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Cuando llegaba a la boletería, Vicencio se acobardaba un tanto. Cierto aire delincuente. Además, el hecho de no llevar uniforme colegial no le eximía de ser un tipo no habilitado para ver películas para mayores, candidato a firme de ser sorprendido in fraganti por la policía para llevarlo ante sus padres para someterlo a interrogatorios penosos. Apenas le salía una pelusa de bigote y no era alto ni grueso. Ser un habitual, tampoco le ayudaba a sortear con alguna tranquilidad el aire insolente de la señora que vendía los boletos con ademanes cartesianos y miradas de bayoneta calada. Sin embargo y como de costumbre, una vez sorteado el señor que cortaba en dos su boleto de entrada, terminaba bajando cada vez con más pachorra las escaleras roñosamente alfombradas planificando el paso siguiente, rogando que la película tal no hubiese comenzado y que el listado pegado en la pared de la boletería estuviese atrasado, al menos esa vez. Rogativas que no funcionaban, es claro.
Las pesadas cortinas de felpa eran traspuestas con alguna indecisión. Finalmente, aguardar un poco de colores claros en la pantalla, o un rato hasta acostumbrarse a la penumbra para evadir al acomodador que innumerables veces terminaba dejándolo en una butaca indeseada y más encima exigiendo propina de modos ásperos y apuntándolo con la linterna de arriba abajo.
Cómo envidiaba a las parejas de tórtolos que iban a ver cine erótico. Pero más envidiaba a quienes tenían que cortejar profesionalmente en los filmes a Stefanía Sandrelli, a Gloria Guida, a Ornella Mutti, o a Edwisch Fenesch. El deleite sobrepasaba con creces el mal olor del cine, las butacas chuecas de maderas quejumbrosas dejaban de ser tan incómodas cuando las divas inundaban la pantalla, el respetable era verdaderamente respetuoso cuando ellas eran la atmósfera misma. Vicencio prefería entrar después de almuerzo, para luego repetirse si valía la pena. Malas películas inolvidables. Aún hoy se añoran a pesar de lo ingenuo y predecible de sus argumentos. Títulos sin ninguna creatividad: La Profesora de Lenguas; La Virgen, el Toro y el Capricornio; Yo soy Virgen; Malicia; Memorias de una Azafata Sueca; La Muchacha de Trieste, etc.
Lo extraño eran los programas triples sin ninguna lógica, a saber como muestra: El Templo Shaolín; Cupido Motorizado; y por último Juanita Nalgas de Oro en el hoy extinto Cine Moderno o en el Cine Prat (en funciones todavía) de Gran Avenida. Vicencio agradecía la diversidad de temáticas: era muy preferible ello a tener el repetido tema durante toda la tarde. Y el estilo se reiteraba en el cine Mónaco de Diez de Julio, Alessandri de Estación Central, Roxy del Centro de Santiago.

Muchas películas fueron parte de su formación sexual, aclarando o develando aquello que en las clases de Religión, de Consejo de Curso o de Ciencias Naturales tenuemente se sugirió o de plano se omitió. Sin embargo, y en esa idea, El Hombre del Río Profundo o África Desnuda fueron fundamentales. Aclaraban el asunto. En séptimo u octavo básico comentar ciertos hallazgos sexuales con los compañeros de curso energizaba la sala de clases. Más aún con las compañeras, cuando ellas paraban la oreja, se entrometían en la conversación y no había cómo esquivar el bulto. Películas que ayudaban a balbucir de sexo sino a conversarlo. Y que de paso cultivaban el espíritu crítico a las charlas un tanto catequísticas de los profesores que intentaban darle un tono neutral, alejado del pecado y casi de justificación en pro de la preservación de la especie, para que el acople entre macho y hembra, hombre y mujer no fuese visto sólo como un brutal intercambio de fluidos y cochinadas varias. En África Desnuda aparecía el sexo como un elemento ritual, con rasgos cosmogónicos. Muchachas vírgenes que al amanecer serían ungidas de sacerdotisas debían pasar la noche masturbándose en cuclillas sobre enormes falos tallados en madera dispuestos sobre el piso sin que mediara un ápice de sanción moral en tales actos. O en el Hombre del Río Profundo, se develaba en una escena el placer, jamás mencionado en las clases del Vicencio como una de las características más sustantivas del sexo. Cuando la protagonista, una hermosa aborigen, debía elegir su pareja, era cómodamente sentada desnuda con una venda en los ojos y a través de un agujero ubicado a un costado de su asiento, los pretendientes debían acariciarla uno por uno. Ella escogía como esposo a aquel que la hacía sentirse mejor. Luego corroboraban en plena selva si la elección había sido la adecuada. Un método genial, y vaya uno a saber cuántos criterios se condimentaban en esa decisión. El único detallito molesto es que como en toda película yanqui, el afortunado era un rubio forastero que había sido apresado por los aldeanos.

