PAN DURO
“Y mientras comían, tomó Jesús el pan, y bendijo,
y lo partió, y dio a sus discípulos…”,
—Mateo 26, 26.
En una noche fría bogotana bajo el viejo puente de la 26 con Caracas, un viejo indigente ha encendido una pequeña fogata. A unos cuantos pasos, un huérfano, con su rostro sucio y los ojos grandes de asombro, se ha sentado cerca. Un mendigo que por allí pasaba —atraído por el calor que emana el fuego— se arrima frotándose las manos. Se han visto antes por las calles, pero no se conocen, no saben quiénes son. El indigente saca de una bolsa arrugada un pedazo de pan duro y lo parte en tres pedazos sin musitar palabra.
Les dice tendiéndoles los pedazos de pan:
—Aquí no sobra nada, pero lo poco se reparte mejor que la nada.
—¿Esto es pan de verdad? —pregunta el huérfano.
—Pan de verdad... y de calle. No llena el estómago, pero calma el alma.
El mendigo gruñendo entre dientes dice:
—Hace días que no saboreo nada que no sepa a lata, podredumbre o a olvido.
—¿Usted es como nosotros? —Acota el huérfano.
—Yo soy —dijo el indigente— todos los que no caben en las casas: padre de las sombras, hermano del cartón, primo de las piedras, sobrino del silencio.
El mendigo ríe con tos seca y dice:
—¡Hermosa familia tenemos! Uno sin nombre, el otro sin casa, y el tercero sin pasado.
—Pero ahora tenemos pan... y un fuego amigo —susurra el huérfano.
Y palabras, que a veces abrigan más que los trapos —complementa el indigente.
El mendigo se dirige al huérfano y le pregunta:
—¿Cómo te llamas?
—Nunca supe —responde—. Me decían "chico"… o “eh tú, enano”.
El indigente de manera familiar pone su mano sobre su hombro y le dice:
—Hoy te llamaré “Juan”. Como mi hijo. Como el que nunca tuve… o tal vez sí, pero ya no lo recuerdo.
—¿Y tú? —le pregunta el huérfano.
—Bah… yo fui Manuel. Ahora solo me dicen “el del puente”.
—Entonces seremos Juan, Manuel y…
—El indigente se apresura a hablar y les dice, llámenme Sol, aunque viva en la sombra.
—Gracias por el pan, Sol —dice el huérfano.
Y por el fuego. Y por el nombre —acota el mendigo.
El indigente, comparte la última migaja y dice:
—Cuando no hay techo, se hace casa en el otro, en el hermano de infortunios. Y si hay pan, se hace familia.
Los tres se quedan en silencio compartiendo sus miserias al abrigo del fuego que chisporrotea alimentado con lo que la basura les provee: papel, cartón, zapatos viejos, pedazos de neumático, palos, etc. La noche —inclemente— sigue pasando indiferente sin reconocerlos. Pero ellos, por un momento, se sienten menos solos y abandonados por la ciudad y por el mundo. En tanto, a lo lejos se escucha el sonido de una ambulancia que se acerca…
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Cajicá, julio 19 de 2025
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