Se ponía el sol aquella tarde de fines del Otoño boreal. El frio había entrado en las casas, por tanto. No era un frío inaguantable en aquella época de cambios climáticos, pero tampoco era como para celebrarlo. Los pájaros no debían sentirlo, pues desde el ventanal, el hombre, mientras remendaba zapatos, podía comprobar que las aves seguían volando en el cielo. Vamos, de hecho, la calle estaba vacía, aunque volaran los pájaros. Cuando al poco, de repente, un cometa chispeante atravesó el cielo.
El zapatero no sabía si aquello era producto del vino, pues la escena, fugaz, daba lugar a pensar en ello. Mientras trataba de dilucidarlo se pinchó con la lezna un dedo.
Su mujer, al fondo del pasillo, oyó imprecar al altísimo.
- Pedro- le dijo-, qué culpa tiene dios para acordarte de él en todo momento.
- Vaya si la tiene- contestó Pedro-, que me envía centellas para distraerme del trabajo.
Ahí la había pillado. Pero aquella mujer no era de las que atendían a argumentos. El caso es que le objetó que las centellas eran producto del vino. Y no hubo manera de llegar a un acuerdo. Pusieron el telediario- ya cenando- y efectivamente, tenía razón el hombre, pues las cámaras de televisión lo habían registrado.
- Con que el vino- reconvino a su mujer el zapatero Pedro.
Era dios y no el vino el causante del leznazo.
A Pedro, en el pueblo, le llamaban "bolsillakos". Y era que repartía él mismo los arreglos en una especie de alforja. Como la gente era pobre, le pagaban en especie aquellas componendas en el calzado. Aprovechaba la misma alforja para transportar, también, los pagos. De ahí el apodo de "bolsillakos".
A Pedro no le disgustaba demasiado aquello. Los había peores e incluso infamantes por lo que se conformaba con "bolsillakos".
A su mujer le decía que tenía la culpa de ello, pues fue de ella la idea de coserle aquella alforja y cobrar fuera de metálico.
Pero como vivían de aquellos arreglos lo tomaba como gaje del oficio.
Y así pasaban los días en la vida de aquel hombre. Aquella actividad constituía a la vez que su medio de vida, su entretenimiento. Comía, gozaba de fembra placentera. Qué importancia tenía que en lugar de Pedro le llamara la gente "bolsillakos". Aunque tampoco le gustaba que se lo dijeran muy fuerte, por lo que, a veces, maldecía por haber aceptado aquellos trabajos tan pobremente remunerados. Era, al parecer, un sino desde el principio de los tiempos. De los pobres, cuanto más largo mejor, aunque fuera ya demasiado tarde para Pedro "el bolsillakos". |