El huérfano Pedro es dejado por su tío en la casa del pesimista tutor Mateo, quien vive en Ávila con su mujer Gregoria, la pequeña Martina de tres años y un rastro permanente de mocos sobre el labio, la perrita Fany que en una de esas sufre el aplastamiento de su pata por una carreta de naranjas, y dos peces que en un descuido acabarán como paletas de hielo.

El único soporte anímico de Pedro es el albino Alfredo, recluido por su madre de voz celestial, quien pretende rehacer su vida con su amante y sólo ve por su hijo una vez en que lo lleva a conocer el mar. Alfredo ya se muestra débil y al paso de los años enferma cuando escapa a escondidas con Pedro en plena nevada para visitar Cuatro Postes. Muere y en el entierro Pedro encara al amante de la madre de su amigo, que le receta un par de bofetadas.

En una salida previa al cementerio Alfredo ya había comentado que le gustaría que lo enterraran bajo la sombra de un pino y no la espectral del ciprés, que se convierte en una metáfora aplicada al pesimismo de Mateo inoculado a Pedro como verdad sagrada.

Pasan cinco años y Pedro deja el sitio para entrar a la Escuela Náutica influido por los comentarios de un pariente de Gregoria que era marino. En la escuela hace una declaración de principios cuando enfrenta al líder de los estudiantes, quien lo humilla y resulta un neandertal a la hora de los golpes, de modo que Pedro lo vence en una pelea épica e intrascendente.

Luego vendrá el paso del tiempo y Pedro convertido en capitán. Salva a un yate y conoce a la norteamericana Jane que va horadando su coraza, aunque no lo logra y Pedro la deja luego de varios encuentros y comidas en una fonda con una mesera de lerdo entendimiento y varios perros hambrientos a los que debían espantar.

Pedro tiene a su subalterno Luis Bolea, quien pretende sacarlo de su absurdo desprecio por la vida sin éxito. Luego Pedro enferma y Luis lo invita unos días a la casa donde está su esposa e hijos y su madre, quien a la postre aconsejará a Pedro para que cambie su actitud y no acabe como el tío de Luis que se suicidó.

Pedro reencuentra a Jane y cede al fin, de modo que su cambio se ratifica cuando se deshace de una botella con un barco armado dentro, una de sus pocas posesiones, como la caricatura que le hizo un dibujante que entró y salió de la novela sin pena ni gloria.

Poco después se casan y pasan una luna de miel de dos días en los Apalaches, en casa de la madre de la joven y su rebelde hermano Cristián que también es un mero ornato argumental. Pedro parte a su barco y al paso del tiempo prepara lo que será su casa, donde vemos a la criada Feli hinchando los cachetes para prender la chimenea. Igual se entera del embarazo de Jane por unas cartas que ella le envía.

Todo apunta a la redención de Pedro, pero el autor Delibes prepara una auténtica putada a tono con el ambiente franquista en que se publica la novela: mata a la esposa embarazada de Pedro en un absurdo accidente que la hace irse con su auto al mar donde se ahoga, justo poco después de que atestiguara contenta la llegada de Pedro en su barco.

Luego Delibes concluye su obra con la resignación ad hoc de Pedro, quien regresa a Ávila, donde deja el anillo de Jane en la tumba de Alfredo junto al pino donde escribió sus nombres de niño, para luego pensar como si fuera la gran cosa en que en alguna parte aún estaban Mateo, Gregoria y Martina, a quien páginas atrás rescató de un bar de mala muerte donde tocaba el piano dos años después de escapar de su casa gracias a los buenos oficios de un seductor que la abandonó.