TU COMUNIDAD DE CUENTOS EN INTERNET
Noticias Foro Mesa Azul

Inicio / Cuenteros Locales / Zonhamir / Participante N° 1

[C:624391]


CAPÍTULO I

El aire en la sala es frío y seco, cargado con un polvo invisible que raspa la garganta al respirar. Tiene el mismo filo que el aire del hospital donde pasé tantas noches con Isabel: ese olor a desinfectante y desesperanza que se instala en los pulmones y no se va nunca. La silla de metal en la que estoy sentada es un bloque de hielo contra mi espalda. No tiene respaldo, ni compasión. Está colocada exactamente en el centro de una habitación que parece no terminar, como si las paredes se alejaran cada vez que intento medirlas con la mirada.

El tono amarillento de los muros me enferma. Es el color de los dientes manchados por años de nicotina, un amarillo que parece supurar. La luz apenas llega desde dos tubos fluorescentes que parpadean con un ritmo irregular, casi hipnótico. Cada destello me late en las sienes.

El suelo, un linóleo gris que alguna vez fue blanco, se pierde en esquinas devoradas por sombras densas. Sombras que podrían tragarse a una persona entera sin dejar rastro. Conozco esa sensación: la de estar atrapada en un lugar que no debería existir, como esos sueños donde corres sin avanzar un solo paso.

Frente a mí, un espejo unidireccional cubre toda la pared. Un ojo inmenso y ciego. Sé que detrás hay alguien —o algo— observándome. Estudiando cada gesto involuntario, cada respiración, el modo en que mis dedos tamborilean contra mi muslo cuando estoy nerviosa. No veo las cámaras, pero las siento en la piel, como agujas diminutas.

A mi espalda, la puerta metálica que se cerró con un clic definitivo sigue ahí, inmóvil, sellada. No hay salida. Todo está calibrado: la temperatura, la luz, el silencio. Cada segundo registrado, cada inhalación archivada en algún servidor remoto. Una pantalla encima del espejo parpadea con una luz azulada. Y entonces aparece ella: Eleanor Veyn, presidente del Tribunal Máximo de Ética y Moral de Astrahelea. Su figura ocupa toda la pantalla, imponente, como si la habitación fuera demasiado pequeña para contenerla.

Su rostro parece tallado en piedra, endurecido por las líneas profundas de alguien que ha pasado la vida juzgando la moral de otros. El traje gris que lleva es tan impecable que roza lo ceremonial, y su mirada… su mirada es de esas que te hacen sentir culpable incluso antes de saber de qué te acusan. Fría. Analítica. Como si pudiera atravesarte y encontrar defectos que ni siquiera sabías que tenías.

En la esquina superior de la pantalla, las letras blancas anuncian: “Sesión de Conformidad #739”.

Setecientas treinta y nueve. Me pregunto cuántas personas inocentes se sentaron en esta misma silla antes que yo. Cuántas vidas fueron desmenuzadas bajo esa misma mirada.

—Ciudadana Catherine Fletcher —comienza, pronunciando mi nombre como si cada sílaba fuera una sentencia—. Te doy la bienvenida a la Sesión #739 en la Cámara de Conformidad del Tribunal Máximo de Ética y Moral. Su voz llena la sala con una autoridad que solo se obtiene después de décadas decidiendo el destino de otros. Un escalofrío me recorre la columna como una gota de agua helada. Siento una perla de sudor frío formarse en mi nuca, pero mantengo el rostro firme. No voy a darles el gusto de verme quebrar.

—Este proceso será monitoreado y grabado en su totalidad para asegurar transparencia y conformidad —continúa, con el tono mecánico de quien recita un protocolo—. Se te acusa formalmente de filtración de información confidencial corporativa y de complicidad en espionaje económico, delitos graves bajo el artículo 49 del Código de Moralidad Ciudadana.

Moralidad Ciudadana. Como si la moral pudiera medirse con una regla.

