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Desperté, pero no estaba donde me había quedado dormida. La casa era un sin fin de habitaciones vacías, por donde ni el recuerdo de una mísera gota de aire había entrado a aquel lugar por donde transitaba. El frío demasiado espeso me envolvía, dejando en mi frente unas gotas de sudor.

Escaleras en forma de aros interminables no daban a ninguna parte y mientras recorría el salón principal … por lo menos eso parecía, observaba quietas estatuillas de bronce sin pulir por muchos años. Me acerqué incrédula a quitar el polvo de un epitafio, de alguna estatua que parecía haberse caído del pedestal.

La inscripción no estaba clara, o por lo menos no estaba en el idioma que me enseñaron a leer. Pero me perturbaba aquel rostro cubierto por metal, como si hubiesen derramado sobre un cuerpo humano alguna sustancia, dejándolo inmóvil.

Las facciones, eran como de alguien que se quedo en el asombro, con ojos despavoridos y con la piel tensa. Uno de los puños de las manos estaba cerrado pero el otro estaba totalmente abierto, en donde se veía claramente el número 2345 M, grabado en relieve como una cicatriz que queda ulcerada.

Me acerqué por detrás de la columna que sostenía la estatua y me sorprendió ver algunos rasguños en la pintura, como si al clavar la estatua, ésta misma se hubiera querido escapar.

Seguí por un desfiladero de estatuas de hombres, todas en la misma condición con la inscripción en las manos, 3452 M, 6734 M, 9847 M, 8746 M…
El lugar estaba en penumbras pero sobre el panel de las ventanas entraba algún rayo de luz artificial.

Un olor a cigarrillo impregnaba el salón, en donde estaban las estatuas de las mujeres, a donde me había acercado después de ver cientos de miles de hombres.
Algunas mujeres tenían estómagos de embarazos, parecía como si la persona que las creó, buscara a cada término la perfección en el moldeado.

Unas voces se escuchaban al final de una vereda pequeña, en donde reposaban algunas armas de tortura como de la época medieval, algunas cadenas y unos calderos para colar metal. Las voces eran masculinas y entendibles, se mezclaban con el bullicio de un juego de fútbol desde algún aparato de sonido.

Sentía mucho temor, en principio creí estar en un museo lúgubre, o en un taller de artes algo excéntrico, pero aquellas armas no me daban respiro de confianza y el bullicio de los fanáticos del juego, menos. Ahora tendría que averiguar que hacía allí, porque desde que desperté no me lo había preguntado.

En un pasillo amplio y sin salida, había una abertura en forma de rombo, a la altura de unos dos metros, por donde salía el humo del cigarro y el sonido de las voces eran mas claras. Me trepé sin hacer ruido en un escabel, parecido a los posaderos de las estatuas, pero la altura no me daba al lugar de la ventana.

Se escuchaban algarabías por lo goles apuntados por el equipo de los fanáticos y algunos olores mas despuntaban como a licor seco. La conversación se hacía en torno al juego, pero una voz muy quebrada y ronca preguntaba la hora.
- una menos veinte – respondía alguien mas.
- Que habrá pasado ? – se sentía inconformidad – la número 5442 F debió llegar a las doce, la hora de la muerte es muy precisa, nunca ha existido retraso.
- no se preocupe jefecito, ya debe estar por llegar, allí tenemos listo todo, la caldera ha colado bien el hierro, quizás sea cuestión de minutos, la muerte nunca deja a nadie sin hacerle sus estragos, y los guardianes avisaran cualquier desperfecto de la máquina de sellar – apuntaba la voz altanera de hombre ebrio.
- ah!! la selladora, llamaré a ver que pasa –
- alooooo, que ha pasado ? la número 5442 F no ha llegado aún… cómo? Y quien la custodiaba? … qué? … como es que no saben? … si, si claro, acaso es que no saben hacer su trabajo allá? … no esa no es excusa… - se sintió un golpe fuerte al colgar el teléfono.
-! bueno se acabó el juego ! – con voz de mando y bien perturbado, la voz del jefecito retumbo el lugar -
- que pasó mi jefecito, no nos va a dejar ver la final?-
- qué les pasa a ustedes hoy?, la selladora ya ha marcado la 5442 F, y nadie sabe donde esta… a ver como le hacen y me buscan esa mujer, ya debería estar en su anaquel, acá las animas no rondan por donde se le pegue la gana…

Temblé de nuevo y apretando los dientes y puños de las manos, me presté para orar, pero sentí dolor en la mano derecha, algo que me quemaba en el centro de la palma. Quise cerrar los ojos, pero el ardor me hizo contemplar una herida ulcerada con el número 5442 F.


Texto agregado el 18-10-2004, y leído por 173 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
28-11-2004 Muy bueno! orlandoteran
19-10-2004 ...Auténtica pesadilla de la que resulta imposible despertarse y dejar de leer. Buen suspense, tremenda! TE SALUDO: Luis Tamargo.- luistamargo
18-10-2004 De veras me pareció un muy buen cuento. Bien contado. Me encantó. 5 de estas* torovoc
18-10-2004 Magnífico cuento, pleno de suspenso y terror... 5* y un abrazo. neusdejuan
18-10-2004 Horripilante. Cuando creí que iba a despertar, resulta que es un alma en pena. Enhorabuena por tu cuento. Saludos. JUANROJO
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