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No me termina de cuadrar ni el titulo ni el final. Sugerencias pliissssss.

SUICIDIO

Alcides llegó a la casa cansado, como siempre. Saludó con un murmullo a Estela y empezó a preparar el mate sin palabras. Ella se sentó a la mesa y dibujó con un dedo las flores del mantel de hule. Lo miraba de costado de vez en cuando, tanteando el mejor resquicio para romper el silencio.
La pava silbó apenas y Alcides la sacó del fuego antes que hirviera. La espuma en la calabaza era casi casi un poema verde. ¡Qué frase tonta! Pero le encantaba la imagen y cada vez que tenía oportunidad la introducía en una charla. Cuando le pasó el primer mate sus manos se rozaron apenas, Estela buscó sus ojos y sin parpadear le dijo: “Hoy me suicidé varias veces pero no me pude morir ninguna.”
Alcides abrió los ojos y sonrió pensando que se trataba de una broma. Pero la sonrisa se le torció un poco cuando se dio cuenta que Estela hablaba en serio. “Que vos… ¿qué?”
Estela sorbió la infusión y le devolvió el mate vacío. Él cebó otro mate y lo fue chupando despacito mientras Estela le resumía su día de jueves.
“Sí, ayer me cayo la ficha. Mi vida es una mierda de pies a cabeza, y más me valía matarme que seguir deambulando así como un zombie.” “¿Un qué?” Alcides le ofreció otro mate, ella lo tomó y le explicó: “Un zombie, como en las pelis de terror. Esos que están muertos pero que siguen caminando. ¿Te acordás esa que vimos en …?” “¡Ah!, ya me acuerdo.” El mate seguía cambiando de manos. Estaba fuerte y amargo, como a él le gustaba. Lástima que no tenía cascarita de naranja …
“Bueno, la cuestión es que así es como yo me siento prácticamente todos los días. Como si estuviera muerta (y hasta medio podrida) pero sigo andando, yendo al trabajo, haciendo las compras [en este punto le dio una chupada tan fuerte al mate que resonó el vacío en la bombilla] hasta tomando mate, mira vos. Pero eso por fuera porque por dentro …” “Estás muerta”, asintió comprensivo aunque sin terminar de entender Alcides. “Exacto. Por eso ayer me dije mientras freía las milanesas: Estelita, si vos ya estás muerta por adentro te falta morirte por afuera. Y entonces ¡zas! Se me prendió la lamparita. Me suicido y listo.”
Alcides apuró el mate y le cebó otro espumoso a Estela. Siempre cebaba con un hilo finito de agua que dejaba caer sobre la bombilla sin tocar casi la yerba, así en el extremo opuesto se formaba como una isla de hojitas y palitos secos. “¿Y?” Estela sorbía su mate silenciosamente, mirando la nada. Parpadeó, devolvió el calabacín y siguió contando.
“La cuestión es que hoy a la mañana después que vos te fuiste llamé al trabajo. Puse mi mejor voz de congestionada y dije: Hoda, haba Etela. Qué haze Fednando. Ti, etoy hecha pedota, uda gdipe de mieda. Y do, do voy a poded id. Do, do, segudo que ez pod hoy nomaz. Ti. Ti, quedate tdanquilo. Beno, beno, tau. Pelotudo. Este Fernando se cree cualquier cosa.”
“¡Ah!, ¿no fuiste al laburo hoy?” “Y no, ¿cuando querías que me matara sino?” “Claro, tenés razón” Alcides encontró todo muy lógico, aunque los mates le parecían cada vez más amargos a pesar de que la yerba se estaba lavando.
“Entonces fui al baño, llené la bañera con agua calentita, puse esas sales que nos regaló tu hermana y que nunca usamos, me desnudé, busqué las hojitas de afeitar y me metí al agua. Pensaba en esa canción de Fito Páez, ¿te acordás? Esa de la locura ordinaria. Bueno, la cuestión es que apoyé el filo de la hojita en la muñeca izquierda y me hice un tajito. Uno chiquito para probar qué se siente. La puta madre, no sabes lo que arde. Como cuando te cortas en el borde del dedo con una hoja de papel ...” “Sí, te duele una bocha.” Alcides le pasó otro mate y se paró para calentar un poco más de agua. “Bueno, tal cual.” “¿Y te sangró?” “Un poquito, mira.” Extendió el brazo izquierdo y Alcides vio una línea roja y la piel un poco levantada. “¿Te duele ahora?” “Siento como que late, pero no me duele.”
La pava volvió a cantar bajito y él la agarró con una servilleta. “¿Y qué hiciste después?” “Me terminé de bañar, me vestí y me senté acá en la cocina. Pensaba y pensaba. De alguna manera me tenía que matar. Y en ese momento vi las hormigas en la mesada. Las guachas otra vez salieron, yo me olvidé la taza del desayuno sin lavar y las tipas se subieron de picnic. Entonces me acordé del veneno que tenemos para matarlas. Busqué el frasco, lo abrí y estuve a punto de tomar un trago, pero el olorcito que tiene me dio como asquito. Así que decidí hacer como en un cuento que leí por ahí: mezclarlo con algo de comida. Me preparé un guisito de verduras bien condimentado y le agregué el hormiguicida. Para esto eran más de las doce del mediodía y yo tenía un hambre … Me serví un plato, me senté a la mesa, cargue una cucharada y me la metí en la boca a pesar de la repulsión que sentía. Ese bocado lo debo haber masticado como mil veces …”
“¿Y te lo comiste?” “No, al final lo escupí.” “¿Por?” A esta altura Alcides no pudo ocultar un gesto de fastidio, el mismo que se le pintaba en la cara cada vez que su equipo de fútbol llegaba al arco contrario y erraba el gol. “¿Qué se yo? Porque yo soy así, bastante fifí para las comidas.” “Sí, ya sé nunca te gustaron los ravioles que hacía mi vieja.” “Porque eran de sesos.” Estela frunció la boca y sacó la lengua de manera infantil mientras le devolvía el mate. “Y podrías cambiarle un poco la yerba, che, que está relavado.”
Mientras Alcides limpiaba de yerba usada la calabaza y la reemplazaba por hojitas nuevas rumió lo que Estela le había narrado. A manera de resumen pensó en voz alta: “Entonces te cortaste las muñecas y no te moriste, y te comiste el veneno y no te moriste.” “Y no. Pero eso no fue todo.” “¿No?” “Yo estaba decidida a matarme hoy de alguna manera y lo iba a lograr.” “¿Qué hiciste?”
“El guiso lo tiré por el inodoro y me puse a lavar los platos. Mientras lavaba la olla miré la cocina que había quedado manchada de aceite. Entonces me acordé de un comentario que escuché una vez en la tele acerca de gente que se suicidaba metiendo la cabeza en el horno. Y me dije, ¿por qué no?”
“¿Por eso tenias todas las ventanas abiertas cuando llegué?” Alcides se aburría con la charla, al principio seguía con atención los gestos de Estela y los nervios lo carcomían. Ahora ni siquiera esperó a que Estela finalizara su relato. Imaginó (con bastante acierto) que ella en verdad había dejado la llave del gas abierta. Hasta pudo representar mentalmente la imagen de Estela sentada con la cabeza apoyada en la puerta entreabierta del horno, sus facciones descomponiéndose por el olor nauseabundo a huevos podridos que trae el gas, la salida apresurada al baño a vomitar o al patio a respirar aire fresco. No le extrañaba ni le sorprendía. Estela era demasiado melindrosa con los sabores y los olores, amén de ser una cagona de primera que prefería la nada de su vida a un cambio sencillo.
Estela siguió hablando durante un rato más. Explicando y describiendo sus fallidos intentos de morir y fundamentalmente su miedo a estar sola en un momento tal. Alcides dejó de cebar y se limitaba a asentir de vez en cuando pero sin prestarle mayor cuidado. Poco a poco la charla se fue extinguiendo. Alcides la miraba desde una nube turbia y llena de sueños. Se asombró al verla sonreír plácidamente. Su último pensamiento fue “pobrecita, es tan tonta esta Estela, cuando será el día que haga algo bien y completo.”

