Me tocó hace un par de años, atravesar por esas situaciones de la vida que “les pasan a los demás”.
Se enfermó uno de mis hijos. Y voy a pedir disculpas de antemano, ya que la manera más efectiva de transmitir a veces es con una puteada. El que se sienta incómodo con esto, tiene la oportunidad de dejar de leer acá, quedamos igual de amigos.
Hay hechos de la vida que nos sacan de eje. No se trata solamente de perder el equilibrio, es como caerse dentro de una licuadora; No hay arriba, abajo, derecha o izquierda. La vida se convierte en un remolino sin sentido, el tiempo se frena, entramos en una vía paralela, como un tren enloquecido y sin control.
El día anterior compré todo para preparar el vitel toné (faltaba poco para Navidad), y esa mañana acompañé a mi hijo a hacerse una video colonoscopía. Nos tocó el peor de los diagnósticos. En un momento, solo pude mirar la cara del médico, los ojos grandes y la boca que se movía diciendo un montón de cosas sin sentido.
Por la tarde, todo lo que era nuestra vida cambió. Mis hijos organizaron un viaje urgente a Buenos Aires (vivimos en el sur), ya que la situación era muy seria. Uno de ellos me mandó a dormir, supongo que porque no sabían que hacer con el ente en el que me había convertido. Me metí vestida en la cama, recuerdo el esfuerzo que tenía que hacer para respirar; era como un pez afuera del agua, no me alcanzaba todo el aire de la habitación. Un par de días después, entramos en la realidad de muchas personas; estudios, análisis, diagnósticos, operaciones; miedo, miedo, más miedo, angustia, enojo, odio, bronca, por qué a él, y no a mí, que ya viví un montón.
Ganas de matar al viejito que caminaba delante mío, lento, con el andador.
-Para qué mierda quiere vivir así!! Que injusta es la vida!!Esos años que le están sobrando, por que no se le asignan, de alguna manera, a un chico, a un joven enfermo?
Horrible mi pensamiento, pero no tenía ganas de censurarme. No tenía control, quería mandar a todo el mundo al carajo.
En el medio de toda esa revolución, mi hijo, con un diagnostico que no quería ni escuchar, ajustando el cinturón del pantalón que se le caía de tan flaco, aguantando dolor, y absolutamente obediente a todo lo que le decían los médicos, como si fuera un toro, embistiendo paredes.
No quiero extenderme demasiado en todo lo que vino después; No es la idea de este escrito; la introducción fue un intento pobre de transmitir un cumulo de emociones, sensaciones, como lo describí; estar dentro de una licuadora.
Un par de años después, con mi hijo recuperándose y haciendo los controles, fui bajando las revoluciones. Y encontré un cartelito:
“DEBES PERDONAR A LA PERSONA QUE FUISTE CUANDO NO SABIAS COMO MANEJAR LO QUE TE ESTABA PASANDO”.
Hacemos lo que podemos con lo que nos toca vivir; nada más que eso.
Una tarde después de su segunda operación, estábamos en el departamento, un monoambiente que nos hizo de hogar durante un año y medio; el dormía, lo veía sanar con cada respiración. Me hice unos mates, y mientras miraba la tele, le describía la imagen a una amiga: “no sabes la paz que siento”.
Su respuesta me dio la clave.
“Como no vas a estar en paz, si estás maternando”.
Ese es mi laburo. Él se cuida, hace todo lo que tiene que hacer, y yo soy la mamá.
Seguramente podría haber escrito esto mucho mejor, pero salió así, y de ahora en adelante, no voy a revisar con tanta conciencia todo lo que hago. Después de todo, la vida es hoy.
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