EN EL CAMPOSANTO, despidiendo a mi Madre

El gélido beso amó mis raíces.
Mi alma transitó por navajas desnudas
y mis alocadas piernas por la viruta de acero
que la vida destila de nobles ancianos.

Palpitó el silencio de los palos cruzados
nutriendo de amargura mis crujientes sensaciones.
Elevé una plegaria por tu viaje sin retorno
al encuentro de tus ancestros
y por los que aún rozan tus clavadas maderas.

Mis mojadas cortinas dieron paso a nubosos follajes.
Vi tus profundas oquedades comentando mi presencia
con la familia de tu juguetona niñez, entre el bronce
el mármol, el cemento y tras vidrios ya empolvados.

Mil manos descarnadas se elevaron y mi luna con ellas
buscando una Luz que acallara tu silencio,
mientras los pasos de goma, en reflexionante quietud
desandaban sus huellas entre alerces milenarios.

Ya no necesitas mis caricias de niño.

Volveré antes de fundirme al frío beso
y junto a nuestras raíces conversaremos, entre flores
que enraman y comparten su vida a tu portal.

Lionel Henríquez B. Julio de 1990