-Aquí te va la extremaunción-dijo la voz reverberante y de inmediato el sacerdote se difundió por el espacio, monje plúmbeo, de palabra sibilante, sacerdote alado cuya voz de acentos retumbantes traspasa las fronteras de la vida para guarecerse punzante en el corazón latiente, que como fruta se desgaja, tambor herido que se bate en retirada, manantiales de muerte que propulsan el mensaje de una palabra que es despedida y es venganza.

Un año antes, el ministro de Dios, el que hoy comienza a rendirle cuentas a su Superior, había brindado la santa extremaunción al joven moribundo y sus manos bendijeron su cuerpo, manos ardientes que treparon un deseo poco sublime, fueron garras mundanas catando horizontes de placer, hipocresía escudada en santa investidura, palabra hueca en la que anidaron las aves del averno.

El moribundo regresó de las sombras y oscurecido por el odio, empuñando la muerte certera, se la endosó a su victimario.

Réquiem in pace?