Había una vez, en una calle llena de luces parpadeantes y villancicos suaves, había un niño llamado Diego. Diego vivía en una pequeña habitación junto a su madre, doña Rosa, Doña Rosa estaba un poco delicada de salud y pasaba la mayor parte del día descansando. Aunque eran muy pobres, algo que nunca les faltaba: era el amor.
Todas las mañanas, Diego salía con una canastita de dulces que él mismo envolvía con papel de colores. Se paraba en las esquinas y decía con su voz alegre:
—¡Dulces, dulces para endulzar el corazón!
La gente pasaba rápido haciendo las compras para la noche buena, pero a veces alguien le sonreía o le compraba un dulce. Con las moneditas que juntaba, el niño compraba pan, un poco de leche y, si alcanzaba, una vela para alumbrar su cuarto por las noches.
Una tarde de diciembre, el frío era más fuerte que nunca. Diego llevaba su chompa desgastada y pensaba en su madre, que lo esperaba en casa. De pronto, se paró frente a una casa grande con luces brillantes y un árbol enorme en la ventana, una señora de ojos amables lo miraba de repente ella se acercó
—Hola, pequeño —dijo con ternura—. ¿Cómo te llamas?
—Buenas tardes mi nombre es Diego, señora —respondió él—. Estoy vendiendo dulces para ayudar a mi madre.
La señora no solo le compró todos los dulces, sino que lo invitó a pasar un momento para que se calentara. Allí conoció a don Luis y a sus dos hijos, quienes reían y decoraban el árbol.
Al escuchar su historia, la familia se miró en silencio… y luego sonrió.
—Diego —dijo don Luis—, ¿te gustaría venir esta noche con tu madre a pasar la Navidad con nosotros?
Los ojos del niño brillaron como estrellas. Esa noche, por primera vez, Diego y doña Rosa cenaron una rica comida, cantaron villancicos y compartieron abrazos sinceros. Doña Rosa, emocionada, dijo:
—Este es el mejor regalo de Navidad que hemos recibido.
Cuando llegó la medianoche, Diego miró al cielo y susurró:
—Gracias, Dios mío, por enseñarme que la Navidad y la bondad son los regalos más grandes que me has dado.
Finalmente, el pequeño entendió que, aunque la vida sea difícil, siempre habrá corazones dispuestos a compartir su luz.
Fin.
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