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Inicio / Cuenteros Locales / carlos / La paciencia del Santo Job

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En cierta ocasión se encontraban Dios y Diablo jugando una partida de cartas, siéndole en contra de lo habitual la fortuna favorable a Dios, quién ya acumulaba una considerable cantidad de manos ganadas sobre su contrincante.
- ¡Y las diez de monte... ochenta y cinco!. Parece que vuelvo a ganaros.
- ¡Vaya!- exclamó Diablo- ¡Por mi desconocida Madre que tenéis razón!. Pero ya empiezo a cansarme de este aburrido juego. Si vos me lo permitís quisiera proponeros alguna otra actividad que devolviera el interés a nuestra mutua compañía.
- Decid pues- respondió Dios- aunque mucho me temo, si el temor puede ser objeto de placer, que vuestras nuevas proposiciones en poco cambiarán el sino que en el día de hoy os acompaña. Pero decid... decid...
- Hace tiempo que vengo observando uno de vuestros fieles, quién con singular y abnegada devoción os adora. Y creed aquellas de mis palabras que os aseguran que no he conseguido encontrar en el reino de los humanos otros que en ello se le parezca.
- Sin duda os referís a Job, mi preferido- exclamó orgulloso Dios- pero... abreviad ¿Cuál es vuestra proposición?.
- Veréis. Debo deciros que cuando vi la conducta de vuestro Job fui mordido por la serpiente de la envidia y su veneno comenzó a recorrerme. Pero un pensamiento consiguió de tenerlo. Sin duda que Job es feliz. Tiene una esposa a la que amar, una tierra que trabajar, unos hijos a los que alimentar y que una vez crecidos garantizaran su reposo, y una salud robusta. La proposición que os hago nace de las dudas que estos pensamientos consiguieron provocarme, y comencé a pensar que pasaría si Job perdiera todo lo que causa su devoción por vos.
- ¡Por las hijas de Eva que no hay criatura en el universo que con sus largas peroratas consiga fecundar tanta impaciencia en mi!. ¡Concretad...concretad...!
- Pues bien, yo os digo que si aumentáis el sufrimiento de vuestro santo Job, él sin duda renegará de vos y no volverá a tributaros oración.
- ¡Ah, pobre Diablo!- contestó Dios rezongando- teníais toda una estirpe de falsos creyentes para elegir, y habéis ido a fijaros en aquel mi hijo predilecto, ese del que estoy seguro nunca he de esperar una traición. Sin duda que este será un digno colofón a vuestro infortunio presente. Fijad pues los términos de la apuesta.
- Mientras Job esté orando le enviaré siete plagas que le harán sentir las mieles de mi reino. Si como vos pensáis, la fe de Job no está ungida por su felicidad, soportará las plagas y volverá a casa junto a su mujer y sus hijos, entonces habréis ganado. Mas si sucede como yo digo, Job no volverá a reunirse con su mujer y sus hijos sin haber renunciado antes a vos. Entonces, yo habré ganado.
- Sea como decís- contestó Dios- pero habéis olvidado establecer el montante de la apuesta.
- El vencedor obtendrá el placer de la victoria, ¿cabe mayor satisfacción?
-¡No pues!. Comenzad entonces vuestra obra a la vez que vais sintiendo como desearíais que el arrepentimiento fuera placentero pues es lo único que pasará por vuestra envenenada mente. Pero comenzad, comenzad... -sugirió graciosamente Dios mientras se acomodaba para contemplar confiado lo que en el reino humano pudiera suceder.
Mientras, en la tierra un humilde labrador llamado Job, casado con la fértil Rebeca, fruto de la cual compartían siete hijos, se confiaba a sus diarias oraciones para agradecer todo lo que poseía y para pedir que el día le fuera propicio, aunque sin duda dedicaba mucho más tiempo a lo primero que a lo segundo.

Así fue como sentado sobre una enorme piedra de superficie plana cercana a la casa, Job pudo contemplar como de las tierras de su labranza y que constituían la única base de su sustento, comenzaba a surgir un negro y sospechoso humo que poco a poco iba ganando altura a la vez que se extendía por todo el terreno cultivado, y como de la base de ese humo comenzaban a elevarse refulgentes llamas que al convertirse en columnas de fuego iban arrasando todo lo que encontraban a su paso. Y solo se detuvieron cuando la última ceniza del último fruto carbonizado se fundió en el suelo. Pero Job, comprendiendo que semejante hecho no podía deberse sino a la mano y el poder de Dios que le estaba probando en su fe, decidió no dejar de orar, y no se inmutó.

