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Aun hoy siento vergüenza de mi sexualidad: de mi yo-homosexual que siente deseo. Porque claro: siento deseo. Deseo a otros hombres y deseo que me deseen. El despertar sexual es bastante complicado, ¿o hablo desde mi experiencia individual?
En la primaria. Hecho vergonzoso que necesito vomitar: una mañana, en tercero o cuarto, llegué a mi salón de clases. Ya entonces, claro, era el niño raro y maricón, delicado, sensible, débil. Uno de los chicos que me molestaban (¿cómo se llamaba?) llegó por detrás de mí cuando entre a la fila, me cargó, y me restregó contra su pene. La sensación, más allá de disgustarme, me gustó. Lo vi con odio, porque era lo que debía hacer, pero quedo dentro de mi esa sensación de querer más. Por alguna razón nos sentamos juntos en alguna clase. ¿platicábamos? No lo sé. Hay una bruma alrededor de aquella época que no me es posible aclarar. El punto es que en algún momento me volteé a verlo, lo hallé incluso atractivo (todos le llamábamos cabeza de mango, porque su cráneo estaba deformado de esa forma), y le pedí, en un susurró: “¿Puedes cogerme otra vez?”. Me miró horrorizado. Creo que no conocía la magnitud de la palabra que empleé, y al mismo tiempo creo que pronosticaba un poco esta actitud de mendigar que aún tengo.
Después de este episodio siguieron las propias exploraciones individuales. Tocamientos y ese tipo de cosas. Recuerdo otro episodio, y para este me es necesario hacer un preámbulo autobiográfico: mis padres me tuvieron cuando no habían llegado a la veintena. Eran torpes, inexpertos, y aquello a lo que en la secundaria más miedo le tuve: adolescentes. Mi madre, hasta cierto punto, pudo madurar un poco más; en cambio mi padre se mantuvo en aquel estado infantiloide y triste, totalmente dependiente. Una tarde de domingo, antes de salir a alguna fiesta, yo veía la televisión. Tenía diez años, o un poco menos. No recuerdo el momento ni lo que la provocó, pero en aquel momento tuve mi primera erección. No la sentí, acaso. Pronto llegó el momento de salir de casa, yo me puse en pie, y mi padre me miró burlón. Me dijo “Ya se te para”, y se rio. Sentí vergüenza. Aquella voz, aquellas cuatro palabras, aun me taladran: me acompañan.

Texto agregado el 28-12-2025, y leído por 51 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
29-12-2025 Un texto que muestra gran honestidad Que mala la actitud de tu padre. Esta escrito muy bien y muy claro Saludos Victoria 5* 6236013
 
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