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“ El resultado del episodio fue caratulado como... ”


Fui a hacer las compras, como todas las mañanas, para la familia Ferrari, con quienes trabajaba. La ciudad me abrigaba, con sus brazos perfumados de cinc, bajo una humedad que henchía los brotes de las ramas, en cada uno de mis pasos. Tenía muchas ganas de encontrarme con Manuel, mi novio, así que termine rápido en el súper, y casi corriendo, con mis pies delgados de trabajo, asistí a su encuentro. Desde lejos lo podía divisar en la esquina de siempre, recostado sobre su moto, una modelo 70, la que pocas veces arrancaba fructuosamente. Su mirada se fundía, con el verde de los árboles, al verme llegar, como una conjunción de deseo, que no podía desistir. Yo lo amaba desde hacia tiempo, con esos hoyitos simpáticos que relucían junto a su risa, o su pelo sedoso, cayéndole sobre la frente. Y, después de unos treinta minutos, entregada a sus caricias, volvía a mi rutina en la casa. Desde unos 2 años atrás, casi todos los días, nos veíamos de esa manera, salvo los feriados o francos, en los que me vestía mejor, para ir juntos al centro. El tiempo restante, lo pasaba como domestica en la casa de los Ferrari, un matrimonio sin hijos, que me había tomado desde adolescente, con cama adentro. Yo los quería mucho, si bien nunca conocí a mis padres, ellos habían suplido su función, en casi 20 años de convivencia. Siempre me habían aconsejado por el buen camino, avisado de la calle y sus peligros, junto a una educación, bastante pacata, pero valedera. Cuando les presenté a Manuel, sentí que no les había caído demasiado bien, pero traté de no pensar en opiniones ajenas a mis sentimientos, y seguí adelante con mi noviazgo.
Hacía unas semanas que Manu, me venía preguntando de mis patrones; horarios, aficiones, trabajos, y a mí la cosa no me estaba gustando nada. En los últimos reencuentros, habíamos discutido mucho por ello, y siempre la conversación quedaba en suspenso, hasta una próxima velada. Hoy, la situación había estado peor que nunca. La pelea había llegado casi al límite de los golpes. Así que me fui corriendo; asustada y llorando, por entre las baldosas que me veían pasar, desilusionada de todo lo que creía haber amado. Al llegar a la casa, el matrimonio notó algo extraño en mi rostro apagado, y aunque lo disimulé con un gesto, me quedé en mi habitación unos minutos, hasta que se me pasara el dolor. Mojé mi cara, mientras no dejaba de pensar en su pedido; quería sin dudas desmantelar esta casa. La incertidumbre era tal, que solo quería desaparecer de inmediato de este mundo. Ese día, les dije, que no me sentía bien, que necesitaba descansar. Ellos me entendieron de inmediato; ¿cómo defraudarlos entonces?, pensé en vos alta.
Los meses pasaron, y a Manuel nunca más lo volví a ver. Mis lágrimas se habían cristalizado, en una suerte de fidelidad hacia mis patrones. A pesar de todo, me sentía bien con migo misma, odiaba defraudar tanto como serlo. Y como todas las mañanas, salí a hacer las compras. La brisa bañó mis mejillas resignadas, cubriéndolas de oxígeno. El supermercado estaba lento, así que mi tiempo de amor pasado, fue sustituido por la espera en una caja registradora. Después de varios minutos de atraso, me apuré para llegar a horario. La cuadra de la casa, estaba llena de gente y vehículos amontonados. En la esquina, su moto celeste estaba atada a un árbol. Corriendo me acerque, mientras sacaban los cuerpos por la puerta. Sentí una arcada fluir por mi garganta, a la vez que iba entrando al comedor, desordenado y sucio. La policía estaba allí recogiendo datos. Un bulto extendido en el piso, tapado con una sábana, se apoderó de mi imagen. Estaba segura que era él, Manuel, que había decidido hacer el robo por su cuenta. Caminé unos pasos hacia allí, paralizada de miedo, me agaché despacio para desenmascarar al cuerpo, cuando un policía se interpuso diciéndome: -“ No toque el cuerpo por favor, estamos recabando huellas”; le pregunté de quien era el cadáver, a lo que respondió; -“ Del señor Ferrari, el dueño de casa, ¿ usted quien es?”, me preguntó; -“La sirvienta”, respondí, atónita de sus palabras. El oficial me miró profundamente, con ojos inquisidores, mientras me leía los derechos y esposaba mis manos. Con la cabeza gacha, e ilusiones perdidas, me llevaron hasta el patrullero. De reojo pude ver, detrás de la cortina, a la señora Ferrari, con los ojos llorosos, que me miraba partir.

La cárcel me hizo recapacitar mucho; aprendí varios oficios, leí algunos libros, sin dejar nunca de recordar el informe del diario de ese día fatal: “ Después del inesperado robo a la casa de la familia Ferrari, la banda de delincuentes al mando de la doméstica, seguida por su pareja y varios cómplices, fue desmantelada con éxito. Uno de los sobrevivientes, Manuel Dori, actualmente libre bajo fianza, confesó como única ideóloga del hecho, a la sirvienta de la residencia, la cual fue encarcelada de inmediato. El dueño de la casa fue abatido en el tiroteo, junto a tres de los malhechores hallados. La señora Ferrari, con posterioridad al hecho, fue hallada con una bala en su cabeza, calibre 22, suceso que fue caratulado como suicidio”.

Ana.

Texto agregado el 12-10-2002, y leído por 795 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
14-01-2003 Me impresiona el cuento porque yo estuve ,por una traición 3 dias en la carcel y lo terrible es que en ella conoci a mucha gente inocente.felicidades y un Beso. gatelgto
 
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