—Esta sesión determinará tu nivel de culpabilidad y las consecuencias apropiadas para tus actos. Tu cooperación será valorada en el fallo final.

Trago saliva. La boca se me seca. No respondo. El protocolo exige silencio hasta que me concedan el turno de réplica. Romper las reglas ahora solo empeoraría todo.

—Durante esta sesión —prosigue con esa voz capaz de congelar la sangre— serás evaluada en relación con tus motivaciones reales. El Tribunal debe determinar si tu filtración constituye un acto premeditado de traición contra el Estado, o si fue una acción desesperada motivada por la negativa de tu empleador a proporcionar el tratamiento médico que solicitaste para un familiar.

Isabel. No dicen su nombre, pero está ahí, flotando entre nosotras como un fantasma. La veo en mi mente con una claridad insoportable: mi hermana menor, dieciséis años, postrada en una cama de hospital por una enfermedad degenerativa que tiene un nombre científico elegante, pero que para mí significa una sola cosa: la está matando lentamente, y yo no puedo detenerlo.

Quantum Biotech desarrolló el tratamiento. Lo vi con mis propios ojos en sus archivos. Pero el precio…
Setecientos mil UM por cada ciclo de cuatro semanas.
Una cifra tan absurda que parece una broma cruel, si no fuera porque es la diferencia entre que Isabel viva o muera.

Mi IVP se desplomó la noche en que dejé de ser parte del “ciudadano óptimo” del que presumen los noticieros. Mi panel de méritos se tiñó de rojo como una herida abierta. El acceso al mercado UM se cerró de golpe, como una puerta que se azota en tu cara. Mis movimientos por la ciudad, mis conexiones sociales, incluso mi derecho a recibir atención médica básica o usar el transporte público… todo quedó restringido por algoritmos que decidieron que ya no era lo suficientemente valiosa.
El sistema no te encierra en una celda. Te convierte en un fantasma entre los vivos. Es el peor tipo de exilio: sigues, pero dejas de existir.

La presidenta Veyn hace una pausa calculada. Sus ojos se clavan en mí como si pudiera leer mis pensamientos.
—Catherine Fletcher —retoma, y hay algo en su tono que roza el disfrute—, tu talento excepcional fue detectado durante los análisis rutinarios en las zonas intermitentes. A pesar de tu origen humilde, fuiste reclutada por el equipo especializado de Quantum Biotech gracias a tus capacidades analíticas, que superaron todos los parámetros esperados.

Es cierto. Me contrataron porque tengo esa habilidad rara para ver patrones donde otros solo ven caos. Mi formación en neuropsicología computacional, modelado predictivo y lógica aplicada me convirtió en lo que ellos llamaron “un recurso de alto valor”. Fui seleccionada desde las zonas intermitentes, esos lugares olvidados donde los sensores fallan y la meritocracia solo aparece en forma de castigos automáticos.

Cuando llegó la oferta de Quantum, la tomé como una salida. Una oportunidad dorada. Una forma de sacar a Isabel y a mí de ese agujero. Pero incluso con un expediente impecable, incluso sin un solo antecedente de inconformidad, cada una de mis solicitudes para el tratamiento experimental fue rechazada. Una tras otra. Golpes sistemáticos.

El rostro de Isabel vuelve a mí como un latido doloroso. Sus mejillas hundidas, el tubo en su garganta, los espasmos que la sacuden por las noches. La enfermedad degenerativa —la misma que Quantum había “curado” en ensayos clínicos— tenía un precio. Un precio imposible.
Cada ciclo de tratamiento costaba más de lo que una familia de clase media podría ganar en toda una vida. Lo sabía. Aun así, seguí el protocolo seis veces, una tras otra, como si la burocracia pudiera sentir compasión. Presenté vínculo directo, estabilidad laboral, rendimiento óptimo. Todo impecable. Todo inútil.

