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Inicio / Cuenteros Locales / moebiux / Cuenteros en Málaga (Diario de Guerra de Moebiux)

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Viernes, 29 de octubre, 21:00 horas, Estació de Sants, Barcelona

Ya estoy en el Tren Hotel que me llevará a Málaga. Me esperan 12 horas y media de viaje. Primeros descubrimientos: para nuestra graciosa compañía ferroviaria, “cama” significa “litera de medio metro de ancho” y con “tren hotel” se refieren a “submarino rodante”, debido a la estrechez de sus pasillos y compartimentos. Da igual. El optimismo me embarga. Silbo cualquier melodía. Málaga, ¡ya voy para allá!


Sábado, 30 de octubre, 7:00, Tren Hotel

Nuevo descubrimiento: me cuesta horrores dormir en una cama en la que se me derraman los codos y que se mueve más que un enfermo de parkinson en los carnavales de Río de Janeiro. Renuncio pues, al sueño, y me dirijo a la cafetería a desayunar con la esperanza de ver amanecer con un café calentito en las manos.


Sábado, 9:30, Estación de Málaga, Málaga

Ya llegué. Intercambio de mensajes con Nomecreoná y Anapolar, que son los cuenteros que ya han llegado. Soy el segundo, pues en llegar al destino, ya que Nomecreoná vive allí. Salgo de la estación buscando una esquina visible para que no tengan dudas. Soporté estoicamente las miradas asesinas de los taxistas que, al pasar por mi lado, frenan pensando que soy cliente al verme allí de pie con la maleta al lado. Yo disimulo silbando cualquier melodía mirando al cielo. Me da por pensar que igual es que me he colocado en una parada de taxis, de ahí los amables insultos del gremio. No importa, sigo impertérrito. Pronto llegarán a buscarme.


Minutos después

Por fin se detiene un coche que no es un taxi. Raudo, me subo a él. Primera impresión favorable: Nomecreoná y Anapolar parecen gente amable. Eso sí, me sorprenden vaciando el bolso, los bolsillos y diciéndome en un español con fuerte acento alemán que “por favor, mi no matar”, “por favor, tenga dinero”. Comprendo que me he equivocado de coche y que están convencidos de que les estoy atracando. Trato de aclarar el entuerto, pero como no tengo ni idea de alemán, tarareo “Lily Marlen” para hacerme el simpático, hasta que me doy cuenta que en el espejo retrovisor tienen colgada una estrella de David. Salto del coche en marcha dejando atrás una retahíla de lo que supongo que son simpáticas palabras recitadas, eso sí, con una vehemencia que acojonarían a Hannibal Lecter. Retorno a la esquina de la parada de taxis.


Al ratito

Esta vez sí, esta vez son ellos. No hay sorpresas: son tal y como los había visto en fotos y tan simpáticos y amables como parecían. Nos dirigimos a desayunar antes de llegar a Torre del Mar, lugar de residencia de Nomecreoná.


Instantes más tarde

Localizado ya el lugar para el desayuno, pedimos chocolate caliente, cafés varios y una bandeja de churros. Anapolar da rienda suelta a su gula. Comienza a comer churros con devoción. Hemos de ser cautos porque, a la que te descuides, te muerde una mano. De hecho, muerde a Nomecreoná. Me muerde a mí. Muerde a la camarera cuando pretendía retirar la bandeja. Muerde también a un matrimonio francés, a un conductor de autobuses y a un señor de marrón que pasaba por allí. Nos vamos de la cafetería entre suspiros de alivio de los asistentes y alguna que otra amenaza de muerte. La gente andaluza, que es muy cachonda, oigan.


Media hora más tarde

Llegamos a la Residencia Nomecreoná, un lujoso palacio instalado entre las calles de Torre del Mar. Babeo como un miserable. Me muestra mi estancia. Pido un plano para no perderme. Nomecreoná sonríe, pero no me hace caso. Así que tendré que recurrir a la estrategia Hansel y Gretel, dejar miguitas por el camino. Una vez instalados, volvimos a salir para comenzar una visita turística. Ya en la calle, un hombre anciano se dirige a Nomecreoná informándole preocupado que había visto a su padre –al de Nome- muy desmejorado últimamente. Tras despedirse, Nome me informa que su padre hace años que murió. El espíritu de ‘El sexto sentido’ invade Málaga, por lo visto.


