LA CHICA DEL CLAVEL
Ayer sábado volví al viejo bar al que iba cada sábado con mi novia Betty.
Dos semanas han pasado después que terminamos nuestra relación. No había vuelto al negocio, pero esa madrugada desperté con una añoranza profunda dispersa en mi lecho, y decidí volver.
Como sé que todo ocurre por alguna razón, elegí con esmero la ropa que me pondría y entré al bar a las diez en punto, como antes, acariciando la idea de que ella, guiada con un impulso similar, también iría con un clavel rojo en el pelo, como acostumbra.
Ocupé nuestro rincón habitual, una mesa ubicada al fondo del local, desde donde podía ver a todos los que entran. Pedí una cerveza y creí adivinar en la mirada que el mozo que preguntaba: "¿Qué raro, usted solo hoy?"
No pensé en dar explicaciones. Supuse que echo de menos "la chica del clavel", mi dulce compañera de las mañanas sabatinas. Bebí mi helada bebida mirando con interés la vetusta puerta, pero nadie llegaba.
La única que sí vi entrar fue a una humilde muchacha de largas trenzas y amplia vestimenta vendiendo flores, mesa por mesa, hasta llegar frente a mí.
—¿Me vendes un clavel rojo? —pregunté.
—¿Uno solo? —inquirió, curiosa.
—Uno es suficiente para pensar que la tengo a mi lado —le dije sonriente.
Me lo entregó, dio las gracias y salió, sin entender, de seguro, mis últimas palabras.
Oliendo la flor cada instante, seguí atento a la entrada.
Quien se acercó fue el mozo, que debió ver mi vaso vacío y en mi mirada un destello de esperanza. Lo sé porque me sugirió:
—Le traigo otra cerveza, ¿verdad?
Acepté, y seguí esperando mientras recordaba el sueño de la noche anterior que encubó la idea de buscar la reconciliación. Si ella también quería arreglar nuestra situación, este era el lugar propicio para lograrlo.
Tenía unos 45 minutos aguardando; me tomé la segunda cerveza y esperé pacientemente. Tengo el clavel en mis manos y no pierdo la esperanza de que lo use hoy.
De repente, veo que la puerta se abre y con alegría veo que es ella quien entra como un rayo de luz en una noche oscura, bella, vestida con jeans y blusa roja. Se quita sus gafas y se detiene un instante para acostumbrar sus ojos a la penumbra del local; luego camina hacia donde está su amiga, la cajera.
Observo que ya ocupa un taburete en el bar y conversa animadamente con ella, pero en ningún momento ha mirado hacia donde estoy. ¿Habrá olvidado este rincón donde compartimos tantos momentos románticos?
. Luego de esperar varios minutos, decidí acercarme. Ella me mira sorprendida.
—¡Hola, Pablo! —me saluda—. No pensé encontrarte hoy por acá.
—Hace una hora que te espero —respondo—. Por favor, acompáñame para que conversemos.
Ella se excusa con su amiga. Nos dirigimos a la mesa y vimos el clavel que reposa sobre el mantel.
—¿Estás con alguien? —me pregunta.
—No. Lo compré para ti —afirmo, satisfecho.
—¿Sabías que yo iba a pasar por aquí?
—Lo presentía. Desde anoche tuve la certeza de que hoy te iba a ver.
Betty colocó el clavel en su pelo y ese gesto me hizo pensar que las cosas marchaban bien. Bajó mi tensión y le confesé que no podía vivir sin ella y que había venido a buscar una reconciliación. Tomé con suavidad su mano, aclaramos nuestro mal entendido y prometimos que no se repetiría.
Después de compartir un tiempo, nos marchamos. Dentro del auto expresé lo feliz que me sentía por nuestro encuentro casual.
—¿Casual? ¡Nada de eso! —me dijo, riendo de buena gana—. ¡Iris me llamó para decirme que estabas aquí y vine en seguida para provocar este encuentro!
Alberto Vásquez.
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