Con Natalia nos conocíamos desde la infancia, por eso todos opinaban que teníamos el potencial para tratarnos mejor y llevarnos bien. Sin embargo nos llevábamos a las patadas. Yo hacía esfuerzos para tener una mejor relación de amistad con ella, pero me daba la impresión de que Natalia no ponía de su parte ni siquiera un granito de arena, y eso me sacaba de las casillas. Nada más que por costumbre nos llamábamos amigos, aunque de amigos no teníamos nada. Si yo decía "blanco" entonces Natalia decía "negro", si yo decía "uno" entonces ella decía "dos", y así siempre. Mi mamá y mi hermana me pedían que pusiera un poco más de voluntad a la hora de tratar con Natalia, y me imaginaba que lo mismo le pedirían a ella.
No me quedaba más remedio que soportarla, porque Natalia era una conocida de la casa y también la mejor amiga de mi hermana. Además, entre nosotros había la suficiente confianza como para decirnos las peores barbaridades, aunque dolieran. La sinceridad absoluta era nuestro lema de amistad. Teníamos una facilidad admirable para que estallara cualquier desacuerdo entre nosotros, y también para que mi mamá y mi hermana se agarraran la cabeza, como señal de que no podían creer que otra vez estuviéramos peleándonos con Natalia como perro y gato. Mi mamá y mi hermana siempre trataban de reconciliarnos, incluso bajo amenaza, cosa que al final surtía efecto, aunque antes nos hacíamos rogar bastante con Natalia.
Según mi punto de vista, las peores fechas, esas que más me disgustaban y que más me hacían sufrir, eran aquellas en las que Natalia y yo teníamos que intercambiar regalos. Por eso odiaba sus cumpleaños, y ella odiaba los míos, porque era la hora de intercambiar besos entre nosotros, es decir la hora de la más vil hipocresía. Al menos eso me parecía, aunque el regalo que Natalia tenía para darme fuera muy lindo. Para el día de su cumpleaños, yo también le hacía regalos muy lindos a Natalia, sin embargo el problema no era solamente ese. El verdadero problema surgía cuando teníamos que darnos un beso de felicitación que nos resultaba incómodo. Para colmo, mi mamá y mi hermana me vigilaban para asegurarse de que yo la tratara bien a Natalia en su día de cumpleaños. Pero nunca ocurría al revés.
Me resultaba imposible ser buen amigo de Natalia. Llegué a creer que lo nuestro iba más allá de lo estrictamente terrenal, para adentrarse en ámbitos que yo consideraba misteriosos, o metafísicos. Por ejemplo, yo trataba de encontrar la raíz de nuestro problema considerándolo un asunto zodiacal. Sí, llegué a pensar que nuestros signos del zodiaco eran tan incompatibles que nos resultaría imposible llevarnos bien algún día. Le pregunté a una compañera de la facultad, quien era experta en el tema, si los signos del zodiaco podían influir tanto en la relación entre dos personas, a lo que mi compañera dijo que efectivamente sí, y añadió que eso solía ser irreversible, aunque se podía mejorar con un amuleto contra las malas vibras y, además, poniendo mucha fuerza de voluntad.
Le pedí a mi compañera de la facultad que fuera más específica con el nombre del amuleto. Y aunque yo no creía mucho en esas cosas, igualmente decidí darle una oportunidad. El amuleto contra las malas vibras consistía en una piedrita negra, la cual debía llevarse colgada al cuello. Pero yo no contaba con que Natalia fuera tan conocedora sobre esos temas de malas vibraciones y amuletos. Cuando me vio con la piedrita negra colgada al cuello, me miró de reojo y me preguntó de quién estaba protegiéndome. La quedé mirando sorprendido, porque con esa pregunta Natalia me ponía entre la espada y la pared.
