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DOS CARTAS PARA El SEÑOR SOL


Cuando era más pequeña, a Andressa le divertía ver cómo el capataz azotaba a su padre, pensando que ambos jugaban como niños. Pero ahora que tiene diez años de edad, viendo las cosas ya con más claridad, se dio cuenta de que aquello no era un juego, sino que ese tipo castigaba a su padre por intentar huir del sol infernal, pues buscaba refugiarse bajo las sombras de los árboles. Entonces, empezó a tener pena por él y buscó la manera de ayudarlo.

Eran tiempos de esclavitud; medio centenar de hombres eran obligados a trabajar cortando caña de azúcar casi todo el día en los campos de la aldea, recibiendo a cambio unas casuchas y exiguos platos de legumbres.

Las aves y Andressa se querían mutuamente. Las aves nunca la dejaban sola. La acompañaban cuando ella iba al campo para tratar de llevarle agua a su padre, aunque en vano, porque el capataz la echaba amenazándola con azotarla. La aves la consolaban acariciando su rostro abatido con las solidarias alas.

Un día, llorando, Andressa tomó un papel y un lápiz y le escribió al sol.

“Señor Sol:

Le ruego por favor, que cuando mi padre y sus compañeros estén trabajando en el campo, no mande sus rayos tan calientes hacia ellos. Sufren mucho. Sudan harto y se cansan demasiado. Y cuando ellos corren a las sombras para buscar alivio, el malo del capataz les pega duro. Eso nomás le pido, señor sol, procure no quemarlos. Gracias señor sol por leerme. Adiós”

Ilusionada, Andressa dio la carta a un pelícano para que le entregara al sol. Aquel, emprendió vuelo inmediatamente.

Pasaron los días y todo seguía igual. Los rayos del sol seguían lastimando a su padre y a sus compañeros. Andressa pensó que quizás el pelícano se perdió y no pudo alcanzar la carta al sol.

Hasta que un día, ya no pudo más su papá soportar tanto calor y murió cuando se arrastraba en busca de las sombras.


Terriblemente triste, sin dejar de llorar, Andressa escribió otra carta al sol:

“Señor Sol:

Hace dos semanas, le mandé una carta con un pelícano, pero seguro que él se perdió y usted no pudo leerla. Yo le rogaba en esa carta, que por favor no envíe sus rayos tan calientes a mi padre y a sus compañeros que cortan caña en el campo, porque ellos sufren mucho. Usted hubiera visto, cómo sudaba y cómo se arrastraba con la lengua afuera mi pobre padre, buscando desesperado las sombras de los árboles. Él murió hoy, porque los rayos de usted le quemaban demasiado y no pudo soportar más. Yo le escribo ahora para pedirle por favor que deje de quemar a las personas buenas como mi papá. Él trabajaba duro para darme de comer. Eso nomás le pido, señor sol, gracias por leerme. Adiós”

Un cuervo, que era su mejor amigo, voló rápidamente con la carta. Después de dos días, volvió sonriente de cumplir su misión. Pero se le partió el corazón al hallar sin vida a Andressa, rodeada de cientos de aves apesadumbradas. La niña murió de tristeza.

Desde entonces, nunca más volvió a salir el sol en la aldea de Andressa.


Texto agregado el 20-12-2025, y leído por 0 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
21-12-2025 Triste historia que muestra la inocencia de una niña y el sufrimiento del padre. La muerte llega para padre e hija quizá, más que como un castigo sino en forma de salvación ante lo inevitable. Saludos. ome
20-12-2025 Ohhhh,¡Que tristeza me ha provocado este cuento! Que vida más sacrificada llevan algunas personas. También me impacto la ingenuidad de la niña. Un cuento excelente que cumple con el objetivo de llegar al alma. 5* Un fuerte abrazo Victoria 6236013
 
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