Las respuestas siempre eran las mismas: negativas frías, impersonales, redactadas en ese lenguaje clínico que usan para decirte que tu hermana no vale lo suficiente como para mantenerla viva.

Mi IVP no alcanzaba el umbral mínimo. Su vida no era “meritoria”. Así que robé la fórmula.

Y lo haría otra vez.

—Todo lo que digas aquí será registrado y sometido a análisis para evaluar tu nivel de riesgo social —dice Veyn —Las decisiones de este Tribunal se basan en preservar el equilibrio de Astrahelea por encima de cualquier consideración individual. Tu cooperación será tomada en cuenta al evaluar tu transferencia a zonas de rehabilitación… o penas mayores.

Hace una pausa. No para respirar, sino para que mis nervios se tensen un poco más.

—Este proceso ha sido diseñado para garantizar justicia —añade—, aunque algunos ciudadanos puedan percibirlo de manera distinta. Resistirse sería… altamente inconveniente para tu situación.

Sus palabras flotan en el aire frío como un veneno lento.
En las esquinas, las cámaras parpadean con luces rojas diminutas, como ojos que no pestañean. Siento cómo analizan cada micro gesto, cada contracción involuntaria de mis músculos.

—Entendido, señora presidente —digo. Mi voz sale más tensa de lo que quisiera, pero no se quiebra.

Veyn se inclina hacia adelante, las manos entrelazadas sobre una mesa de mármol negro que la separa de mí como un altar. A su lado, un panel holográfico se despliega, iluminando la sala con un azul glacial.

“Infracción Grave al Código de Moralidad Ciudadana” parpadea en rojo, como una herida abierta.

—Catherine Fletcher, hemos analizado tu caso con el detalle que su gravedad exige —dice, cada palabra un golpe seco—. Tu historial previo era ejemplar. Sin inconformidades. Sin fallas. Sin desviaciones. Pero tu lealtad al sistema se quebró el día en que decidiste filtrar información altamente clasificada a una empresa competidora.

Su tono no tiene matices. No hay enojo ni decepción.
Sólo certeza. La certeza de quien ya decidió el veredicto.

Antes de que pueda responder, la pantalla a su lado se ilumina.

El rostro de Ricardo Díaz, CEO de Quantum Biotech, aparece con esa sonrisa de plástico que los ejecutivos usan como armadura. Su traje negro parece pintado sobre su cuerpo, y su expresión transmite una seguridad absoluta: la de alguien que jamás ha tenido que elegir entre la vida de un ser querido y una cuenta bancaria.

—Agradezco profundamente al Tribunal por permitirme participar —dice, inclinando la cabeza con falsa humildad—. Fletcher, revisé personalmente cada acceso y cada movimiento de tu terminal. No hay dudas: entraste a archivos de máxima seguridad y filtraste información crítica que terminó en manos de Industrias Theon.

Mi mandíbula se tensa hasta doler.

—No filtré nada con intención de traicionar a nadie —respondo, conteniendo la rabia—. Estaba buscando una forma de pagar el tratamiento de mi hermana. Seguí todos los procedimientos legales antes de…

Veyn ladea la cabeza, como un ave que observa a un insecto agonizante.

—¿Y qué ocurrió cuando seguiste esos procedimientos? —pregunta, sabiendo perfectamente la respuesta.

—Me los negaron todos —digo—. Sin justificación médica real. Sin alternativas. Sin explicación. Solo… puertas cerradas.

Ricardo ríe. Una risa breve, seca, humillante.

—Esas “puertas” existen por razones muy específicas, Fletcher. El sistema funciona porque no cede ante caprichos emocionales. Si cada empleado pidiera excepciones por sus tragedias personales, Astrahelea colapsaría en semanas.

Su tono es paternalista, casi condescendiente. Como si me estuviera explicando algo básico.

Veyn hace un gesto y la pantalla cambia.