-¡ Bueno, parece que las cosas no os marchan muy bien,¿no es así? -se carcajeó Dios.
-De mal observador me habríais dado si el objeto de nuestra disputa hubiera sucumbido ya en su primera plaga, pues no habría sido sin duda merecedor de ella. Pero tranquilizaos, o mejor dicho, no estéis tan tranquilo, pues aún hemos de medir con mucha más exactitud hasta donde llegan la paciencia y la devoción hacia vos de vuestro Job .-

Y junto a Job cayó una piedra del cielo, y luego otra, y otra, y una golpeó en su pierna, y otra en su hombro y dos le golpearon en la cabeza, y estas que al principio vinieron solas se fueron acompañando cada vez más, de modo que una auténtica lluvia de piedras cayo sobre el pobre Job que por momentos, y consecuencia de las que le iban golpeando en la cabeza, iba sintiendo que desfallecía, pero entonces se envaraba y se concentraba aún más en su oración, sin hacer caso de las heridas que en su cuerpo se encargaban de no dejar rastro inmaculado.
Pero Job no se inmutó, y la lluvia de piedras desapareció.

Diablo decidió recurrir entonces a una de las criaturas de su Reino, pues sabía que Job gozaba de un delicado oído para la música, y que el más leve desafino le hacía sufrir indescriptiblemente, así que ascendió de los infiernos a una musicógena que era admirada en aquel Reino, una tal... Mónica Naranjo, y que comenzó a emitir semejantes sonidos que el cuerpo de Job no podía dejar de estremecerse interiormente, aunque cualquiera que le hubiera visto le habría confundido con la piedra en que se hallaba sentado; y mientras, la musicógena destrozaba con sus sonidos los tímpanos de todos los seres que la padecían, y su mujer Rebeca y sus siete hijos, creían enloquecer, y los animales corrían de un lado para otro en el estado más próximo a la locura.
Pero Job, no se inmutó.

Entonces los hijos de Job comenzaron a morir, empezando por el mayor, Adán, y siguiendo en orden de edad por Belsué, al que siguió Cristopher, al que siguió Danzer, al que siguió Eneon, al que siguió Foises, para acabar con el más pequeño que apenas tenía unos meses, Gandul. Rebeca, la esposa de Job, era llevada por un dolor histérico y acompañaba la muerte de cada uno de sus hijos con un golpe, tan fuerte como se lo permitían sus fuerzas, en mitad de su pecho.
Pero Job, no se inmutó.

-¡Bueno, Bueno, bueno! -exclamó satisfecho Dios -Parece que se os van acabando las plagas, y no termino de ver vuestros progresos. Pero intentad, intentad convencerme de que estáis ablandando a mi fiel Job, quién sabe, tal vez lo consigáis, -terminó mientras soltaba una enorme carcajada.
Pero Diablo sabía que su enemigo tenía razón y que hasta ahora sus intentos habían resultado inútiles. Sin embargo, el modo de golpearse el pecho de Rebeca le dio una idea, y decidió cambiar su estrategia.

Así, mientras Job seguía orando impasible sobre su fría piedra, tres ejércitos de bárbaros llegaron hasta su casa donde Rebeca descansaba, y no encontrando otro modo de desembocar sus instintos, recurrieron a la mujer de Job. Y Rebeca fue violada mil veces por cada soldado, por mil soldados que tenía cada uno de los tres ejércitos, y en cada ocasión mil quejidos exhalaba por su boca.
Pero Job, no se inmutó.

-¿No estáis traicionando las reglas de la apuesta? –inquirió Dios -pues me parece recordar que era sobre Job y no su mujer sobre quién debían recaer las plagas .-
-Bien decís -respondió Diablo -más considerad que ha sido Job hasta ahora el único objeto de mis plagas. Reparad en que estamos probando la fe de vuestro servidor aumentando sus sufrimientos, y convendréis conmigo en que no hay mejor modo de castigar a uno que infligir penalidades a aquellos que ama, pues si realmente los ama, como creo es el sentimiento de Job hacia Rebeca, sin duda su dolor al contemplar el ajeno será mucho mayor que el de aquel que directamente lo recibe. Y hete aquí que en nuestro caso quién contempla es Job, siendo por tanto el que más sufre, conforme a nuestra apuesta .-
-¡Me liáis, me liais!. ¡Por las pocilgas de Abraham que cuando decís más de tres frases seguidas no consigo entenderos. Pero ea, terminad ya con las dos plagas que os quedan pues me parece que el resultado será el mismo .-

Y en el cuerpo de Rebeca comenzaron a aparecer pequeñas llagas que rápidamente se fueron extendiendo hasta convertirlo en una gran llaga, y en aquellas partes más alejadas de su tronco la carne principió a pudrirse, y de los dedos de las manos y de los dedos de los pies, pequeños trozos secos se iban cayendo al suelo, y cuando ya no quedaron dedos, fueron las manos y los pies las víctimas de la podredumbre, y cuando ya no hubo pies ni manos, la sequedad se fue extendiendo por brazos y piernas, y del rostro iban cayendo trozos de mejilla, partes de oreja....
Pero Job, no se inmutó.

Y del suelo empezaron a surgir gusanos a miles que recorrían lo que restaba del cuerpo leproso de Rebeca, y se alimentaban de las partes que aún quedaban sanas, y en su cosquilleante avanzar se iban introduciendo por boca, nariz, oídos y demás agujeros abiertos por la podredumbre, para recorriendo y alimentándose de sus órganos internos, extender su propia vida a costa de la moribunda.
Pero Job, no se inmutó.

