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Hace mucho, mucho tiempo, en un lejano país, vivía un rey que no era feliz.

El rey era desdichado desde que podía recordar, y sin embargo nunca había conseguido averiguar la causa de su infelicidad. Desde pequeño, y vista su especial propensión a la desdicha, se le había apartado de problemas y contrariedades que pudieran afectarle. Todos los habitantes de palacio hacían grandes esfuerzos por estar, o la menos parecer, siempre alegres, pero esto no parecía afectar al rey. Los remedios propuestos por los muchos consejeros que le habían prestado servicio, nunca habían surtido efecto, y más bien al contrario, iban agravando el penoso estado de su rey.

Un buen día, entró al servicio del rey un nuevo consejero, quién tímidamente, y con algo de temor, dado su carácter de recién llegado al puesto, y conocedor de los fracasos de sus antecesores, le hizo al rey una propuesta: si no podía encontrar el remedio para su infelicidad en todo su reino, dado que él era el único rey que allí habitaba, quizá sería conveniente buscar en el reino vecino la causa de la felicidad de su monarca.

El rey no pareció muy convencido de la propuesta, pero llevado por la insistencia de su mujer en probar cualquier alternativa que remediase su lamentable estado, al fin accedió, y fue enviado un caballero al reino vecino para intentar averiguar lo que se le pedía. Al cabo de un mes regresó con noticias para su rey de que no había podido cumplir con su misión, pues el rey vecino también era desdichado, y por tanto no podía servirle como modelo. Semejantes noticias entristecieron hondamente al consejero que había realizado aquella propuesta, sin embargo, nadie se dio cuenta de ello, pues todas las miradas estaban fijas en el semblante del rey, en el que apareció un leve amago de sonrisa, el primero de su vida. Conmocionado por el ligero placer que la había producido la infelicidad de su vecino, el rey envío tres caballeros a otros tantos reinos cercanos. Sin embargo, en esta ocasión su misión era averiguar si sus monarcas eran o no felices. Y a medida que fueron regresando y contando al rey sobre la infelicidad de los reyes, la cara del rey se iba ensanchando de alegría. Otros 5 caballeros fueron enviados con la misión de obtener la mayor cantidad de información sólo sobre las desdichas y problemas de los reyes vecinos, y su llegada, y su información era recibida por el rey con un gran alborozo. Éste decidió entonces enviar a sus caballeros a todos los reinos a los que se pudiese llega andando, a caballo o en barco, con el fin de que trajeran noticias sobre desastres y tristezas allá donde se produjeran. Y de todos los reinos volvían los mensajeros con las alforjas repletas para felicidad del rey, de todos, menos de uno, de un pequeño y lejano reino, del cuál, varios meses después, aún no había vuelto el caballero allí enviado. Preocupado, el rey envío a otros 5, de los cuáles ninguno regresó. Así pues, decidió preparar su guardia personal, y dirigirse él mismo hacía aquel reino. Tras varias semanas de viaje, por fin llegó a palacio, y se mostró enormemente sorprendido por la alegría y la felicidad de las personas que se habían ido encontrando a su paso desde la entrada al reino, y un cierto malestar comenzó a apoderarse de él. Fue recibido con grandes honores por su visita, a pesar de lo inesperado, y una gran fiesta se organizó en su honor. Cuando durante la cena el rey le hizo saber a su anfitrión el motivo de su visita, que no era otro que el de saber sobre sus 6 caballeros, éste no pudo reprimir una gran carcajada, y le indicó que mirara hacía el final de la mesa, donde el primero divisó sorprendido a sus caballeros riendo y gritando como nunca antes los había visto. El rey anfitrión le explicó que habían decidido quedarse allí libremente, pues en su reino habían encontrado por fin la felicidad. Con un rápido gesto se dirigió a un lacayo, quién le trajo un pequeño libro en el que aparecían impresas las letras “el secreto de la felicidad”. Entre risas, le pasó el libro a su compañero de mesa, quién desde hacía un buen rato se mostraba hosco y contrariado, a pesar de sus esfuerzos por disimularlo, y le explicó que en aquel libro encontraría todo lo que necesitaba para ser feliz tanto él como los habitantes de su reino.

Aquella misma noche, argumentando asuntos pendientes en su reino, el rey abandonó el palacio entre vítores y saludos de sus habitantes. Al llegar a su castillo, armó todo su ejército e invadió aquel reino, no dejando vivos siquiera a sus caballeros traidores, lo cuál le produjo tal orgasmo de felicidad, que le duró para el resto de sus días.

Texto agregado el 08-10-2002, y leído por 585 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
24-10-2006 MEGUSTO serendipio
22-04-2006 el autodescubrimiento de un tirano... vaya... KAReLI
24-01-2005 Vaya!...Este rey no tiene nada que ver a la reina de antes. Abajo con él. También me gustó. Un beso eloisa
11-10-2002 Gracias Piratrox por tus comentarios, pero con otro final sería otro cuento. Este habla del autodescubrimientode un tirano. carlos
10-10-2002 Buen cuento, me esperaba otro final.. tal vez con otro final el cuento seria mejor aunque de antemano esta bien, pero podria ser mejor... saludos del piratrox
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