La vi en el piso cuando llegué de mi viaje hasta la tienda, sobre el pasto acostada con sus brazos alrededor de sus piernas. en ese momento me recordó a su madre, pensé ¿se ha atrevido a hacerlo? Corrí hacia a ella y la llamé varias veces, no respondía, sus labios estaban secos y su frente caliente. Con mi poca fuerza la arratre hasta el arbol que le brindaría sombra, pero sus ojos todavía no abrían. Respiraba tan fuerte que desesperé, era como si tuviera el alma en sus pulmones y la quisiera sacar de allí. Grité a mi vecino que se acercaba a paso lento que viniera a ayudarme. tratamos de darle agua pero se reusaba a abrir sus labios, ahora eran más palidos de lo usual y me atormentaba su resequedad. Con ayuda la cargué en mi espalda hasta la carretera y con el tiempo corriendo en contra mía un carro aparecio y nos ofrecio su ayuda. Ibamos hacia el hospital en el asiento trasero. La abrazaba con muy poca fuerza, temía destrozarla con un gran apreton. Pensé que estaría bien cuando abrió sus ojos, me observó durante unos segundos pero despúes sonrio y me di cuenta de que estaba diciendome adios. Al llegar al hospital todavía gusradaba esperanzas en mi corazón pero ella no volvió a abrir sus ojos. No he podido entender cuales fueron sus razones para hacerlo, ni siquiera tuvo la delicadeza de dejarme una carta.
Dedicado a la inspiración de este relato Andres Sierra.