Las imágenes que hoy vuelven a mi memoria
encallan en el mismo lugar,
y veo un arce deshojándose
traspasado por la constancia de la lluvia.

Esas hojas ya caídas y
y las que aún se alegran de beber
en la copa de aquél árbol,
me miran a través de tus ojos.

Un millar de sauces debieran flanquear
el camino por el que ahora estampo mis huellas.
Su canto podría ser el velo que cuidara mi herida
y que le pusiera notas de música a mi pena;
Sílabas que hablaran desde el temor,
y un silencio de sangre cuajada,
que amilanara el grito de esa tarde rojiza y horrenda,
bajo la luz de Santiago.

El limbo más espeso me ha soltado
sobre la silla desvencijada en que me apoyo,
y no siento más que un suspiro
y luego este espacio sepulcral.

Para mi llanto ya no hay lágrimas
que quieran venir a sostener
ni mi brazo ni mis ojos.

No quedará mirada para recordar tus hojas caídas
ni aquél arce que responde a tu inocencia,
y que yo he querido reflejar desde mi sueño.