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UNA VIDA EN TRES DIAS


Un día cualquiera…

Entra una luz tenue. No está tan mal, al fin y al cabo. Es una celda hasta acogedora. Aquí, por lo menos, estoy a salvo. Recogido. Protegido.

Me siento en el duro suelo. Bueno, dicen que es mejor una cama dura. Mejor para la espalda. Además, la luz que entra por la diminuta ventana con barrotes hace unos extraños juegos con el polvo que todo lo impregna. Me paso las horas muertas contemplando el danzar de las partículas, lentas; puedo estar así todo el día, y no me aburro…

Pero llega la noche. Y él con ella.

Es alto, o quizás sea mi imaginación, que me juega malas pasadas. Es curioso, pero siempre que aparece me encuentro en el suelo. Y su sombra, a la danzante luz de las antorchas, es oscura como la muerte de la esperanza. Primero escucho el chirriar de la cerradura, y de la pesada puerta de roble. Levanto la vista lentamente, temiendo. Y veo su cara.

Hoy es ella. La que tanto amé. A la que entregué todo mi ser, esperando reciprocidad. Mi corazón latía con cada mirada suya, con cada suspiro que escapaba de esos labios que eran mi vida entera. Ver su rostro es para mí como renacer, como volar hasta más allá de las nubes, y, digan lo que digan, Dios está allí. ¡Y la risa canta en mi pecho!

Pero me abandona. Sonríe fríamente, me mira como si fuera algo que no es ni siquiera digno de ser pisado, se da media vuelta, y me deja. Solo en la oscuridad. Vacío. Bueno, vacío no. Tengo mi pena, y a su amiga, la desesperación.

Un día cualquiera…

La danza del polvo luminoso me distrae, me hace olvidar el dolor de los latigazos. No recuerdo que mi enemigo me azotara, pero siempre es igual. Me despierto, y tengo la espalda cebrada de azotes. Pero no hay sangre. Solo surcos sucios en mis mejillas, allí donde las lágrimas han labrado efímeras cárcavas. Más profundos son los canales del corazón, me temo, y es una erosión que progresa cada día. Pero es una celda acogedora. Amo cada día más estos rayos fugaces; casi puedo oír la música, tranquila, sosegada…

Pero llega la noche, y él con ella.

Hoy es un poco más alto, o quizás sea que yo he menguado. Los chirridos, las sombras que ennegrecen mis ilusiones. Y su cara. Hoy es mi padre. Pero sé que no puede ser él. El murió hace varios años. Pero es él. Veo su cara, devastada por la enfermedad. Veo esa cara dolorida, muda, y cada segundo que mis ojos se posan en ella me quema como todos los fuegos del Infierno, me quema tanto que las lágrimas se evaporan nada más caer. No me dice nada, y aunque dijera algo no importaría, porque todas las cosas que mi corazón me reprocha me impedirían oír nada. ¡No hiciste nada, no lo salvaste, no le dijiste la verdad...!. Me duele mucho.

Un día cualquiera…

Hoy tengo la espalda en carne viva. Quema, arde. Ni siquiera los bailes del polvo y el Sol sirven para tranquilizarme. Y entonces la veo. A través de los barrotes.

Es una niña. Me mira divertida, con sus enormes ojos azules, cielo sobre cielo. Y sus cabellos son rubios, tanto que atraen a la luz del Sol, que es muy celoso. Yo la miro, miro sus pupilas, oscuras, y veo diminutos reflejos, como estrellas frías pero bienamadas. Y sonrío, porque es una niña muy hermosa, y no hay malicia en ella. ¡Entonces ella ríe, y mi celda se estremece, como las plantas cubiertas de rocío al amanecer, con la primera brisa! Se me eriza el vello, y río también, y a pesar de su corta edad es para mí como una madre, que con su risa y su mirada tierna calma todos mis pesares. Me lanza un beso, me guiña un ojo, y se va.

Pero llega la noche, y él con ella.

Chirriar oxidado, sombras, y mis ojos que se levantan, perezosos, que se alzan en un vuelo sin gozo. Pero no los he abierto aun. Porque la imagen bendita de la niña mora todavía en mi memoria, fresca como las primeras flores de la primavera. Y el eco de su risa reverbera todavía en mi pecho, que por primera vez en muchos años es templo y no cementerio. Y abro los ojos, tranquilo. El esta delante. Y, mágicamente, conozco su nombre. Se llama Miedo. Y no tiene cara. Sonríe, confiado, porque su poder es vasto, antiguo, casi tan viejo como el Hombre. Y sabe que su presa sobre mí es fuerte.

Leo en su mirada que espera una lucha larga, cruel, y eso le divierte. Sí, en verdad espera divertirse mucho.

Entonces yo me incorporo. Su sombra me cubre, amenazante como tormenta en tierra extraña. Le miro a los ojos, y le digo adiós. Y salgo de la celda, porque sé que él no es nada. Porque sé que mis latigazos me los infligía yo mismo, cuando él se iba, cada noche. Me lo dijo la sonrisa de la niña. Y eso me ha hecho mucho más resistente. No me haré más daño. No permitiré que me engañes más, Miedo, no volverás a ser Señor de un hombre menguado. Adiós

Y salgo de la celda, por más que siempre me haya parecido un lugar acogedor. Pero quiero vivir el aire libre. Porque soy un hombre libre. Libre para amar, y libre para perdonar. Incluso a mí mismo.

Estoy fuera. El Sol brilla fieramente, deslumbrándome. Sé que la niña está por aquí, jugando. Sonrío, porque yo también quiero saltar, y jugar, y quizás después buscar a alguna hermosa chica con la que compartir este día tan bello. Porque ya no tengo Miedo. Le volví la espalda.

Caray, qué Sol hace aquí fuera…


FIN

Texto agregado el 10-11-2004, y leído por 248 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
26-08-2005 como todos tus escritos, éste está lleno de sabiduría, buena narración e intriga. Te lo digo nuevamente: q lindo escribes! laba
05-06-2005 De maravilla y de sabiduria infinita, que profundidad encontre en tu escrito, no sabes el bien que me haces lo copiare para reflexionar mucho, gracias amigo. gatelgto
19-11-2004 Bueno. Por ciertto bastante deprimente (era que no!). Me gustó la ironía sutil que deslizas. is estrellas! HugoPato
16-11-2004 El cuento donde tu voabulario es variado, y la redacción es limpia. Logras crear la atmosfera de monotonía que se puede respirar en una celda. los personajes que desfilan y van deseneredando la hittoria hasta llegar a la concepción de la libertad. Muy agradable nocodemus.. un abrazo ruben sendero
13-11-2004 Bueno...bueno...Estoy impactado. Has descripto de forma brillante un aspecto de la condición humana. Por lo menos es lo que yo leo. Me has golpeado, como no podía ser de otro modo. Gracias, amigo. Máximo islero
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