No era un pueblo como todos los pueblos conocidos, era un pueblo fantasma, pues a excepción del cura, el alcalde, los políticos y los médicos, los demás habitantes eran ciegos. Su ceguera la había ocasionado un virus transmitido por unas aves de negras entrañas que llegaron a quedarse para siempre en el pueblo, ese virus dejó a sus habitantes en la oscuridad total. Poco a poco se fueron acostumbrando a las sombras.
Un día llegó un médico naturista y les echó unas gotas mágicas en los ojos, al comienzo les ardió mucho, pero al pasar los minutos, el ardor desapareció y empezaron a ver las cosas con cierta dificultad. Los esposos vieron a sus esposas borrosas y viceversa. Con mucha alegría y fe de recuperar la vista por completo, se durmieron tranquilos. El nuevo día llegó lleno de colores y aromas; a pesar de que eran las ocho de la mañana a nadie se veía por la calle.
El tiempo siguió transcurriendo lento, pero con paso firme y pausado. A las once salieron todos a la plaza principal del pueblo. El médico naturista también llegó a la plaza. Enseguida se subió con un megáfono, a una tarima improvisada, primero los exhortó a hacer silencio, cuando no sintió ni el zumbido de una mosca dijo:
"Es la primera y última vez que vengo a darles luz. Maté a los cuervos que los tienen ciegos, no vuelvan a criar más a esas aves carroñeras".
Al poco tiempo de pronunciar esas palabras; un hombre corpulento de mediana edad, con rasgos de indio se subió a la tarima y dijo:
"El alcalde y el cura amanecieron muertos, comieron pollo descompuesto. En el hospital nadie lo atendió pues los médicos estaban en huelga". Antes de morir había firmado un decreto, prohibiendo encender farolas en la noche.

PEDRO MORENO MORA