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El destino de Augusto.

Alrededor del año mil ochocientos cincuenta, en una ciudad de europea, vivía un hombre llamado Augusto. Ese invierno la nieve caía más que nunca sobre la ciudad y los campos pertenecientes a Augusto se veían blancos e infértiles. El hombre de mediana edad vivía desde la muerte de sus padres y el resto de la familia en un castillo que fue pasando de generación en generación a través de cientos de años, pero debido a las continuas guerras y pestes, a ese momento sólo él quedaba de una familia numerosa.
La soledad lo estaba afectando, ya ni criados había en el castillo que lo ayudaran como en épocas anteriores, todo se estaba perdiendo.
Augusto deambulaba solo por los cuartos repletos de cuadros de parientes o por los pasillos que llevaban a los enormes salones, pensando…
Su vida no tenía sentido, ese era su pensamiento, a los cuarenta años y para la época ya era un hombre de mediana edad, ya debería haberse casado, tendría que haber procreado para no perder el apellido, los títulos y el hermoso castillo que de lo contrario pasaría a manos de otras familias que pudieran mantenerlo.
Pero, Augusto aún no estaba preparado para todo aquello, se sentía solo y esa misma soledad no le permitía cumplir sus sueños.
Esa noche, luego de prepararse un té con algo que encontró en la cocina se sentía distinto, tomó una manta y se recostó en un enorme sillón de cuero que ya por aquel entonces tendría muchos años, maltrecho y sin color verdadero.
Augusto tenía sus ojos fijos en el hogar encendido que daba calor y alumbraba el gran salón y tal era su enorme tristeza que aquellos ojos de un gris azulado de pronto se llenaban de lágrimas saladas que quemaban su rostro a pesar de que al observar las chispas las imaginaba como alegres mariposas que bailaban para él. La soledad estaba dando paso a la locura y él lo sabía, pero aquella vida se le estaba escapando y al no ver una salida y tratando de dominarse, se levantó se acercó a una de las ventanas y miró el cielo sin saber si aquella sería la última vez que lo hiciera aun con conocimiento y consciente de lo que hacía.
El blanco de la nieve que al caer en copos se posaba en los altos árboles despoblados de flores, el gris oscuro del castillo y aquella tormenta que no tenía intención de parar, lo entristecía cada vez más, pero a pesar de todo, Augusto quería vivir, más de una vez había pensado en quitarse la vida, pero ni era tan valiente ni tampoco tan tonto como para cometer un acto de aquella naturaleza, pensaba que sus padres jamás le hubieran perdonado semejante cobardía y volvió a acurrucarse en el enorme sillón cubriéndose como si fuera a pasar la noche allí, observando el fuego que parecía darle consuelo.
Aquella fue la noche más larga y fría que recordara, pero al día siguiente todo había cambiado, ya no nevaba y tampoco parecía tan frío el día, que había amanecido soleado a pesar de la tormenta de la noche anterior.
El castillo aún conservaba su majestuosidad y mucha era la gente que vivía a su alrededor, Sus padres acostumbraban a darles trabajo para que ayudaran en las tareas de atender a los animales y con los quehaceres de los campos, pero Augusto hacía mucho tiempo que no salía a ver sus campos salvo alimentar a los pocos animales que aún quedaban.
Pero aquella mañana lo hizo, se vistió y salió a recorrer sus tierras las cuales estaban ocupadas muchas veces por personas que debido a… tantas cosas… no tenían ni un rancho de paja para cubrir sus penas.
El hombre les permitía estar por los alrededores y la gente lo quería, como habían querido a sus padres que tantas veces los ayudaban hasta con comida y abrigo. A pesar de que todo había cambiado, Augusto gracias al legado de una familia que en otras épocas llegó a ser muy adinerada, no necesitaba trabajar más que atender sus tierras tratando de no venderlas.
Augusto era un hombre culto, por aquel entonces la educación la recibían en sus casas o en su caso, en su castillo y muy pronto aprendió por sí mismo sin necesidad de que lo ayudaran, elegía los libros que más le interesaban y poco a poco fue comprendiéndolos y amándolos.
Una parte del castillo, estaba ocupada por una enorme biblioteca y por un pequeño laboratorio donde el hombre hacía experimentos que nadie veía, más ahora que todo el castillo con su soledad incluida, le pertenecía.
Solía encerrarse sin saber el motivo ya que nadie vivía aparte de él, pero el estar encerrado bajo llave le permitía dar vida a sus experimentos que solían ser brebajes hechos con plantas que él mismo cultivaba en la huerta del fondo del castillo.
Aquella noche justamente estaba probando un líquido viscoso de sabor dulzón que le hizo perder el sentido.
A la mañana siguiente se despertó más temprano que de costumbre, pensando en aquel brebaje que le había hecho dormir espléndidamente cuando de pronto al verse en un espejo se notó distinto, era él por supuesto, pero era diferente, su vestimenta no era la de él, su cama tampoco. Pensaba que ni siquiera estaba en su castillo, sin saber cómo se vistió para mirar por la ventana cuando se dio cuenta de que aquella casa, sí era su castillo, pero estaba muy cambiado, las paredes otrora grises ahora eran de un color crema, las ventanas ya no eran pequeñas y estrechas, ahora eran ventanales por los cuales entraba el sol más luminoso que jamás haya visto.
