mis labios, mis mejillas, desgarrando mi carne; empalándome al polvo de la noche, a las escarpaduras del dolor que atraviesa, que horada, que perfora, que escarba en el reverso de los muslos y en los desfiladeros de las fiebres con embates de furia sin sosiego, por todo eso,

estoy aquí,

carcomida por la mordedura que provoca el metal contra la piel, sin poder pronunciar ninguna queja en el idioma de las cicatrices, llagas que dibujan el rostro de mi final en la pesada atmósfera de enero.

Ya escucho las pisadas de la Muerte en la arena y el eco de mi nombre, perdido entre las jarcias de aquel barco que trajo a mi madre arrojándola al umbral de la deshonra.

Pero han de saber que, después de tanta ausencia de mi patria de origen, no muero, sino que estoy regresando,

finalmente,

junto al árbol tribal donde me espera

mi gente,

mi gente LIBRE.

ANASTASIA, PRINCESA DE ANGOLA

Texto agregado el 19-11-2025, y leído por 118 visitantes. (5 votos)


Lectores Opinan
20-11-2025 Volver a la época de la esclavitud, no es agradable. Mi madre me contó cierta vez que cuando ella era chica, mi abuelo le dio la libertad a un esclavo que vivió en la familia toda su vida y que no era tratado como esclavo, pero jamás se sentó para comer, lo hacía de pie. Demasiado triste, esto sucedió en Brasil, mi patria. Gracias por dedicarnos a las mujeres, este escrito. Saludos. ome
20-11-2025 Un escrito terriblemente duro que hace al lector estremecerse al sentir en estas letras tanta maldad . También hay una admiración saber que esa mujer lucho por su honra. Y más que todo,saber que supo resistir a pesar de todo y se está levantando ante tanta miseria y no sucumbirá como tantas.... Buen texto XZepol . Saludos Victoria Victoria 6236013
 
Para escribir comentarios debes ingresar a la Comunidad: Login


[ Privacidad | Términos y Condiciones | Reglamento | Contacto | Equipo | Preguntas Frecuentes | Haz tu aporte! ]