Un rato más tarde

Llegamos a Frigiliana, un pueblo encantador instalado en una montaña que mira al mar. Las casas allí están tan blancas que parecen de nata. Y en todas las casas tienen plantas bien lustrosas en sus balcones, ventanas y puertas. Único inconveniente: todas las calles están cuesta arriba. Algunas, muy cuesta arriba. Transcurrido un rato, mientras Anapolar va dando brincos cual grácil gacela, Nomecreoná y un servidor de ustedes se encuentran lamiendo los adoquines sudando a mares. Sacamos ambos un cigarrillo (él Ducados, yo Camel). El efecto del humo en nuestros pulmones cumple su función: seguimos igual de fatigados, pero ya tenemos excusa. ¡Jodidos cigarrillos!


Cerca del mediodía

Nome nos enseña uno de sus lugares favoritos: una terraza de un bar que es un balcón al pueblo, con el mar al fondo. Parada técnica para reponer fuerzas: ella, vinito dulce del lugar; nosotros, peazo-jarra-de-que-te-cagas de cerveza fresquita. El malagueño nos deleita con las aventuras de su abuelo, que no contaré aquí para le presionéis, porque dan para uno o varios cuentos dignos de su categoría. Acabadas las consumiciones, nos dirigimos al restaurante, donde han de llegar Ondina por un lado, y Ralip y Barrasus por otro. Constatación de que las calles no sólo están pendientes para arriba: también para abajo. Y mucho, joer.


Hora de comer

Ya estamos en el restaurante vasco San Zenón. Allí nos atienden de fábula y nos tienen reservado un comedor privado. Cervecita mientras llegan los que faltan. Curiosamente hay poca afición a las infusiones. ¿Por qué será?


Poco después

Ya habíamos pedido los entrantes cuando llegan Ralip y Barrasus. Al sevillano se le pone cara de susto, que no me venga ahora con disimulos. Pero está acorralado: no tiene escapatoria. Comienza el festival de entrantes, de platos de carne –pero carne, ¿eh?-, pescados y postres. Regados con txacolí –un vino blanco vasco-, tinto de Ribera del Duero y, tras los cafés, copas varias. La sobremesa se prolonga. Primeras fotos de grupo. Todavía las ojeras están controladas. Todo es cuestión de tiempo.


Avanzada la tarde

Ondina se ha separado de nosotros con la excusa de tener un compromiso previo. No cuela: huye adivinando lo que se avecina. Ralip y Barrasus se dirigen al hotel y el resto volvemos a la Mansión Nomecreoná. Nos aseamos, nos cambiamos de ropa –cada uno por separado, mentes calenturientas- y descansamos un poco antes de dirigirnos a nuestro nuevo destino: la cena.


Comienza la noche

Nome nos lleva a otro restaurante, este especializado en mariscos, delicias del lugar. A pesar de que todos decimos estar llenos de la comida anterior, comienza el baile de platos: conchas finas, navajas a la brasa, gambas y moluscos varios van sucediéndose por nuestra mesa. Regamos todo a base de cerveza fresquita. Anapolar vuelve a repartir mordiscos de forma generosa, aunque más controlada. Esta vez los damnificados se reducen a un camarero ruso y a un vendedor de lotería. Bueno, y al señor de marrón, que volvió a pasar por allí. Pero para mí que lo de este tipo era ya vicio, conste.


Tras la cena

Nos dirijimos a visitar Nerja. De camino vemos a una virgen que flota sobre las aguas. Iluminados por la aparición, nos detiene la Guardia Civil en un control rutinario. Por fortuna, no le hacen el control de alcoholemia al Nomecreoná, porque de haberlo hecho fijo que le dan perrito piloto de premio. Eso sí, le conminan a que se ponga el cinturón de seguridad y Nomecreoná le chulea al Guardia Civil. Acojonados, le suplicamos todos al malagueño que le haga caso. Finalmente cede y podemos llegar a Nerja. Tras pasear por el lugar, patria de la serie de televisión “Verano Azul”, encontramos refugio en un cálido lugar. Nueva sopresa: debía ser medianoche y a nuestro lado se encuentra una anciana tomando un vaso de leche. Nueva sesión de fotos al grupo, incluída la vieja. Nosotros no optamos por la leche, que dicen que sienta mal a esas horas. Elegimos licores suaves como el ron o el whisky por sus perfectas condiciones como digestivos, no vayan a pensar. Bueno, todos menos Nomecreoná, al que le prohibimos una gota de alcohol mientras no dejemos el coche, que se nos pone chulo con la autoridad y tampoco es cuestión, hombre.