Yo me distinguía por tener el carácter lo suficientemente firme como para no dejarme atropellar por nadie. Pero con Natalia era diferente. Frente a ella, a veces retrocedía o me queda paralizado. Con respecto a la piedrita negra, le respondí que no servía para protegerme de nadie en particular, ya que simplemente consistía en un regalo que me habían hecho. Sin embargo, Natalia se distinguía por su desconfianza, por eso me puso una cara como de no creerme nada, aunque yo le repitiera mil veces la misma respuesta. Parecía que el amuleto contra las malas vibraciones no funcionaba con Natalia, porque ese día nos peleamos más que nunca. Además, resultó que ella no quiso quedarse atrás con el asunto de los amuletos y decidió atarse una cintita roja en la muñeca. Cuando le pregunté por qué razón se había colocado eso, me dijo que por la misma razón que yo me había colgado la piedrita negra al cuello, para cuidarse de las malas energías, que parecían abundar especialmente entre "cierta gente".
Con el correr del tiempo, intenté no confrontar tanto con Natalia, ya que mi mamá y mi hermana no querían que nos peleáramos de esa manera. Aún así, una vez quise ser sarcástico con Natalia y por eso le regalé un amuleto para la buena suerte. Le dije que mi deseo era que el amuleto ahuyentara de su vida a las personas que estaban demás y que la molestaban. Natalia dijo que con gusto aceptaba mi regalo porque tenía la misma esperanza. Me lo dijo mirándome de una forma... que no me quedaron dudas. La persona de la que quería cuidarse era yo, claro. Entonces quise devolverle la misma mirada, pero sencillamente no pude. Era como si Natalia tuviera un influjo superior sobre mi.
Para ser sincero, yo no entendía como Natalia todavía no había encontrado novio. Ella era muy mala onda pero solamente conmigo, con el resto de las personas era alguien normal, incluso simpática. Era la mejor amiga de mi hermana y por esa razón mi mamá la quería muchísimo. Mi mamá y mi hermana se caracterizaban por ser dos casamenteras empedernidas, es decir que deseaban ver a todo el mundo en pareja. Parecía que no podían tolerar que alguien estuviera felizmente soltero, como era el caso mío y el de Natalia. A veces yo escuchaba como mi mamá y mi hermana cuchicheaban para conseguirle un novio a Natalia. Parecían expertas en el asunto y por eso barajaban nombres de algunos candidatos, entre los cuales yo conocía a Martin, Leonardo, Javier... en fin, la lista de posibles pretendientes era larga para Natalia.
Ya dije que las peores fechas para mí eran aquellas donde tenía que darle a Natalia un beso obligatorio de felicitación. Me daba la sensación de que ella disfrutaba viéndome sufrir así. Una vez, le regalé para su cumpleaños una bufanda con los colores de su club de fútbol. Natalia me lo agradeció con una sonrisa y mostrándome toda su mejilla para que yo se la besara. Me lo hacía a propósito y eso me daba tanta rabia. Ese día de su cumpleaños, mi mamá y mi hermana tenían planeado hacerle gancho a Natalia con algún chico, específicamente con Martín. Pero Natalia parecía estar en otro planeta y lo dejó a Martín tan fácilmente clavado que hasta yo me quedé sorprendido. En varias ocasiones mi hermana le insistió a Natalia para que le diera aunque sea una oportunidad al guapo de Martín, sin embargo Natalia no quiso saber nada con él, ni con ningún otro chico.
En aquella época, todavía no estaba tan de moda confesarse como gay o lesbiana. Quizás por esa razón pensé demasiado tarde en la posibilidad de que a Natalia le pudieran gustar las chicas. Cuando me surgió la idea, comencé a observarla más detenidamente. Sus histeriqueos, sus repentinos ataques de mal humor, su manera de pelearme sin motivos aparente... de golpe todo parecía tener una explicación lógica y hasta fisiológica. Medité bastante en el asunto, y llegué a la conclusión de que Natalia debía estar sufriendo, insatisfecha de la vida. Pero yo todavía tenía ganas de pelearla y de hacerla enojar aunque sea de manera diferente, porque algo había cambiado en mi forma de ver a Natalia.
