Al principio me resultaba engorrosa. Ahora, creo, no podría vivir sin ella. Me he acostumbrado y forma parte de mi vida. En cierto modo le confiere sentido. Sin ella, mi existencia, probablemente, estaría vacía. Todavía más vacía- cabría decir.
No recuerdo bien cuando empezó aquel goteo. Quizá haga más de veinte años. Por aquella época todavía salíamos de vacaciones: unos días por ahí "para desconectar"- como se decía por entonces. Cuando la gente venía del veraneo, salíamos nosotros.
Por aquella fecha, la familia entró en decadencia. La empresa donde teníamos nuestros ahorros, en forma de acciones, entró en quiebra. El año después- crisis del dos mil ocho o por ahí- dejamos de salir de vacaciones: ni estivales ni de ningún tipo. Nuestra vivienda empezó a precipitarse en el abandono. Unos días era el frigorífico, otros cualquier aparato. Cuando se estropeó el calentador ya no lo arreglamos. Empezamos a ducharnos con agua fría. Éramos todavía jóvenes, y aquellas duchas eran revitalizantes incluso. Otro día descubrimos, del techo de arriba, una gotera. Venía de la cubierta. En lugar de arreglarla, colocamos un recipiente debajo, con el que recoger el agua. La cosa no iba a más y era una buena solución: mucho menos cara que arreglar el tejado, qué duda cabía. Sólo que había que estar pendiente cada vez que llovía. Vaciarla y volverla a colocar en su sitio. Con el cambio climático, la operación, al tiempo que se fue espaciando, fue adquiriendo carácter de hábito en la familia. Pero, aunque no engorrosa, nos impedía ausentarnos de la casa, incluso por pocos días, pues siempre podía venir cualquier intempestivo aguacero que hiciera peligrar la techumbre y con ello la propia seguridad de nuestra vivienda.
Ya digo, se empezó a hacer una costumbre aquello de cambiar la vacinilla. Al envejecer-calculamos- empezará a formar parte, también, de nuestras escasas ocupaciones e incluso nos permitirá y obligará al sano ejercicio de subir y bajar escaleras- las que conducen al piso de arriba. No sabemos el tiempo que podremos seguir haciéndolo, pero calculamos, ambos, que tal operación será pareja- y la hemos adoptado como parámetro- al del final de nuestras vidas.
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