Pensaba que al fin había enloquecido y que cambiaba las cosas según su mente, pero de pronto escuchó voces, eran cuatro niños que jugaban y reían en el jardín, un jardín primaveral con rosales de rosas rojas, otras amarillas y otras blancas, Augusto pensaba que su locura no era tan mala al fin y al cabo le permitía ver el lado bueno de la vida, esa que nunca se animó a vivir.
Salió de la habitación, necesitaba seguir explorando lo que creía que era producto de su imaginación, cuando de pronto sentados alrededor de la mesa, que ya no era la misma, seis personas vestidas de una manera casi prohibida y desfachatada, charlaban sin siquiera prestarle atención cuando se puso frente a ellos. Cuatro niños, el padre y la madre desayunaban cosas raras, cajas con leche que derramaban sobre platos de un material que nunca antes había visto, otra caja que decía cereales con una fecha de vencimiento 25/11/2025. Augusto no podía dejar de pensar por qué estaría pensando en aquella gente que nunca había visto en aquella casa que estaba seguro, era su castillo cuando de pronto en uno de los pasillos vio algo que lo asustó, el retrato de un hombre mayor de larga barba y bigotes prominentes y debajo su nombre… Augusto Horner y una fecha casi borrada.
No era un hombre de asustarse a pesar de lo que últimamente sentía y se dijo que debía seguir explorando.
Eso lo llevó al living que ahora no parecía tan grande que estaba lleno de aparatos muy raros y de los cuales salían sonidos agradables.
Sabía que en algún momento despertaría, pero lo que estaba viendo era algo que jamás pensó ver, plasmó en su mente todo aquello para recordarlo cuando despertara, porque sabía que a pesar de todo era un sueño, cuando de pronto escuchó la voz de la mujer, la madre de los niños diciéndole al esposo que creía que su quinto hijo estaba por nacer, que la llevara al sanatorio. Augusto vio el vientre de la joven mujer y quiso saber a dónde la llevaría su esposo. Así conoció el transporte moderno una flamante camioneta
Pronto estaban en el sanatorio y más pronto aún nacía un hermoso niño.
Los padres hablaban entre si luego del parto y Augusto estaba presente, el hombre le preguntaba qué nombre le iban a poner a lo que la mujer contestó que desde esa mañana sentía una presencia extraña en la casa y más de una vez se vio observando el retrato de Augusto, al primero de la familia en llevar ese nombre y había tomado la decisión si es que él estaba de acuerdo de llamarlo así, como el primer Augusto el que naciera en el año mil ochocientos diez.
El desvanecimiento de Augusto fue inmediato y el despertar cambió el destino de una vida, quizá aquel brebaje tomado la noche anterior lo había trasportado a un futuro que sólo él podía hacer que llegara a cumplirse y salió en busca del amor que quizá aún lo esperaba a pesar de todo.
Augusto se vistió y sin siquiera desayunar se dirigió a la ciudad en su carruaje, aun pensando en todo aquello que había vivido o soñado y se dijo a sí mismo que era hora de dejar la soledad, debía cumplir con su destino y el de muchas personas y sobre todo él de un descendiente suyo que se llamaría como él, AUGUSTO.
Omenia
29/11/2025

Texto agregado el 08-12-2025, y leído por 39 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
08-12-2025 Qué linda historia, Ome. Ese viaje mental de Augusto, más allá de la sorpresa inicial, le permite a él reconsiderar su vida, su tiempo real, y decidirse a vivir (de verdad y a pleno) su presente. Me encantó. Abrazo grande Shou
08-12-2025 Fantástico. eduar
08-12-2025 3. Y al final, lo mejor es cómo el relato convierte todo ese caos, la soledad, la visión del futuro, el apellido perdido, en una lección esperanzadora: todavía está a tiempo de cambiar su destino. Se siente como un cierre cálido, casi redentor, que te deja con la sensación de que incluso las vidas más silenciosas pueden encontrar un nuevo rumbo cuando se atreven a salir del castillo propio. kone
08-12-2025 2. Me encanta cómo el cuento juega con la idea del destino, pero sin ponerse solemne; más bien lo hace con una chispa traviesa: el brebaje misterioso que lo manda al futuro es como el empujoncito que Augusto necesitaba para despertar. Y verlo enfrentarse a cosas modernas como si fueran brujería es francamente divertido. La mezcla de inocencia, desconcierto y sorpresa le da un encanto extra. kone
08-12-2025 1. La historia de Augusto se siente como un viaje emocional: empieza en una soledad densa, casi helada, y de pronto nos mete en un giro fantástico que ilumina todo. Hay algo muy bonito en cómo el relato mezcla nostalgia, tristeza y ese toque de magia que aparece justo cuando el personaje más lo necesita. Uno como lector hasta siente ternura por ese hombre que, sin admitirlo, todavía quiere vivir y dejar huella. kone
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