Para las fiestas de Navidad y Año Nuevo, Natalia nos invitó a su casa. Con mi mamá y mi hermana llevamos pan dulce, botellas de sidra, y paquetes de turrones y garrapiñadas. Cuando llegamos a la casa de Natalia, me pareció extraño que hubieran tantos invitados, porque yo tenía entendido que a Natalia le gustaba pasar las fiestas rodeada de relativamente pocas personas. Entre los invitados había un chico a quien llamaban el "Peti", por razones obvias que saltaban a la vista. Enseguida me di cuenta de que entre Natalia y el Peti sucedía algo, porque estaban siempre juntos y conversando. Además, se sentaron muy cerca cuando llegó el momento de la cena.
Por pura curiosidad nomás, me senté frente a Natalia, quería ver cómo ella se comportaba con el Peti, las cosas que le decía, la manera en que le sonreía, etc. Pero Natalia era muy observadora, mucho más observadora que yo, por eso descubrió mis intenciones de espiarla. Me di cuenta porque cuando me senté enfrente suyo, me puso una cara que me sacó todo el apetito. A pesar de eso, seguí adelante con mi plan, pero traté de espiarla con más cautela y disimulo, cosa que dio resultado porque enseguida Natalia pareció olvidarse de mí. Entonces comenzó a relajarse y a charlar más con el Peti, quien estaba demasiado feliz por ser el elegido de Natalia.
Las fiestas de fin de año me parecían aburridas, tal vez porque crecí escuchando a los grandes decir que las fiestas solamente consistían en una reunión de gente que a lo largo del año vivía aborreciéndose. Y me molestaba esa hipocresía. Pero aquella Navidad en la casa de Natalia me pareció de lo más interesante. Ver a Natalia coqueteando con el Peti era de lo más insólito y entretenido que había visto. Para ser honesto, debo reconocer que Natalia se veía muy hermosa esa noche, estaba bien maquillada, tenía el pelo sedoso y llevaba un vestido rojo que le quedaba bastante ajustado. No solamente el Peti andaba atrás suyo, si no que varios chicos demostraban el mismo interés por Natalia, aunque esa noche ella tenía ojos solamente para el Peti.
Sin embargo, me imaginé que lo más jugoso estaba por venir, porque después de la cena llegaba el momento de encender los petardos y más tarde el de bailar, y ahí la cosa podía ponerse interesante. Y no estuve equivocado. Apenas se hicieron las 00 horas, el Peti ayudó a Natalia a encender todos los petardos habidos y por haber, y cuando alguien subió el volumen de la música, el Peti no se aguantó más las ganas y sacó a bailar a Natalia, como si fuera lo último que le quedaba por hacer en esta vida. Yo estaba seguro de que al Peti le hubiera gustado bailar un ritmo donde los cuerpos estuvieran obligatoriamente más pegados, porque aprovechaba cada oportunidad para agarrar a Natalia de la cintura. Yo me divertía a lo grande viendo a Natalia en esa situación, ya que parecía gustarle que el Peti lo intentara una y otra vez. Mi mamá y mi hermana también observaban con curiosidad, tal vez porque esa sorpresiva unión entre Natalia y el Peti no había entrado en sus cálculos. El asunto fue que bailaron toda la noche juntos, pero a último momento desaparecieron de improvisto, como si la tierra se los hubiera tragado. Yo me reproché el haberlos perdido de vista, por eso comencé a buscar a Natalia y al Peti por todos lados.