Aparecen mis seis solicitudes rechazadas, cada una marcada con sellos rojos y comentarios automatizados:

“Motivos administrativos.”

“Restricciones de política.”

“Tratamiento experimental no aprobado.”

—Aquí vemos tus múltiples intentos de apelar —dice Veyn—. Seis solicitudes correctas, todas rechazadas según protocolo. Algunos podrían argumentar que esta serie de negativas justificaría una acción desesperada por parte de una hermana que ve morir a su familiar…

Hace una pausa. Una pausa diseñada para que yo me quiebre.

—Pero la desesperación —añade finalmente— no exime a ningún ciudadano de cumplir la ley.

Siento cómo se me cierran los puños hasta que las uñas se me clavan en las palmas.

—¿Por qué Quantum tiene el derecho moral de decidir quién merece vivir y quién merece morir? —pregunto. Mi voz suena más aguda de lo que quería.

Díaz apoya un codo sobre su escritorio y sonríe con esa suficiencia de quien ya ganó.

—Quantum no decide la vida o la muerte de nadie, Fletcher. Mantenemos el equilibrio del mercado farmacéutico. Nada más, nada menos.

—¿Y ese “equilibrio” vale más que una vida inocente?

—Esa no es una pregunta que me corresponda responder —dice, encogiéndose de hombros—. Mi trabajo es aplicar las reglas, no cuestionarlas.

Veyn interviene, cortando el aire como un cuchillo.
—Hablemos de hechos concretos, Fletcher. Tenías acceso directo a datos estratégicos. ¿Cómo obtuviste la información que compartiste?

Sé que ya conocen la respuesta. Aun así, respondo.

—Accedí a los informes desde mi terminal autorizado. No alteré nada. Solo copié la información.

—Eso es espionaje económico en su forma más pura —dice Díaz sin dudar.

—Eso es intentar salvar la vida de mi hermana —replico.
Díaz suspira teatralmente y hace que la pantalla cambie otra vez.

—Aquí están las consecuencias reales de tu “noble salvación”, Fletcher —dice, y su tono se vuelve más duro—. Theon modificó la fórmula sin supervisión. La venden en mercados negros en el extranjero a un precio tres veces mayor. Es inestable. Peligrosa. Inaccesible. Lo que hiciste no solo no ayudó a nadie: lo empeoró.

Se inclina hacia adelante.

Por primera vez, veo satisfacción en sus ojos.

—¿Tenías conocimiento de esta posibilidad cuando tomaste tu decisión?
La pregunta me golpea como un puño.

—No… no, no tenía conocimiento de eso —admito. Y odio cómo suena mi voz: pequeña, derrotada.

Veyn asiente lentamente, como si hubiera estado esperando exactamente esa respuesta para sellar algo que ya estaba decidido desde antes de que yo entrara a esta sala.

—Entonces, ¿podemos establecer con certeza que tu filtración no solo falló en cumplir su propósito original, sino que además empeoró significativamente el acceso al tratamiento para todas las personas que lo necesitan?

Siento un hormigueo en las manos, como si la sangre estuviera retrocediendo, como si mi cuerpo quisiera desaparecer antes que enfrentar lo que viene. Pero no les daré el gusto de verme temblar.

—¿Cómo responderías a esa evaluación, Fletcher? —insiste la jueza con precisión implacable—convencida de que actuaste pensando en el bien común?

—No soy ingenua, señora presidenta —digo al fin—. Sé que mis acciones tuvieron consecuencias que no anticipé. Pero no me arrepiento de haber intentado hacer algo en lugar de quedarme sentada viendo morir a mi hermana.

—Intentaste algo que puso en riesgo directo la estabilidad operacional de una de las corporaciones más fundamentales de Astrahelea —añade Díaz, con un filo metálico en la voz.

—Intenté algo —respondo— porque todo el sistema está diseñado para asegurar que no tenga ninguna otra opción disponible.