-!Vencido de nuevo! -exclamó Dios exultante -¡Por las siete esposas de Moisés que he de amar de veras a este fiel y santo Job, pues ningún otro mortal hijo del barro y del sol habría soportado semejantes perversiones fruto del mismísimo Diablo.

-Cierto habláis -devolvió Diablo -y he de confesaros que no he puesto ninguna traba a mi maldad a la hora de elegir e infligir castigos a ese santo de las tres letras que por vos ha sacrificado cuánto tenía, renunciando a tierras, mujer e hijos para glorificar a su creador con tanta más fuerza cuanto mayores eran los sufrimientos que por obra divina se le imponían .-
-Siendo tal el caso, ¿Convendrás conmigo en tu derrota? .-
-Más preferiría perder mi Reino -contestó envarado Diablo-que faltar a mi palabra. Así pues, devolved a esa familia a su estado inicial y cuando vuelvan a estar todos juntos descenderé a los infiernos reconociéndoos como vencedor .-
-¡Sea ¡ -respondió Dios.

Y de las tierras de Job comenzaron a surgir sus anteriores frutos que en poco tiempo alcanzaron el tamaño y color previo a ser arrasados por el fuego. Y en el cuerpo de Job comenzaron a sanar las sangrantes heridas que la lluvia de piedras le había provocado. Y comenzó a oír un alborozo conocido que provenía del interior de la casa, y que no era otro que el llanto de Gandul, y las risas de Foises, y los gritos de Eneon, y los susurros de Danzer, y las oraciones de Cristopher, y las canciones de Belsué, y a Adán, a Adán no le oyó porque era mudo, pero supuso que se encontraría con sus hermanos. Y el cuerpo de Rebeca comenzó a sanar, y la carne muerta a florecer, apareciendo de nuevo sus perdidas extremidades y adquiriendo el rostro toda su anterior belleza. Y por ende, los gusanos comenzaron a abandonar su cuerpo y a perderse por la misma tierra por la que habían aparecido.

Fue entonces cuando Job comprendió que su prueba había terminado, y que Dios estaba contento. Así que levantando sus entumecidas piernas de la plana piedra sobre la que habían estado cruzadas, las apoyo en el suelo, y se dirigió hacia su casa para reencontrarse de nuevo, feliz, con su familia. Sin embargo, al llegar hasta ella encontró la puerta cerrada.
-Sin duda -se dijo -Rebeca tiene miedo, por si acaso vuelven a aparecer los bárbaros. -¡Abre mujer! -gritó mientras golpeaba la puerta -¡soy tu esposo Job!.
-¡No volverás a entrar a esta casa sino sólo! -oyó que le contestaba desde el interior.
-¿Dirás locuras? -respondió Job -Solo estoy, ¿con quién había de venir si no? .-
-Con ese que siempre te acompaña, ese que tan graciosamente cuida de nosotros, ese tu Dios. Así no pienses volver a pisar esta casa si no reniegas antes de él.
-Rebeca, esposa querida. ¿Sabrás lo que dices?. ¿Cómo me pides renegar de aquel que nos creó y que nos provee? .-
-No es de ese de quién te pido que reniegues, sino de aquel otro que para probar tu fe incendia nuestros campos pues tanto los he trabajado yo como tu; ese, gracias al cual fui violada mil por mil veces por tres ejércitos de bárbaros; ese, que convirtió mi cuerpo en muñón y se lo entregó a los gusanos; ese, que me arrebató a mis siete hijos con la maligna intención de devolvérmelos todos, pues si sólo me hubiera devuelto dos o tres de los más espabilados, aún tendríamos posibilidad de no seguir pasando hambre por lo escaso de la tierra. Te digo, que sólo entrarás si reniegas de él.
-¿Serás capaz de cumplir tu promesa? -preguntó temeroso Job.
-Tiempo has tenido para hacerme siete hijos y por tanto conocerme, y bien sabes que no hay palabra que salga de mi boca en vano. Tres veces habrás de renegar de Dios, o no volverás a verme .-
-Está bien -contestó Job resignado -Reniego de Dios.
-¡Necio! -tronó el cielo. Pero Job, no se inmutó.
-Reniego de Dios -volvió a decir. -¡Imbécil! -tembló la tierra. Pero Job, no se inmutó.
-Y reniego de Dios -terminó Job. -¡Malnacido! -rugieron los mares. Pero Job, no se inmuto, salvo para entrar a su casa y abrazar a sus hijos, y a su esposa quién incluso se dejo besar cariñosamente en la mejilla por su querido esposo.

Y así fue como Job perdió su santidad, y Dios, una vez más, su apuesta con
Diablo.

Texto agregado el 11-10-2002, y leído por 8093 visitantes. (5 votos)


Lectores Opinan
22-04-2006 buen giro a la historia KAReLI
24-01-2005 ¡Vaya historia tan estupenda!. Un beso eloisa
14-10-2002 Muy buen cuento, enhorabuena. BERTA
14-10-2002 Es muy bueno que sobrevivan escritores que aún se fijen en cierta cosas que la litaratura basura de nuestros días ha ido aniquilando, y que, mejor aún, lo hagan con maestría... excelente. nemesis
 
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