Al final los encontré adentro del auto del Peti, el cual estaba estacionado en la vereda. Natalia y el Peti estaban besándose, sin imaginarse que yo los espiaba. Todas mis suposiciones de que a Natalia podían gustarle las chicas se fueron al tacho, la prueba estaba a la vista. Cuando Natalia y el Peti volvieron a la fiesta, yo pensé que lo harían tomados de la mano o abrazados o algo por el estilo, sin embargo no ocurrió nada de eso. El Peti seguía persiguiendo a Natalia por todos lados, mientras que ella se mostraba como más relajada. Yo me divertía tanto viéndolo al Peti con ganas de más y a Natalia ya satisfecha con lo hecho. En determinado momento, cruzamos miradas con Natalia. Yo sonreía divertido, pero ella enseguida esquivó mi mirada.
Natalia había estado tan ocupada con el asunto del Peti, que no había tenido tiempo de hablar con mi hermana. Pero después de haberse besado con el Peti en el auto, fue a buscarla para darle todas las noticias. Las vi acomodarse en un rincón más o menos privado donde podían hablar tranquilas. El Peti se había quedado del otro lado, con cara de preocupado pero al mismo tiempo con ganas de más, esperando que Natalia terminara de charlar con mi hermana para, tal vez, volver a llevársela al auto. Pero Natalia y mi hermana tenían para rato, y al Peti no le quedó más remedio que esperar.
Pobre Peti. Después de que Natalia terminó de hablar con mi hermana, se olvidó completamente de él. El Peti tuvo que quedarse solo el resto de la noche, aguantándose las ganas de bailar y de seguir besando a Natalia. A eso de las tres de la madrugada, lo vi subirse a su auto y marcharse de la fiesta. Me dio pena por él, tal vez por pura identificación de género. Un poco me molestó que Natalia hubiera jugado así con los sentimientos del Peti. Pero bueno, así era Natalia de impredecible. A ella no pareció afectarle en nada el hecho de que el Peti se marchara de la fiesta. Enseguida aceptó que otros chicos la sacaran a bailar. Y de vez en cuando me miraba, como diciéndome a vos qué te importan mis cosas.
Después de las fiestas de Navidad y Año Nuevo, Natalia siguió soltera sin apuros. Entre nosotros seguimos llevándonos igual que siempre, es decir a las patadas. Lo único que me gustó de esas fiestas, fue el regalo que Natalia me hizo para Año Nuevo, el cual consistió en un libro de cuentos que me pareció muy hermoso. Tanto, que lo leí en una sola noche. Tenía ganas de decírselo a Natalia, sin embargo no lo hice. Para esas fiestas, yo le había regalado a Natalia un termo para que tomara mate, porque sabía que a ella le gustaba. A pesar de esos regalos, entre Natalia y yo la situación no mejoró ni siquiera un poco, porque seguimos mirándonos de la misma manera cada vez que ella venía a visitar a mi hermana, aunque yo trataba de disimular porque tampoco era el caso que nos peleáramos por nada. Después Natalia le contó a mi hermana el motivo por el cual se había distanciado del Peti. Resultó que el Peti había querido formalizar un noviazgo, algo de lo que Natalia huía a marchas forzadas.
Después de eso, Natalia dejó de visitar tan seguido a mi hermana, a quien yo veía a veces salir llorando de su habitación. Ya hacía más de una semana que Natalia no venía a mi casa y eso era muy extraño. En cambio, mi mamá y mi hermana iban más seguido a visitarla. Durante esos días, ellas andaban muy reservadas, como callándose algo. Yo siempre fui muy sensible frente a esos asuntos, así que le pregunté a mi hermana qué ocurría con Natalia, por qué razón ya no venía tanto a casa. Se lo pregunté porque temía que, quizás, fuera yo el culpable de la ausencia de Natalia. Pero en lugar de responderme, mi hermana se largó a llorar, entonces supe que algo andaba mal con Natalia.
