Miraban el tocadiscos frente a ellos. Un vinilo de John Coltrane giraba. A ella siempre le ha gustado el jazz; para él, la música debía cumplir la función de divertir. Así que allí estaban los dos, sentados en almohadones sobre el suelo, con copas de vino tinto en mano, rodeados de libros, discos de vinilo, pinturas de maestros del arte, luz tenue de varias velas, pensando cada uno en cosas diferentes pero aproximadas. No es fácil vivir con una persona que amas, porque no puedes descuidarte de ella ni ella de ti. Viven los dos con un ojo sobre el otro, como si quisieran encontrar en la actitud de la pareja aquello que los enamoró o una huella que los lleve al camino de la desilusión. La vida es una rutina que le baja los ánimos a cualquiera, sin importar qué tan grandes hayan sido los sueños o ambiciones.
—¿Te aburre la música, Miguel?
—No, es Coltrane; es imposible ignorar el sonido de su saxofón.
—No me has respondido si te aburre o no. El aburrimiento no es falta de atención, es tener que soportar algo que no te gusta o no entiendes.
—Mari, no estoy aburrido ni estoy soportando la música. Solo trato de entender por qué tuvo tanto éxito ese vinilo.
—Ese vinilo se grabó en una época en la que estaba de moda consumir, o en este caso, escuchar una música que no le gustara a muchos. Entre menos personas compraban un álbum, mejor era: esa era la mentalidad de los intelectuales de los sesenta. Hoy en día es lo contrario, como si la mierda fuese mejor porque le gusta a millones de moscas. Es el consumo de la mierda, donde las moscas dominan el mercado.
—Es muy arrogante lo que acabas de decir, Mari, como si escuchar el álbum «A Love Supreme» de Coltrane nos absolviera de la ignorancia.
—No nos absuelve de la ignorancia, Miguel, pero nos aleja de ella.
—Eres algo talibana con tus ideas intelectuales, Mari. Escuchas música inescuchable, escribes tus textos y tus cartas con una máquina de escribir antigua, usas velas para leer, vas al cine, no tienes smartphone, lees novelas de escritores que no interesan a nadie, en fin, es como si construyeras un muro que te protegiera del mundo actual. El mundo actual no es tan malo, tómalo en cuenta.
—Miguel, no tengo nada en contra del mundo actual, pero no me hace falta. La vida es corta y no quiero desecharla en errores contemporáneos pudiendo disfrutar de los aciertos de antaño.
—¿Y qué tal si yo soy un error contemporáneo? ¿No has pensado en eso? ¿En que yo podría ser un error del mundo actual que comparte contigo la cama y las horas?
—Miguel, en una buena relación no se comparten los gustos, tampoco el amor, cuyo término abstracto nadie interpreta igual; no, en una relación se comparte lo que no se puede compartir con cualquier otra persona, y sea lo que sea que tú y yo compartamos, lo hacemos porque funciona entre los dos.
—No entendí lo que has dicho, Mari, pero ya me dio más sed. Tomemos otra copa.
Mari y Miguel se sirvieron otra copa de vino tinto, de la Rioja. A Mari no le gusta el sabor simple del vino español. Prefiere el delicado sabor del vino del sur de Italia. Miguel compró la botella en el supermercado de la esquina, que estaba en oferta. Mari le dio vuelta al vinilo de Coltrane. Mientras escuchaban el lado B, pensaban que había que tener paciencia, que un día vendría la persona indicada. Ambos no lo sabían, pero por primera vez en su relación pensaban sobre algo en lo que los dos estaban de acuerdo.