Retorno a Torre del Mar, la noche sigue

Invadidos por nuestro espíritu cultural, decidimos recorrer los locales de la zona con la santa intención de conocer mejor el carácter y las costumbres de los lugareños. Cosas de ser escritor, que la curiosidad te lleva a implicarte con los lugares que se visitan. Lo de las cervezas y cubatas es puro camuflaje, para disimular. Las chicas, sin duda embargadas también por una necesidad de curiosidad antropológica, piden conocer un lugar donde bailar. Nosotros, llevados por la caballerosidad y porque somos muy sensibles a los golpes en la cabeza, aceptamos y nos dirigimos a un local llamado Acero, un local que un camarero del bar que estamos dejando nos avisa que está lleno de gente “chunguita”. Contentos por poder estudiar costumbres tribales, nos dirigimos a la discoteca.


Disimulando entre gente “chunguita”

El local no está demasiado lleno, así que somos vulnerables ante las miradas de los habituales al Acero. Para proteger la integridad del grupo, nada mejor que camuflarse. Es por ello que los chicos del encuentro, nuevamente movidos por nuestra caballerosidad, aceptamos el sacrificio de pedir otra copa más. Mientras estamos en la barra pidiendo las consumiciones, un lugareño ataca a Anapolar y Ralip con la estrategia del buitre: me pongo al lao cual poste a ver si cae algo. Al vernos llegar –tres fornidos hombres- el tipo disimula silbando cualquier melodía y busca nueva víctima. Imbuido sin duda por las ansias de conectar con las costumbres de la zona, Barrasus nos demuestra sus dotes de bailarín realizando una asombrosa coregrafía basada en una canción gay rumana. Y digo bien, asombrosa. Porque asombra que a eso le llamen coreografía. Mientras, Nomecreoná va realizando un extenso reportaje fotográfico, movido sin duda por algún oscuro deseo chantajista. Pero yo lo negaré todo, conste.


Madrugada casi de mañana

A pesar de nuestras fuertes inquietudes intelectuales, el trabajo de investigación de campo acaba pasando factura y decidimos darnos un descanso. Tras llegar a la Mansión Nomecreoná, Ralip y Barrasus se van hacia su hotel. Instantes después, Anapolar se dirige hacia sus aposentos. Y Nome y un servidor prolongan la conversación sobre temas de una trasncendencia filosófica díficiles de traducir aquí debido a su enorme complejidad. A eso de las nueve de la mañana, constatamos que nuestro cuerpo nos solicita un descanso y se lo concedemos. Cada uno a su nido y Dios en el suyo, qué puñetas.


Domingo, 13 horas

Soy el último en despertarme y en levantarme, pero todo ello obecede a que uno es gentil y siempre dejo a los demás que pasen primero. Educancia que tengo, oigan. Tomamos café en abundancia y, al momento, brotan repentinamente en el comedor-salón de Nome latas de cerveza. Hacemos un poco de tiempo mientras todos nos acabamos de arreglar y nos dirigimos a nuestro nuevo destino: comer.


Mediodía del domingo

Llegada al restaurante al lado de un pantano. Entramos y todo parece lleno. Cuando nos disponíamos a salir, nos asalta una señora con gafas y vestida para ir de boda. No nos deja irnos. Nos acorrala en la barra. Enturbia la voluntad de las chicas con un chupito de pacharán –un licor dulce-. Nosotros, para no ser menos, nos enturbiamos la nuestra con más muestras de cervezas. Finalmente, dejan libre una mesa y nos dirigimos allá. Volvemos a rezongar con la excusa de que “uy, a mí no me cabe ya más, ¿eh?” pero acabamos pidiendo todos carne, además de varios entrantes como callos, embutidos, queso y ensalada. Eso sí, para guardar la línea prescindimos de postre.


Domingo por la tarde

De retorno a la Mansión, alguien saca a colación el tema de las manos y los tamaños. A mí se me ocurre comentar que hace ya muuuuchos años me regalaron un libro de quiromancia. Anapolar me pide que le lea la mano de forma sutil. Yo realizo una somera lectura mezcla de lo poco que me acuerdo y de la improvisación. Ella sonríe satisfecha. Me suelta el cuello. Vuelvo a respirar. Soy feliz.


Últimos momentos en la Mansión

Falta poco para que el grupo se disgregue: Anapolar ha de tomar su avión y yo mi querido submarino terrestre. Para amenizar la espera, Nomecreoná nos muestra una crema de orujo que, según Barrasus, “huele a Roque”. Me quedé pensativo pensando en quién puñetas sería ese tal Roque y por qué olería a crema de orujo. Hasta que descubrí que se trataba de un diminutivo de roquefort, el queso. Últimos instantes de conversaciones, de anécdotas varias, de chistes. Pero la hora llega. Hemos de recoger.


Comienzan las despedidas

Salimos a la calle hacia el vehículo de Nomecreoná. Nos despedimos de Ralip y Barrasus, con abrazos y promesas de vernos lo antes posible otra vez. De pronto, Barrasus se arrodilla y llorando como un bendito suplica que no nos vayamos. Nomecreoná y yo le damos collejas acusándole de poca hombría.


