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Hace ya un rato que todos se retiraron a sus cuartos; la casa entera está en silencio. Hay un vientito nocturno que bate levemente la ventana, se cuela por una rendija y deja una sensación fría en la espalda. No importa, hay trabajo que hacer; la presentación es mañana y aún no están listas todas las transparencias. Para un segundo de escribir en la computadora, se levanta, camina dando círculos por la habitación mientras bebe su quinta taza de café. Es extraño este silencio, delata que es tarde y todos duermen. Llegaron a la casa alrededor del medio día y en tres días más habrán partido, cada uno de vuelta a su mundo conocido. Sin embargo, por estas breves horas están juntos. Pasaron la tarde conversando, con esa casi-urgencia que prenuncia eventos infrecuentes, las críticas que vendrán, las alianzas por definir, las palmadas en el hombro o las miradas que desaprueban. De eso se trata este tiempo en exilio convenido, de eso se trata también la presentación que ella ahora termina.
Una frase más y salva el documento... está listo. Finalmente tiene tiempo para percibir que está cansada, debería ir a la cama de inmediato y dormir lo que le resta de noche. Mira la cama y ve su bolso de viaje a medio deshacer, después sus ojos quedan presos en la puerta. El podría estar del otro lado. Sonríe... sería lindo. Imagina que su mano - la de él - se desliza ahora sobre el picaporte y que la hoja de la puerta lentamente se abre. El tendría que emerger de la sombra del corredor y ella le miraría con complicidad o con dulzura, invitándolo a cruzar la infinita distancia que los separa, que siempre los separa.
Se sentaron uno frente al otro durante el viaje a la casa, se cruzaron miradas invisibles y dos o tres veces sus dedos se rozaron... Qué maravilla! Sus dedos se rozaron por milésimas de segundo y siempre por accidente durante el viaje. Fue lindo escucharlo conversar, aún cuando fuera con otros. Fue lindo, sí, y a la vez triste, porque esa voz querida le reveló la verdadera dimensión de la distancia.
Nada ocurre, los segundos se detienen y se escurren sobre la superficie marrón de la puerta inmóvil. Ella se levanta de la silla, estira los brazos sobre su cabeza para desentumir la espalda cansada y guarda el bolso de viaje en el armario. Es hora de dormir... habría sido lindo no dormir sola, pero esa puerta inmóvil... esa puerta que revela lo imposible.
Mientras ella cierra los ojos vencida por el sueño, él, del otro lado de la puerta, duda, aprieta el picaporte por unos segundos, duda nuevamente y finalmente se desvanece en la oscuridad del corredor.

Texto agregado el 11-11-2004, y leído por 120 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
01-08-2006 Qué lástima que no se animó...***** chantal-deveraux
21-03-2005 lamento haberme perdido de leer este magnífico cuento en su momento, no comprendo la falta de comentarios y estrellas, es estupendo y escribes magnífico, las primeras cinco para que sigan iluminando tus letras saludos india
 
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