| 	Vivir la agonía de no saber si se es querida es más difícil que estar desempleada a los veinticinco años. Nos conocimos por Internet. No acostumbraba a chatear,  siempre había tenido la idea de que buscar pareja por Internet sería una estrategia patética y humillante, ¿cómo tan poca capacidad de  conquista?. En fin,  daba lo mismo, para el caso daba lo mismo. Ingresé a una sala de mi país con un “nickname” que resultó ser muy atrayente: Colorina. Ese había sido mi apodo desde pequeña, nací con el color de pelo más codiciado entre las mujeres. A mí me daba lo mismo. Apenas comenzaba a enviar mensajes para poder enganchar con alguien, de pronto apareció una ventana de sub-programa en mi pantalla: “ ‘Simplemente yo’ quiere tener una conversación privada con usted”, me decidí y le contesté el hola inicial. Su primera pregunta fue: ¿eres colorina de verdad o teñida?- pregunta que había tenido que  responder durante años-sí – contesté. Fue entonces cuando ‘simplemente yo’ (el nickname más egocéntrico que he conocido en mi vida de cibernauta) me declaró que tenía una debilidad por las colorinas- cosa que había escuchado antes-empezamos a tener una conversación larga y entretenida, fue un enganche instantáneo y desconcertante, ninguno de los dos  quería terminar la charla. Nos dimos cuenta deque habíamos estado durante tres horas contándonos cosas personales y no tanto, nos agregamos los correos y quedamos en escribirnos para juntarnos alguna vez, lo más pronto posible. Pero había un detalle: Fotos. Le envié una que tenía escaneada  enseguida. Me pasé toda la noche idealizándome a ‘simplemente yo’, que a propósito se llamaba Roberto, de signo Escorpión y 28 años, casi  perfecto; digo casi por que aun no conocía su fisonomía.Estudiaba algo interesante, era un tipo bueno, de los que cuesta mucho encontrar. Al día siguiente recibí  un mail de Roberto,  Asunto: Fotos. Al abrir el correo me puse muy ansiosa y nerviosa,  no sabía lo que me esperaba:  un orejón con verrugas en la nariz o un tipo bien parecido...  a un monstruo y  en el peor de los casos, un chico de aspecto agradable. Nunca me han gustado los hombres guapos, por lo menos no para relaciones serias y ahora  en mi mente quedaba espacio solo para algo así.  Me dispuse a ‘descargar archivo adjunto’ y al aparecer en  la pantalla de mi PC la hoja de Word  en las que venían  pegadas las dos fotografías respiré profundamente y boté el aire  inhalado para aliviar mi preocupación: Era guapo según mi gusto físico de un prototipo masculino de su edad. No era el clon de Antonio Banderas, pero era guapo. Leí  entonces lo que me había escrito en  el correo, decía que yo era muy bella pero la foto no era de tan  buena calidad, así que ahora ansiaba aún más  conocerme en persona. Justo en esos días pasaba yo por un momento de baja autoestima y me andaba encontrando algo pasada de peso, bueno, luego de tener un hijo cualquiera que no disponga de dinero para gimnasios y personal training, queda un poco más gruesa de como a los dieciséis. En fin, la idea era juntarnos en el Barrio Brasil, lugar santiaguino repleto de bares y lugares especiales para primeras citas con un desconocido: harta gente, carabineros por todos lados y una plaza por si acaso nos poníamos románticos. Mi madre me decía que tuviera cuidado ya que podía ser un violador o algo peor. Nunca  escucho los consejos de mi mamá, nunca tiene razón. Al llegar el día del encuentro, estaba  muy preocupada  por  gustarle, por no ponerme nervosa ni hacer algo  que pudiera estropear la cita. Nunca había tenido una cita casi a ciegas. Llegué al lugar del encuentro como con treinta minutos de adelanto, esperé pacientemente y justo a las 19:30 apareció delante de mí aquel tipo alto y bien vestido. Nos saludamos nerviosos los dos, me invitó a tomar unas cervezas y conversamos hasta que  me dio el primer beso. Mal beso. El segundo fue un poco mejor. Él estaba maravillado con mi presencia, se podía apreciar que detrás de su nickname ególatra escondía a  un joven  cariñoso y muy sensible  (especie difícil de encontrar hoy en día), capaz de valorar mi sensibilidad; me hizo sentir lo más bello aquella tarde que luego pasó a ser  noche. “Mi niña colorina”, me decía acariciando mi cabello. Nos internamos  en un ambiente romántico lleno de halagos y bonitas frases, yo lo encontraba demasiado bueno para ser verdad y él a mí,  mejor que la foto de mala calidad que le había enviado. Reímos, nos besamos... pero no apasionadamente como me gusta a mí. Comprendí entonces que talvez no éramos el uno para el otro. Soy una mujer a la que le  gusta encender y ser encendida. Nunca lo entendió en aquella cita. Nos hablamos  otras veces luego de aquel día, nunca entendí lo que Roberto quería, nunca entendió lo que yo quería: tan solo sentirme como el día del chat o en aquella cita... pero todos los días de mi vida.
 
 |