Las películas italianas para mayores de 21, vistas a veces desde el segundo piso para que si entraba carabineros no dieran con Vicencio, en plenos 13 años; tomaban el sexo con un humor de impúber, livianamente, pero develaban la necesidad que se tiene a esa edad de ver una muchacha desnuda y hablando de deseo, de desear a alguien y cuanta sorprendente cosa más. Aquellas otras, cuyo gancho era el sexo, pero que contenían información extra, léase las dichas del África o aquellas como Variaciones del Amor o similares, dejaban pistas claras que la educación formal de Vicencio, aún cuando terminara su enseñanza media, en cuestiones de sexo era por lejos no sólo deficitaria sino también mojigata. Vicencio jamás entendió porqué el placer y el deseo se eludieron como temas en clases, o temas como la autocomplacencia o la exploración corporal solo o en compañía siempre se ligaron a las culpas y al pecado. Y para qué decir de la anticoncepción. Jamás. Ni un comentario al pasar siquiera. Las fantasías eran relacionadas con las aberraciones, la degeneración máxima. Yo no sé si el Gobierno Militar tuvo que ver en ello. Pero con toda su bravata pía no evitó los embarazos adolescentes indeseados, la insatisfacción sexual masiva, y desde los ochenta, que es cuando Vicencio reservaba los jueves para ir al cine, hasta hoy, adulto observa que recién se están abriendo los temas hermanados con el sexo y sus alrededores. Pero se pregunta si los colegios seguirán iguales de pacatos en esta democracia entre comillas.
Hoy la pornografía es cada vez más popular y vaya que tiene aristas. Pero si sigue la educación de los hijos de Vicencio, tan evasiva como antes, es posible que sea el carril por donde irá la formación sexual de los futuros amantes. El cuento de las culpas sigue escribiéndose. Al menos tengo la fe que saben más que nosotros, que Vicencio. Que pueden averiguar más.
Cuando Vicencio recorre la Plaza de Armas, ve pequeños grupos de escolares en alegres pullas que enfilan a las galerías comerciales donde hay cines con películas de sexo blando. Son grupos mixtos.

Habrá que ver en estos despertares sísmicos rodeados de frutas rojas de jugos incontenibles y dulces…

Texto agregado el 29-10-2004, y leído por 3213 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
02-11-2006 Me pareció muy realista y muy bien planteado este despertar. Muchísimo más sano que otros supeditados a cierta represión (en fin, ya sabemos que las represiones siempre han existido y existen) Magnífica esa última frase cerrando tu ensayo. Un saludo. LaranadeShalott
05-01-2005 Ha sido un gusto leer este texto, muy interesante, entretenido y muy bien escrito. Le dejo mis felicitaciones y mis estrellas. Posdata:¿Será que en todas las ciudades han existido cines llamados Moderno u Odeón? ¿Habrán formado parte de alguna conspiración secreta y global? ¿Habrá existido una trama macabra para atrofiar el cerebro de los jóvenes de entonces con pésimas películas eróticas? ¿Será por eso que nos permitían ingresar a la sala a pesar de ser menores? ¿Lo habrán logrado? el-parricida-huerfano
14-12-2004 Una reflexión, sí, personal, cargada de experiencia, de análisis constructor y didñáctico, bien traida desde el interés que despierta su atractiva descripción por salas y películas entre la historia, la nostalgia y la "etica del tal Vicencio . azulada
22-11-2004 me ha gustado mucho, felicitaciones! inesita34
17-11-2004 es una idea simple, que la todas con especial sabiduria, ademas de buena redaccion y estilo ... que mas se puede pedir?? jejej besos lorenap
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