HAPPY ENDING


-Seño por favor, mire que mi hija no ha comido nada en todo el día, lo que sea su voluntad, dios se lo va a pagar con bendiciones.

Como respuesta, Maria sólo recibía el reflejo de su cara en la ventanilla del BMW del año. Su mirada, carente de sentimiento contrastaba con el tono entrecortado de su voz, una lágrima en su mejilla ayudaba a descubrir su tez morena recubierta de tierra de varios días, los resaltados pómulos ponían en evidencia una clara desnutrición, su mano tendida solicitando una moneda reflejaba una artritis avanzada a pesar de su corta edad, 25 años. En la otra mano sujetaba (se podría decir que colgaba de ella) a una pequeña niña de unos 3 años, Lupita, a quien la tristeza la invadía. Si se le hubiera preguntado porque era infeliz seguramente no lo sabría pues en su corta vida no había conocido algún momento agradable que le sirviera de referencia para dimensionar sus carencias. Se alegraba observando a un perrito que le movía la cola a cambio de que lo dejara lamer su manita.

Dentro del automóvil, Lucrecia, de 35 años hablaba por el celular a su clínica de belleza, ya iba tarde para su cita y era importante que la atendieran pues el jefe de su marido iba a cenar a su casa. Era un importante político al que habría que impresionar. Por la mañana ya había dejado todo listo para tan trascendental evento, el mejor vino de mesa y un pato a la mandarina con nueces serían su mejor carta de presentación, eso sin contar con el nuevo vestido Versace que estaba por estrenar. Pero ya iba una hora tarde a su cita, estaba notablemente molesta con el tráfico, con la señorita ineficiente de la estética que no había podido asegurarle que la atendieran y ahora con la molesta vieja que tocaba a su ventana e interrumpía sus frívolas negociaciones, ahora el celular comenzaba a fallar, sólo eso le faltaba, ya no se podía dar el lujo de perder un solo minuto

-¡Carajo!, déjeme de molestar no ve que no tengo nada que darle – le gritó a María mientras bajaba la ventanilla, María dio un paso hacia atrás marcadamente asustada tropezándose con la acera y soltando a Lupita, el perro también se asustó y por reflejo cruzó la calle...La niña lo siguió para consolarlo, había sido su fuente de felicidad ese día y no se iba permitir perderlo.

El semáforo cambió a verde, Lucrecia por atender el celular no vio nunca a la niña... la presión del tiempo la hizo pisar el acelerador con una fuerza que resultó letal...

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Esa noche, la cena fue todo un éxito, la promoción de su marido era inminente

- Ha sido una velada sensacional, la comida estaba exquisita. Además siempre es agradable estar con personas como ustedes que reflejan una alegría todo el tiempo, muchas gracias – Fueron las palabras del jefe para Lucrecia y su marido. Ella sonreía, se le veía plena, satisfecha. Cuando el jefe cerró la puerta, ella volteó y miró a su marido

- Ha sido un gran día, ¿no?, Señor próximo diputado – sonrió, lo abrazó y beso insinuándole a continuar con su gran velada.

No muy lejos de allí, en un pequeño restaurante de una calle oscura y después de llorar toda la tarde, María esbozaba una sonrisa, sí, su cara todavía podía dibujarlas, y es que gracias a los $200 dólares que le dio Lucrecia después del incidente, estaba comiendo un plato de arroz caliente, ya no recordaba la sensación de una comida tan buena.

De Lupita, sólo se puede decir que ahora sonríe todo el tiempo...


Ogro
México, Oct 2002