UN AMOR IMPERECEDERO
El maestro Paco pasaba sus días sumergido en colores y lienzos, buscando la perfección en cada pincelada. Sin embargo, nunca había encontrado un rostro que mereciera permanecer inmortalizado en una obra hasta que apareció Lucía.
El sol de la tarde se filtraba por la gran ventana del estudio, iluminando las cambas apiladas en un rincón. Lucía posaba con naturalidad, su mirada perdida en pensamientos que solo ella conocía. El pintor, obsesionado con capturar su esencia, deslizaba el pincel sobre el lienzo con precisión casi reverencial.
Cada retrato que el maestro creaba llevaba un pedazo de su amor por Lucía. Pero ella, lejos de sentirse atrapada en aquellos cuadros, los veía como espejos de un amor que nunca iba a marchitarse. "Eres mi mejor obra," solía decirle él, con una sonrisa melancólica.
Ella, más que su modelo, era su musa. Su mirada tenía una profundidad que desafiaba las palabras, y su presencia llenaba el estudio con una luz difícil de capturar.
Día tras día, Paco intentaba plasmar su esencia en el lienzo, pero siempre encontraba un matiz incompleto, lo que hacía que sus manos temblaran con insatisfacción.
Lucía observaba en silencio, con una paciencia infinita, hasta que una tarde, cansada de los intentos fallidos, se acercó al lienzo y, con un gesto suave, tomó el pincel. Sonriendo, añadió un pequeño destello en sus ojos pintados en el retrato, un brillo que solo ella conocía.
Paco se quedó sin palabras. Era perfecto.
El cuadro quedó intacto desde entonces. Pero lo que nadie supo, es que la pintura siempre mantuvo su esplendor. Mientras Lucía envejecía, sus cabellos se tornaban blancos y su piel marcaba el tiempo…su imagen en el lienzo seguía igual, con la misma mirada llena de vida.
Un día, Lucía desapareció sin dejar rastro. Algunos decían que había partido en busca de su propio destino, lejos del estudio donde poso aquella vez.
Pero el pintor nunca dejó de pintarla. Año tras año, su imagen aparecía en nuevos cuadros, cada vez con una apariencia más real.
Hasta que una tarde, alguien tocó a la puerta. Era ella que regreso, pero no a posar. Esta vez, quería mirarlo a él, entender al hombre que había inmortalizado su rostro en forma y colores.
—No pude apreciar cuánto te amaba hasta que me vi a través de tus ojos —le susurró.
Y así, en el estudio bañado por la luz dorada del atardecer, Lucía y Paco descubrieron que el arte no solo captura la belleza... también preserva el amor que nunca muere.
Alberto Vásquez.
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