El cambio es la única cosa inmutable.
(Arthur Schopenhauer)
Hubo una vez una célula sanguínea de la raza glóbulo rojo, curiosa e hiperactiva que ya, desde recién reproducida se mostró diferente a las demás y comenzó a insinuar un comportamiento inusual, por ejemplo: daba vueltas de carnero y giraba sobre su propio eje, cosa que el resto no hacía. También se atarantaba y sobrepasaba a las células que iban delante de ella, provocando tacos y tropezones. Las demás la embestían violentamente a modo de castigo.
La velocidad a la que todo el mundo circulaba era frenética y hacía difícil interactuar con alguna de las miles y miles de células que se movían como un rebaño espantado, todas en la misma dirección. Había grandes avenidas, otras menos grandes y miles de callejuelas, pero era siempre lo mismo, un frenesí colectivo capaz de sacar de quicio a cualquiera. En un momento impreciso entró en una especie de laguna y todo se calmó, era como un remanso… por fin tuvo tiempo de pasar un rato tranquila.
No lo dudó dos veces y le dijo a la que estaba junto a ella - ¡Hola!
La otra, una joven célula, de la raza plaqueta, la vio gesticular, no obstante, lo único que escuchó fue - blub, entonces hizo caso omiso.
Una vez más, la roja le habló, esta vez en voz más alta - Hola, ¿me escuchas?
Y esta vez la plaqueta escuchó - blub blub, -y entonces replicó - ¿Quién eres, qué es lo que quieres? -pero la roja solo escuchó - blub blub, blub blub.
La roja se dio cuenta de lo que sucedía y para constatarlo, y con semblante muy expresivo gritó - ¡bluuub!, -a lo cual la plaqueta respondió - Tu abuela -pero igual se escuchó blub blub.
No cabía duda, no tenían cómo comunicarse, y eso le dolía. Pasó un momento y cuando la plaqueta estaba a punto de marcharse la roja se acercó y le rozó, lo que sería su mejilla. La plaqueta sorprendida quedó como hechizada. La roja, sin darle tiempo, la volvió a rozar y luego dio una vuelta de carnero. Increíblemente la plaqueta también dio una de carnero al tiempo que gritaba - ¡blub blub!
Fue mágico. Jugaron toda la mañana a corretearse y dar vueltas de carnero y trompos por todo el remanso. Las células más adultas y, sobretodo, las de la raza glóbulos blancos las miraban con desconfianza y tentados a intervenir y ponerle punto final a este comportamiento totalmente fuera de lo normal; estaban a punto de tomar cartas en el asunto cuando otras células rojas y plaquetas se unieron al juego de corretearse y dar volteretas. Antes de que cantara un gallo había cientos de ellas bailando y jugando. Eran tantas las que gritaban ¡blub, blub! que el plasma del remanso se llenó de pequeñas burbujas que causaban cosquillas y muchas de ellas se retorcían de la risa.
El caso fue remitido a las células madre, que sin demora investigaron a algunas de ellas. Las observaron detenidamente, les midieron los signos vitales y les hicieron pruebas psicológicas y físicas. Todo andaba bien… demasiado bien, eran un poco diferentes pero estaban muy bien, por lo que las dejaron tranquilas.
A los pocos días todos los rincones parecían un campo de juego… algo había cambiado y era bueno.
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