Autor: María del rosario Alessandria
Llegue al pie del gran matusalén,
Árbol añejo de casi 500 años, un caldén que se mantiene vivo
Y saludable en el parque nacional, muy cerca de mi apartamento.
Allí estacioné mi auto para hacer como todos los días mi caminata
Entre los verdes y forestados campos.
Saque mi mochila, me la cruce sobre los hombros y, cuando comencé a dar mis primeros pasos, advertí que sería diferente mi caminata hoy, como si una fuerza extraña me empujara, y sin darme cuenta, me fui introduciendo por un sendero desconocido y único.
Supe que era la primera vez que lo recorría, me sentí perturbada y mis pensamientos me indicaban que lo mejor sería dar la vuelta y comenzar mi recorrido como siempre. Mi razonamiento no pudo ser aplicado, de pronto me vi. En un camino sin regreso, yo intentaba volver y se cerraba sobre mis pasos, solo tenía un lugar por seguir y era el sendero, por detrás nada, por delante incierto, bello, inquietante, majestuoso, exuberante.
Sentí una opresión en el pecho angustiante, quería volver sobre mis pasos, imposible no existía más, solo el sendero frente a mí, detrás nada, seguí avanzando ya con recelo, creo que mi corazón presentía algo porque mi respiración se tornó dificultosa, anhélito, era algo sobrenatural que estaba pasando, llegue al lugar más espectacular del sendero por su belleza, increíblemente mágico, la inmensa laguna y el salitre que la bordeaba,
Allí de pronto me quedo fría, absorta, sin voz, ni fuerza, ni lágrimas, sin aliento, y mi cuerpo se fue deslizando suavemente, lentamente, en la más abyecta forma de la muerte, y vi. A Matusalén sonriendo vivido y miles de rostros en su corteza, adiviné el fin de mi destino cuando mi rostro se formaba entre todos los que me precedieron, en quinientos años, a hoy.
© medianoche
en diciembre 02, 2008
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