La presencia de la duda se extiende al son de una canción de jazz, una poesía asonante de instrumentos caóticamente exactos que escalan hacía un silencio, hacía el final de un todo que siempre fue un nada.


El perro me mira fijamente, desafiante, con la actitud del que se ve acorralado y no vencido, proyectando una seguridad que no recuerdo haber sentido jamás.


En mi cabeza la música se mezcla con las voces, el ruido no cesa y me evado, me escondo fuera de mi devolviéndole la mirada a ese perro, sintiendo que el verdadero animal acorralado, huidizo y temeroso soy yo...


Me inclino, me arrodilló acercando lentamente mi mano hacia su hocico, me acepta, me lame, sonrío, acepto ser lo que soy, sin más, mientras mis ojos poco a poco se apagan un poco más día a día...