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Desde muy pequeña descubrí que tenía un talento natural para las ventas. No lo sabía , pero esa facilidad para convencer —a veces sin que el otro entendiera muy bien cómo había terminado comprando— sería mi salvavidas en épocas en las que el empleo fijo era más un rumor que una realidad.
La primera aventura llegó junto a mi hermana, después de que ella hiciera un curso en una caja de compensación familiar y aprendiera a fabricar límpido. Sin mucha planificación y con muchas ganas de salir adelante, emprendimos. En cuestión de días ya estábamos produciendo, embotellando y vendiendo nuestro propio producto. Las entregas eran toda una expedición: shorts, camiseta blanca, tenis, gorra y bicicleta. Así recorría los negocios del pueblo, vendiendo límpido con el entusiasmo urgente de quien sabe que no puede darse el lujo de rendirse.
Mi primer empleo formal apareció poco después. Fui auxiliar contable de una contadora pública independiente. Mi tarea consistía en actualizar, completamente a mano, los libros contables de una empresa. Lápiz, borrador y paciencia. Cuando terminé, la caja general estaba en rojo. Sin saber que había fallado, escuché su explicación serena pero firme: la caja jamás podía quedar negativa. Ese día conocí la “doble contabilidad”. Un concepto revelador, aunque no precisamente inspirador.
Luego vinieron más trabajos: asistente contable en un restaurante —donde los informes se hacían en la elegante casa del dueño, en un condominio donde hasta el silencio parecía exclusivo—; después, en una empresa de químicos; y más tarde en otra donde permanecí cinco años, aprendiendo a resistir y a crecer.
Con el tiempo, mi camino me llevó a desempeñarme como analista de cartera, primero en la única universidad del pueblo y años después en una multinacional. Mirando atrás, todo parece tener sentido: las ventas, los números, la bicicleta, el límpido y la contabilidad. Cada etapa fue una forma distinta de lo mismo: aprender a salir adelante, aun cuando el camino no estaba del todo claro.
También ejercí como contadora en un supermercado en Dosquebradas y como analista de cuentas por pagar en una multinacional en Cali, un lugar donde aprendí que los ascensores tienen más paciencia que muchos ejecutivos. Fui secretaria ejecutiva y contadora en los aeropuertos Alfonso Bonilla Aragón y Vanguardia.
Cuando trabajé en la empresa familiar, recibí una contabilidad con más problemas tributarios que una novela con capítulos pendientes.. Allí me tocó ser secretaria, contadora y auditora de mi propio trabajo. Una mujer orquesta, pero sin los aplausos.
Mi verdadera fortaleza siempre fue la auditoría. Lo supe mientras estudiaba, gracias a una profesora brillante que afirmaba que tenía todas las habilidades para ser una excelente auditora. Años después ejercí ese rol, aunque descubriría que la imparcialidad y la objetividad son virtudes… que no todos practican.
Mi primer empleo en auditoría fue en una cadena de supermercados, como auxiliar. Allí viajaba por distintos municipios del Valle y del Eje Cafetero —Calarcá, Toro, La Unión, Zarzal— acompañada por carpetas, sellos y el sospechoso silencio de quien sabe que algo no va a cuadrar. Después presté mis servicios en el fondo de empleados de la misma empresa. Tiempo más tarde me ofrecieron el cargo de auditora, pero renuncié al mes. La adrenalina es buena, pero no cuando proviene de conflictos éticos.
Cuando no pude seguir ejerciendo como contadora, regresé a mis emprendimientos. Hacía llaveros en macramé, pulseras, decoraba frascos de vidrio, pintaba souvenirs y cuadros. También pintaba alcancías de barro con forma de cerditos junto a un amigo del colegio. Les dábamos vida como superhéroes y los vendíamos en las ferias. En las ferias del año 2018 llevamos 28 cerditos. Ese día, mi hermano nos invitó a comer porque supo que las ventas no habían sido las esperadas y yo, con el dramatismo de una contadora en quiebra, le detallé los costos en los que habíamos incurrido.
El dueño de una licorera me pidió el favor de meter una botella de aguardiente antioqueño entre los cerditos. Le hice el favor —por ese “no” que me era difícil pronunciar—. Fue la primera y única vez que lo hice: ni los superhéroes estaban preparados para semejante misión de contrabando artesanal.
Siete años después, sigo generando ingresos como emprendedora. Soy mamá empresaria y comercializo plantas de romero, llaveros y otras manualidades en macramé. Porque, si algo he aprendido, es que una contadora puede dejar de hacer balances… pero jamás de crear.
Y así continúa mi historia: entre números que no siempre cuadran, caminos que se tuercen y emprendimientos que nacen por mi creatividad. Tal vez nunca tuve un empleo perfectamente estable pero sí una contabilidad e impuestos impecables. Además, existe algo valioso: la certeza de que siempre sabré reinventarme. Porque mientras haya manos para crear, ideas para vender y ganas de seguir adelante, la vida —como los libros contables— siempre encontrará la forma de cerrarse, aunque sea con una nota explicativa al final.

Texto agregado el 13-12-2025, y leído por 18 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
15-12-2025 Al leer tu cuento, sonrío porque recuerdo la época cuando con cuatro hijos mi marido y yo tuvimos que reinventarnos también, hicimos de todo, pero al final valió la pena, salimos adelante, entretenido cuento que creo les debe haber pasado a muchos. Saludos. ome
15-12-2025 2. Más allá de la risa, lo que me queda clarito, es una lección de resiliencia: cuando se cierran oficinas, se abren emprendimientos; cuando fallan los números, aparecen las manos creativas. Esta historia demuestra que reinventarse no es un plan B, sino un talento. Además de una sonrisa, me queda la sensación de que esta contadora siempre logrará cuadrar cualquier situación con ingenio. kone
15-12-2025 1. Este texto se lee como el registro secreto de una heroína cotidiana. Una contadora todoterreno que pasa del límpido en bicicleta a los balances imposibles sin perder el humor ni la dignidad. Es entrañable y divertido ver la capacidad de narrar los tropiezos financieros como si fueran anécdotas de feria, con cerditos superhéroes y contrabando artesanal. Uno se ríe, pero también reconoce el ingenio de quien siempre encuentra cómo salir a flote. kone
15-12-2025 Me gustó mucho tu historia. La contás de una manera que atrapa al lector. Y siempre admiré a las personas que tienen ese espíritu emprendedor. vaya_vaya_las_palabras
14-12-2025 Me gustó tu narración, tu modo clarísimo de relatar la historia, un poquito de sarcasmo y la fuerza de voluntad que transpira de principio a fin. eduar
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