30 segundos después

Nomecreoná y yo nos arrodillamos también y abrazados a Barrasus lloramos desconsolados porque no queremos separarnos. Ralip y Anapolar nos dan collejas acusándonos de poca hombría.


30 segundos después

Nos detiene la policía acusándonos de escándalo público y de poca hombría.


30 segundos más tarde

Los policías se han abrazado a nosotros llorando desconsoladamente lamentando nuestra marcha. Aprovechamos que el Barrasus los tiene bien agarrados para dirigirnos al aeropuerto. Vamos justo de tiempo, es domingo y hay mucho tráfico. Se oye de fondo la sintonía de “Misión Imposible”.


Un rato más tarde

Llegamos a tiempo al aeropuerto, nos sobran incluso unos minutos. Anapolar factura el equipaje, realiza unas compras y nos dirigimos a la cola para embarcar. Nos despedimos entre abrazos y promesas de vernos cuanto antes.


30 segundos más tarde

Lloramos desconsolados y arrodillados los tres lamentándo tener que separarnos.


30 segundos después

Nos detiene la policía por escándalo público y poca hombría.


Segundos más tarde

Los policías se abrazan a nosotros llorando desconsolados. Al grupo se han apuntando también un hare krishna, un sobrecargo y el señor de marrón, que se apunta a todas.


Instantes después

Dejamos al resto allá entre lárgimas enseñándose fotografías de las novias e hijos. Anapolar se embarca y Nomecreoná y yo nos dirigimos a la estación de tren. Vamos justo de tiempo, así que vuelve a sonar la melodía de “Misión Imposible”. Me pongo nervisoso porque no sé de dónde coño sale la dichosa música, joer.


Minutos más tarde

Llegamos a la estación de tren a tiempo. Aprovechamos para despedirnos entre abrazos y promesas de vernos de nuevo lo antes posible.


30 segundos más tarde

Nomecreoná y yo lloramos desconsolados y arrodillados lamentando tener que separarnos.


30 segundos después

La policía nos vuelve a detener por escándalo público y poca hombría.


Instantes más tarde

La policía llora con desconsuelo abrazados a nosotros. Se apunta un viajante de moquetas. Mientras, el señor de marrón trata de abrazarse a una alemana de metro noventa muy teutona ella. ¡No sabe ná el señor de marrón...!


Retorno en el tren

Constato primero que la “cama” sigue siendo aquella tabla de medio metro. Constato a su vez que el espacio habitable es digno de un batiscafo. Y vuelvo a constatar que apenas puedo dormir, por lo que salgo frencuentemente al pasillo para ir al servicio o echarme un cigarrillo. De hecho, salgo tantas veces que me paso la noche saludando a todo el mundo. Pienso incluso en la posibilidad de pedir un puesto de trabajo como Saludador Oficial, porque la gente ya me conoce y cree que soy una atracción. Así que me echan monedas y me piden que haga algo. Yo me animo y me arranco bailando la coreografía del himno gay rumano que había visto hacer al Barrasus.


30 segundos después

Me detiene la policía por escándalo público y poca hombría.


30 segundos más tarde

La policía llora abrazada a mí lamentando que tengamos que separarnos. Están también abrazados un matrimonio de jubilados franceses y la alemana teutona de metro noventa, a la que el señor de marrón ha logrado aferrarse a una rodilla. O algo así, que igual lo soñé.


Lunes, 1 de noviembre, 9:50 horas, Estació de Sants, Barcelona

Ya llegué a Barcelona. Cansado, con sueño, pero feliz y contento del fin de semana pasado.

Y también triste.

El suelo estaba mojado de haber llovido hace poco y el día estaba frío y gris. Quizá por eso me sentía triste.

Sí, sería por eso, que llovía...











Texto agregado el 03-11-2004, y leído por 1267 visitantes. (14 votos)


Lectores Opinan
27-07-2024 Tantos años después, inevitable recordar aquellos tiempos maravillosos y personas que uno ha querido y quiere tanto. Muchas de ellas, con el abrazo fuera de la virtualidad aún tan pendiente. El_Galo
24-08-2009 qué recuerdos, Pedro... anapolar
05-08-2009 He disfrutado con el texto, un emocionante abrazo... barrasin
04-08-2009 Gracias, Pedro, por acercarnos a quien no he tenido el gusto de conocer, pero que a través de tu texto he podido sentir próximo. Un abrazo. cromatica
04-08-2009 Me ha gustado mucho leerlo. Agradable y triste, sì... La lluvia. iany
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