El diario amarillista publicó dos semanas más tarde la siguiente noticia: “La policía forense después de muchos análisis encontró mezclada con la yerba mate el equivalente a tres cajas de pastillas Valium molidas. Además los estudios efectuados a la pava revelaron que en ella se habrían disuelto una cinco cajas más de pastillas para dormir. Aparentemente el matrimonio se dedicó a tomar mate hasta caer en un sueño profundo del que nunca despertarían.”

Octubre 2002

Texto agregado el 11-10-2002, y leído por 1044 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
20-10-2002 Me gustó mucho tu relato, el final me lo esperaba y no jajja, pero esta bien. Al título le pondría "Otra ronda de mate". jajaja, besos, y gracias por tus comentarios a mis textos, Ana. AnaCecilia
17-10-2002 Hola marxxi, me gusta mucho tu cuento, pero si me lo permites me gustaría sugerirte que intentes diferenciar la conversación de un personaje de la del otro, ya que hay momentos en los que no sabes quien dice que....especialmente si eres un lector distraído como yo ;) quizá si colocaras guiones en vez de comillas y finalizaras o comenzarás las frases con palabras como: casi sin pensarlo le contesto Alcides -Sí, ya sé nunca te gustaron los ravioles que hacía mi vieja. En cuanto al titulo, si, siempre es lo más difícil, yo no me atrevería a sugerirte uno, pero si te aconsejaría que lo leyeras tu sola y en voz alta....de ese ejercicio saldrá el titulo, te lo aseguro, solo escuchate. Un abrazo... ruben
14-10-2002 Yo lo titularía "Un tonto con suerte" y el final me gusta como está, pero también lo pódrías enfocar desde el punto de vista de él, mostrando su sorpresa ante los efectos del mate. Me ha gustado mucho, muy bueno. Saludos, BERTA
 
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