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Tal vez Arturo nunca en su vida había sentido un nerviosismo tan agudo. Esa cortina de caracoles frente a él, lo llenaba de una expectación que se transformaba en un escalofrió que recorría todo su cuerpo.
—Pasa Arturo —dijo una voz rasposa que venia del cuarto tras la cortina.
Los nervios del muchacho eran tales que ni siquiera se detuvo a cuestionarse cómo aquel sujeto conocía su nombre. Lleno de temor y duda, Arturo atravesó la cortina, tras esta se encontraba un cuarto pequeño, oscuro y húmedo. En el centro había una mesa con un par de sillas, en una de las cuales, se hallaba sentado Shai, por quien Arturo se encontraba en ese lugar, y el causante de tal nerviosismo.
—Siéntate muchacho, no tienes de que temer —aseguro en un tono sombrío el individuo de apariencia poco convencional.
Pese a la afirmación de Shai, a Arturo le era difícil fiarse de alguien con tal aspecto. Era un hombre de largos y enmarañados cabellos y barbas, ojos grises fijos en la nada, y extraños símbolos tatuados en la cara. Por supuesto, la lúgubre decoración del lugar no ayudaba a inspirar confianza. Peor aún así el muchacho tomó asiento.
Sin duda el estar en tal lugar, y ante aquel hombre, no le resultaba nada cómodo al joven. Nada en este mundo lo hubiera hecho estar ahí, nada exceptuando a Fabiola, claro esta. Ella era la mejor amiga de Arturo, entre ambos existía una conexión más allá de cualquier explicación posible, reían a la par y se robaban las palabras constantemente, pasaban prácticamente todo el día juntos, o al menos así había sido hasta cierto día en que las cosas comenzaron a cambiar. Los dos se alejaron, y pronto a Fabiola se le vio muy unida a un tal René. Fue entonces cuando Arturo comprendió lo que realmente significaba Fabiola para él. Pero ahora la había perdido, y no había poder humano que la hiciera regresar, mas los rumores decían que Shai era más que humano.
—Debes de saber que ni la magia más fuerte, puede romper el amor verdadero —comento el hechicero —ni tampoco puede crear uno nuevo.
—no puedes acabar con su amor —dijo Arturo, con un ritmo cortado —¿Pero puedes acabar con a quien ella ama?
—hay muchacho, no pensé que fueras de esos —respondió el brujo en medio de tétricas risas.
—¿Puedes? —cuestiono el aún nervioso joven —se llama René, vive en...
—No necesito datos —interrumpió Shai —El sujeto a quien ama, morirá en tres minutos.
En ese momento el remordimiento y otro sin fin de sentimientos se revolvieron en el alma de Arturo, ¿qué era lo que estaba haciendo? Se cuestionaba, pero ningún sentimiento era suficiente para hacerlo claudicar, según él, todo valía la pena con tal de volver a tener a Fabiola cerca.
—¿Cuánto va a ser? —preguntó temeroso el joven.
—Me caíste bien —aseveró el hombre de largas barbas —tómalo como un favor personal.
Tal declaración dejo pasmado al joven, quien aún luchaba con sus sentimientos de culpa, no lograba entender lo que ahí sucedía, el sabia que ese tipo de trabajos suponían una gran cantidad de dinero, no podía comprender ni tampoco alegrarse de lo que sucedía, ahora era responsable de una muerte, y además no le había costado nada, nada de dinero cabe aclarar.
—¿Qué esperas? —dijo en un tono un tanto colérico Shai —vete ya.
Arturo asentó positivamente con la cabeza, se puso de pie y salió corriendo, el lugar le provocaba nauseas, pero no tantas como lo que acababa de hacer. El amaba a Fabiola, y aún así acababa de truncar su felicidad. Siguió corriendo y salió de aquel sitio, en su alma aún luchaban sus sentimientos, trataba de justificar con su amor por Fabiola, el atroz acto realizado, pero fue ese mismo amor el que lo hizo reaccionar. Comprendió que había sido un maldito egoísta, que amar a Fabiola no era desear tenerla para él, sino desear que ella fuera feliz sobre todas las cosas, aún si esto representaba que el renunciara a ella y con ella a su felicidad. Entonces Arturo se arrepintió y decidió regresar para hablar con Shai, pero ya era demasiado tarde, los tres minutos acababan justo en ese instante, en el instante cuando Arturo decidió volver, en ese instante cuando Arturo atravesaba corriendo la calle y una camioneta se abalanzaba contra el, arrojándolo a varios metros de distancia y despojándolo instantáneamente de la vida.

Epilogo
Al día siguiente en el velorio de Arturo, sobre todas la figuras tristes que sollozaban en el lugar, una sobresalía, era Fabiola cuya tristeza solo era comparable con la de la madre de Arturo.
—¿Por qué? ¿Por qué tenia que pasarte esto a ti? —decía inmersa en llanto la hermosa joven frente al ataúd — Perdóname por haberme alejado de ti en estos últimos días, es que necesitaba tiempo para aclarar mi mente, y lo que siento por ti, pero ahora ya nunca podré decirte que te amo.
Fabiola calló de rodillas ante el féretro y su llanto aumento de manera memorable.

Texto agregado el 18-10-2004, y leído por 89 visitantes. (0 votos)


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