Por un instante, veo un destello en el rostro de Veyn. ¿Interés? ¿Sorpresa? ¿Desprecio?

Dura menos que un parpadeo.

—Ese tipo de pensamiento es extremadamente peligroso —dice en voz baja.

—Para ustedes, tal vez —respondo—. Para la gente como mi hermana, que se está muriendo mientras espera un medicamento que ya existe, ese pensamiento es lo único que les queda.

Veyn suspira, un sonido largo, cansado, casi aburrido. Como si hubiera escuchado esta misma historia cientos de veces y todas le resultaran igual de irrelevantes.

—Catherine Fletcher —dice finalmente, y su voz tiene la contundencia de un martillo cayendo sobre una lápida—, este Tribunal ha determinado, tras una evaluación completa de la evidencia y tu testimonio, que tus acciones constituyen una violación grave y múltiple del Código de Moralidad Ciudadana. Los cargos son los siguientes: espionaje económico de primer grado, sabotaje corporativo con intención maliciosa y atentado directo contra la estabilidad sistémica del Estado.

Las palabras aparecen en la pantalla una por una, lentas, pesadas, inevitables:

1. Despido inmediato e irrevocable de Quantum Biotech, con prohibición permanente de reincorporación.

2. Inhabilitación total para ejercer funciones profesionales en cualquier entidad de investigación, análisis estratégico o desarrollo tecnológico dentro del Territorio Central.

3. Penitencia civil obligatoria: trabajo forzoso bajo supervisión directa del Departamento de Control Ciudadano, con destino asignado en zonas de categoría inferior a las Intermitentes — territorios clasificados como de exclusión estructural y colapso social parcial.
Siento cómo la temperatura de la sala cae de golpe.

—No pueden hacer esto —digo, apenas un hilo de voz. No sé si es rabia o miedo, pero siento el temblor en mis propias palabras—. No pueden enviarme a un lugar así. No soy una criminal violenta. No merezco…

Veyn me interrumpe con un gesto mínimo, casi elegante.

—Fletcher, por favor —dice con una calma que me hiela la sangre—. Las zonas de exclusión no son un castigo. Son una oportunidad para que ciudadanos como tú devuelvan al sistema lo que le han arrebatado.

—¿Una oportunidad? —mi voz se quiebra apenas—. Es una condena. Todos sabemos lo que pasa allí.

Por primera vez, Veyn se inclina hacia la cámara. Su rostro llena la pantalla. No hay rastro de compasión.

—En esas zonas —dice— la esperanza no es un recurso disponible. Y la supervivencia no está garantizada. Pero el trabajo sí. Y trabajarás, Fletcher. Hasta que el sistema
considere que tu deuda está saldada. Siento cómo el aire abandona mis pulmones. No puedo moverme. No puedo pensar.

—¿Y… cuánto tiempo es eso? —pregunto, aunque ya sé la respuesta.
Veyn sonríe. Una sonrisa tan leve que parece un error en la imagen.
—El resto de tu vida.

El silencio que sigue es absoluto. La pantalla se apaga.
La sala queda en penumbra. Y yo me quedo ahí, inmóvil, sintiendo cómo algo dentro de mí se rompe de una forma que ya no tiene arreglo.

Texto agregado el 28-12-2025, y leído por 23 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
29-12-2025 Siento que hay una fuerte influencia del ambiente opresivo de »1984», sobre todo en los interrogatorios que le hacen a Winston, o de la descarnada lógica empresarial bien expuesta en »Un mundo feliz» o »Brave New World». Gatocteles
28-12-2025 Muy interesante este cuento, quizá sea algo común en un futuro no tan lejano, intentemos al menos tener la inteligencia suficiente para no permitir que suceda. Saludos. ome
 
Para escribir comentarios debes ingresar a la Comunidad: Login


[ Privacidad | Términos y Condiciones | Reglamento | Contacto | Equipo | Preguntas Frecuentes | Haz tu aporte! ]