Yo también quise ir a visitar a Natalia, pero mi hermana me dijo que eso no era necesario, que las cosas así estaban más que bien. Sin embargo yo insistí, ya que algo empecé a sospechar cuando, sin querer, oí un audio que Natalia le había enviado a mi hermana, un audio donde su voz no sonaba como siempre, con esa vitalidad y esa alegría tan características de Natalia. Se lo dije a mi hermana, entonces ella me miró fijamente y después de pensar un rato me dijo que Natalia había enfermado repentinamente y que no quería que todo el mundo la viera así. Yo comprendí oscuramente, sin embargo volví a decirle que quería visitar a Natalia, aunque mi hermana me respondió que eso no era conveniente, ni el momento apropiado, porque Natalia se la pasaba descansando la mayor parte del tiempo.
En realidad, me dolía mucho no poder ir a visitar a Natalia. Cuando llegaba de la facultad, agarraba mi teléfono para ver si Natalia estaba en línea. Tenía ganas de escribirle, no sé, de decirle que a pesar de todo pensaba mucho en ella, pero al ver la fecha de nuestra última conversación dejé de pensar en eso, porque ya hacía más de un año que Natalia y yo no nos escribíamos. Mi mamá y mi hermana seguían visitándola con frecuencia, sin embargo yo me enteraba sobre la salud de Natalia solamente por las cosas que me contaba mi hermana. Hasta que un día no aguanté más y le escribí a Natalia, le dije que esperaba sinceramente que se encontrara mejor y también que tenía muchas ganas de visitarla. Pero Natalia no me respondió el mensaje, a pesar de que estaba en línea en ese momento.
Una tarde, cuando volvía de la facultad, no lo pensé dos veces y sin avisarle a nadie pasé por la casa de Natalia. Toqué timbre, pero al principio nadie me atendía. Sin embargo supe de inmediato que Natalia estaba observándome por la mirilla. Por eso volví a tocar el timbre, entonces Natalia me dijo desde el otro lado de la puerta "hola, Mauro, en este momento no puedo atenderte". Pero yo sabía que sí podía atenderme, solamente que no quería hacerlo. Le dije que lamentaba mucho el hecho de que nos lleváramos tan mal, pero que hacía mucho tiempo que tenía ganas de verla. Pero Natalia se resistía, entonces volví a decirle que no pensaba irme hasta que me abriera la puerta. Ella dijo que me iba a arrepentir de lo que estaba pidiéndole, entonces le respondí que jamás en mi vida me había arrepentido de nada. Después de decirle eso, escuché cómo se destrababa el pestillo y giraba la llave en la cerradura.
Entonces la vi a Natalia tan pálida, con una delgadez que no era normal en ella. Tenía puesta una bata y unas chancletas. Ni siquiera su mirada era la misma de siempre. Natalia me observaba ahora con unos ojos lánguidos, como desde mucha distancia. Yo estaba acostumbrado a la otra Natalia, a la chica que me miraba con unos ojos altivos y desafiantes, pero llenos de vida y de energía. No a esta Natalia que cordialmente, con las pocas fuerzas que le quedaban, me invitó a pasar a su casa. Casi contra mi voluntad, me sirvió una taza de té porque lo peor del verano ya había pasado y no daba para tomar una gaseosa. Entonces Natalia me dijo unas palabras que aún resuenan en todo mi ser, "estoy enferma". Lo dijo sin énfasis, casi con resignación, como si acatara la fuerza de un destino que nadie podría ya torcer. Yo le dije "vas a estar bien", pero esas palabras parecieron no llegar a los oídos de Natalia.
Algunos meses después, cuando aún seguía de duelo por el fallecimiento de Natalia, tenía por costumbre leer el libro de cuentos que ella me había regalado en las fiestas del año anterior. Cuando lo abría, siempre me encontraba con la foto de Natalia y con el clavel entre las páginas, y eso me hacía acordar de las últimas palabras que Natalia me había dicho en su lecho de muerte y que me hicieron llorar tanto, "siempre estuve enamorada de vos", me había dicho Natalia.
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